Carly Rae Jepsen - E·MO·TION (2015)
¿Sientes esa emoción? Es la obra magna del disco-pop de nuestra era, que se acerca, coquetamente. En SoundClash nos escapamos con ella, allá donde nos lleve.
Ha habido un asesinato.
Tras las bambalinas de la comedia televisiva Saturday Night Tonight corretea quien estranguló a su creador, Sid Ross, con su propia corbata antes de tirarlo por el hueco del ascensor. Acorralado, nada impide que vuelva a matar incluso ahora, mientras el programa se emite en directo ante una audiencia de unos tropocientos millones de personas, espectador arriba, espectador abajo.
Sólo la intrépida detective de la policía de Nueva York Kate Beckett y su dicharachero marido, el novelista Richard Castle, se interponen en un fatal desenlace. En un momento de máxima tensión, en el que cada sinapsis de los cerebros de los investigadores debería estar exclusivamente dedicada a atrapar al malo, sin embargo, Castle y Beckett se encuentran ante el más ineludible obstáculo de sus carreras: Carly Rae Jepsen.
He ahí un documento incontrovertible de las facultades de la canadiense en su peak absoluto: su pop bailable, discotequero, pionero en ese revival synth hoy imperante, es capaz de descolocar a cualquiera, de eliminar de un plumazo preocupaciones triviales como la resolución de un delito de sangre en pos del disfrute inmediato. Y tal vez, sólo tal vez, Castle sea ficción, pero puedo asegurar que el poder de E·MO·TION es muy real. Quizá más por venir de quién vino.
Carly llegó a nuestras vidas en 2011, cuando todo parecía perfecto, un verano interminable: ella, una “chica de al lado” como sacada de catálogo del Lefties que, tímidamente, presentaba su candidatura al trono pop con “Call Me Maybe”. Su ubicuidad fue su mayor enemigo, y la intelligentsia respondió con el habitual cinismo a su propuesta de sol y arcoíris. Sí, ahora la hemeroteca pretende rebatir esto, con Wikipedia atestiguando que todos los medios sin excepción la encumbraron ya en su día como el mejor invento desde la penicilina. En su día, no se sintió así: inundados de música similar, vacua y buenrollera, era sencillo reaccionar ante “Call Me Maybe” con cierto desprecio y superioridad. Una tontería más, en un mainstream plagado de ellas.
El tiempo ha puesto las cosas más o menos en su sitio, porque el primer hit de Jepsen, ahora teñido de cierto cariz nostálgico en la distopía en la que vivimos, es ahora un clásico; uno que no creó realmente escuela, viviendo en su propio nicho de purpurina. La cuenta corriente de CRJ, independientemente de la consideración que tuvieran de “Call Me” los tastemakers de turno, vivió, y tal vez vivirá por siempre jamás, un período de vacas gordas que profetizaba más éxitos futuros. En el firmamento había un huequito reservado para Carly, y de jugar bien sus cartas —y tenía dos ases en la mano—, el status de la cantante en el olimpo del starsystem era poco más o menos que un fait accompli.
Eso, por supuesto, quedó lejos de suceder. Pero el destino depararía a Jepsen un porvenir… sorprendente.
En un planeta en el que hay que producir constantemente, sin pausa, para poder mantenerse en el candelero, se puede achacar al hecho de que, aparte de la más bien flojilla “Good Time”, con Owl City, que pecaba ya de un exceso de sirope de frambuesa, Jepsen, o su maquinaria publicitaria, apenas se prodigaron en las listas: con tan sólo cinco singles en los tres años posteriores a “Call Me Maybe”, la cosa era poco más o menos que insostenible. Si la razón fue que su mánager Scooter Braun, el infame esquilmador del patrimonio Swift, no gestionó bien los quince minutos de fama de Carly; o que ella misma prefirió no encasillarse en el rol de pop star desechable y dejó que el maremoto se templara antes de volver a reconducir su trayectoria, eso no lo sabemos.
Pero en 2015, salió E·MO·TION. Y lo cambiaría todo.
Que sí, que tal vez las pretensiones eran las mismas que con “Call Me Maybe”: arrasar con todo, llegar al número uno, hacer que el resto de la parrilla bajara un peldaño para seguir dando cuerda al infinito engranaje omnívoro y turnista del pop; en ese respecto, E·MO·TION es un fracaso mayúsculo, con un total de 0 sencillos entrando en el top 10 incluso de su Canadá natal, ya no digo EE.UU1. Pero si algo demostró es que existe una vida más allá de las listas; que aproximadamente la misma música que triunfa en todas partes, con alguna variable incontrolable por acá y por allá, puede hacerlo también a una escala más reducida. Una que, al alejarte de los focos, dispara el instinto humano para apoyar al débil, al underdog, y hace que te ganes el respeto hasta del más recalcitrante carca.
Pero vayamos por partes, venga.
“I Really Like You”, esa que pone en jaque al NYPD, fue elegida como primer bocado y, si bien no es lo mejor de E·MO·TION, no cuesta entender el porqué: es de lo más continuista, un estallido de fuegos artificiales y golosinas que milagrosamente no empalaga. Es la fórmula Jepsen ejecutada a la perfección: como ya apuntó en su día cierto director de cine/criminal repugnante/hijo de director de cine/hijo de criminal repugnante2, la práctica totalidad del output de la cantante encaja dentro de unos parámetros muy específicos: a saber, el enchoche, por lo general no recíproco.
Lejos de la sensualidad patente de sus contemporáneas, las narrativas de Carly son de lo más casto, aptas para mayores de 7, quizá porque sus inseguridades intrínsecas no le dan para fantasear con nada mucho más rotundo: “you COULD be the one”, canta en la sensacional “Let’s Get Lost”, un muy apetecible bombón que vuelve la vista atrás al apogeo del new jack swing, un género que personalmente creo que habría que revisitar más a menudo3. “Could, maybe, fingers crossed”, insiste, con toda la certeza de la que es capaz, que no es mucha, antes de lanzarse al abismo de sus ensoñaciones, un viaje de coche con su crush que dure una madrugada entera, y que tiene muy pocas probabilidades de materializarse entre tanto subjuntivo.
En los bonus tracks, de una calidad que ameritan que se les mencione junto al contenido principal, CRJ se atreve a ser un poco más atrevida, pero siempre con un guiño de ojo implícito. “I Didn’t Just Come Here to Dance”, y es obvio cuáles son sus intenciones, incluso si sólo nos dejáramos guiar por los sudorosos ritmos de diva house del tema; en “Black Heart”, puro Britney, tira de despecho, y en sus juegos modales4 podemos verla lo más cerca del papel de mean girl que la vamos a ver jamás.
E·MO·TION es, si me preguntan, el mejor álbum de pop destilado, sin aditivos, del siglo XXI, y no sé cómo sonará esto, pero buena parte de la culpa la tiene el hecho de que Jepsen es un lienzo en blanco, una artista difícil de encasillar porque no sobresale en nada aparente más allá de la calidad de sus canciones. Si queremos ser muy favorables, podríamos tacharla de “camaleónica”, pero tampoco es la versatilidad su fuerte. No sé como venderlo de tal forma que suene a halago, que es lo que pretende ser, pero Carly es el vehículo ideal hacia la universalidad que busca el género en todas sus vertientes. Su desinterés a la hora de construir un personaje público5 puede ser también responsable de su fugacidad como fenómeno, pero al mismo tiempo esa falta de ataduras hace que su obra sea lo más próximo que tengamos al pop en su “estado natural”.
¿Y qué decir de las mentes privilegiadas que convocó Jepsen para colaborar con ella? Se nos ha acostumbrado a que los blockbusters cuenten con una combinación milimétricamente diseñada de productores/científicos de la melodía, generalmente suecos, y una cohorte de reputados nombres indie con tal de, supongo, apelar a un modelo de autenticidad que podría ser innecesario, pero que funciona: aquí el por entonces todavía miembro de Vampire Weekend Rostam hace acto de presencia en “Warm Blood”, una auténtica apisonadora nocturna que, paradójicamente, es de lo más sónicamente escandinavo de E·MO·TION; en “All That” es el polifacético Dev Hynes aka Blood Orange6 quien se lleva parte del crédito de la que es una de las gemas más resplandecientes del disco, una verdadera cápsula del tiempo en forma de slow jam: si el álbum es una enciclopedia de referencias a luminarias del electropop, esta es la que remite a Jam & Lewis a fuerza de slap bass y barridos relucientes de sintetizadores.
Si había estrategia detrás de la decisión de incorporar a nombres de la escena alternativa al proyecto, no lo sé; pero si el objetivo era abrir el camino para que Carly comenzara su transición de amenaza en el hit parade a figura de culto, desde luego que funcionó. En 2013, la cantante estaba abriendo los conciertos de la estrella más rutilante del momento, Justin Bieber; en 2023, hacía lo propio como telonera… de boygenius. De nuevo, ese pivotaje puede observarse desde un ángulo estrictamente capitalista, que lo consideraría un retroceso sin paliativos, o uno que lo vea como la evidencia definitiva de que Carly Rae Jepsen es una artista con “legitimidad”, signifique eso lo que signifique7. No me gustan ninguna de las dos visiones, así que adoptaré la tibia posición de afirmar que aquello es simplemente otro testimonio más de la adaptabilidad de Jepsen: ella es, en efecto, all that. Y más.
¿Quién más se deja ver por E·MO·TION? ¿Qué tal las HAIM, otra santísima trinidad, escribiendo parte de la letra de “Making the Most of the Night”8 y amoldándose como un traje bien cortado a las hechuras de Carly, atascada como amiga sin derecho a roce una vez más? ¿O la ínclita Sia, que también colabora en “Making” pero que justo antes, en “Boy Problems”, interpreta a la amiga que está un poco hasta las narices de los dramas de nuestra angustiada protagonista, y se lo hace saber vía mensaje en su contestador? Y, por cierto, qué impecable que es “Boy Problems”, gancho tras gancho tras gancho, y qué infeliz quien no sea capaz de bajar la guardia y dejarse llevar por su magia.
Jepsen ha sido, además de todo lo anterior, extraordinariamente prolífica una vez superada su fase teen idol. ¿Creéis que Taylor ha inventado lo de sacarse de la manga un volumen extra para sus álbumes de estudio? Carly lleva haciéndolo ya una década, empezando precisamente en E·MO·TION, de cuyo side B no voy a hablar más que para recomendarlo encarecidamente, porque es un anexo que está más que al nivel de su predecesor9. Y supongo, ya que estoy, también para señalar que las bonus tracks que antes mencionaba, a las que se suman10 la melancólica “Never Get to Hold You”, el maduro bálsamo de “Love Again” y una piruleta con sabor a jarabe de arce llamada “Favourite Colour”… ¡no constan en él! Así que en la práctica hay un LP entero de material adicional esperando a las personas ávidas de más hechizos de luna.
Que no son pocas. No tengo por qué justificar mi fanatismo, que tengo bastante asumido11, pero hay cierto confort en saber que a Stereogum, y a Pitchfork, y a Billboard y hasta a la venidísima a menos Rolling Stone no les tiembla la mano ubicando a E·MO·TION en el top 50 de álbumes de toda la década. Ni siquiera el poptimismo más radical puede explicar ese fervor; no creo que haya grandes beneficios en cantar las alabanzas de Jepsen y menos a esas alturas. No hay ninguna mano negra detrás, simplemente canciones excelentes que maximizan tu producción de dopamina como nunca antes se ha visto. O de otras hormonas, no soy tampoco endocrino: haceros un análisis tras experimentar “Your Type”, una de las canciones más tristes, y más maravillosas, que conozco, y me contáis los resultados; igual nos dan un Nobel.
Tal bamboleo emocional, adecuado dado el título del disco, es una especialidad de Jepsen, la obsesa, romántica, cabezona, errática Jepsen: “I’m not the type of girl for you / and I’m not going to pretend”, grita y por supuesto miente, al menos en la segunda parte, porque sabemos al dedillo que va a dar vueltas en círculos a esta friendzone durante lustros. Las da en “When I Needed You”, fenomenalmente ochentera, donde vuelve a oscilar entre la autoculpa y las recriminaciones a ese love interest fugado. Y yo, siguiendo sus bandazos como a una pelota de tenis, escucho cortes de E·MO·TION tras haberlo hecho decenas de veces y aún me entra una risa de incredulidad.
¿De dónde ha salido esto? ¿En qué laboratorio han engendrado este monstruo? Que la zagala de “Call Me Maybe”, por entrañable que sea la cancioncilla, fuera quien resolviera las eternas ecuaciones diferenciales del pop para que sea pegadizo pero no irritante, clásico pero no obsoleto, accesibilísimo pero nunca genérico… Es como la Premier del Leicester multiplicada por cien. Como un fallo en Matrix que abre un portal al paraíso. Que está bastante bien, vamos.
“LA Hallucinations” es, comparada con tanto pepinazo, algo menos brillante, pero da sentido al álbum y, por extensión, a Jepsen: una muchacha de pueblo12 deslumbrada por Hollywood que está a punto de ser consumida como un engranaje más en la fábrica de talentos de usar y tirar. E·MO·TION es su válvula de escape y, al mismo tiempo, la de quien la escucha, un salvavidas en el que cabemos todos. A la deriva, pero agarrada a una súplica en sus labios: “Gimmie Love”. Amor, de eso se trata todo esto, ¿no?
Como es costumbre, dejo los dos ejemplares más majestuosos de este tesoro casi inagotable para el final, porque, por increíble que parezca, hay más y mejor. A su manera, “Emotion” y “Run Away With Me” simbolizan los dos posibles desenlaces felices de esta aventura introspectiva por la mente de Carly. La primera, la aceptación y el empoderamiento, el “tú te lo pierdes” de ese “toss and turn without me, boy”, donde todo tinte de lamento está sepultado por tonelada y media de delicioso brilli brilli funky. La segunda…
“Run Away With Me” busca la gesta, la remontada en el descuento, un último arreón para robar el corazón que se te ha resistido durante tanto tiempo, sin caretas, sin casco, sin colchoneta. El estribillo llega como la caída de una lanzadera, una gloriosa pérdida de control, un estallido de luz; no se me ocurre uno mejor en cuanto a descarga de adrenalina se refiere. Se podrían escribir artículos enteros sobre el golpe de caja hipersaturada que precede a cada iteración; dudo hasta de que sea un instrumento introducido ahí a conciencia sino más el sonido de tantos años y años de anticipación confluyendo en unos cuantos milisegundos de implosión. Un salto al vacío, el de apostar por ti misma en el amor, en la música, en la vida: es, a fin de cuentas todo lo que éste álbum representa:
Pura emoción.
En Reino Unido al menos tuvieron el detalle de llevar “I Really Like You” al bronce; el resto ni por asomo se acercó.
A cuyo manifiesto de 150 páginas sobre el tema no voy a enlazar, dado su background. En retrospectiva, aquello era un poco red flag.
En ciertos aspectos, el surgimiento del j-pop y el k-pop en el mundo occidental tiene algo de revival de aquello; y creo que no es coincidencia que E·MO·TION se lanzara con un par de meses de antelación en Japón con éxito notable. ¿Responsabilizamos a Carly de la marea k-popper? No… pero igual merecería la pena investigarlo.
No sabría decir en qué modo está, pero parecen las notas de Re mayor pero con La como tónica. Ya os tengo dicho que no soy Altozano.
Tal vez anecdótico, pero su sección de “Vida personal” en Wikipedia consiste en una sola frase: en el COVID se construyó un estudio en su casa. Ya está.
Lo de polifacético se queda hasta corto: lo mismo colabora con Carly que con Philip Glass que con Turnstile.
Hay otro análisis que postularía que, puesto que Carly es para los gays y boygenius para las sáficas, que la canadiense fuera headliner en la gira de Baker/Bridgers/Dacus no es más que un incomprensible error de marketing, resultado del un diagrama de Venn mal calculado. Es un análisis bastante simplón y por lo general incorrecto, pero entiendo de dónde viene.
La única canción en la que Jepsen tiene crédito musical; no lo tiene lírico, a diferencia del resto de temas del álbum, bonus tracks incluidas.
Por desgracia la que iba a tratar sobre un sueño con Mike Tyson jamás vio la luz del día. Pero no hay que perder la esperanza.
No os mentiré: Carly Rae Jepsen está entre mis 10 artistas favoritas de todos los tiempos. Por delante de nombres que jamás creeríais. Como B**** S**********. Y F******** M**. Y sí, también Enrique Iglesias.
Su localidad natal, Mission, tiene aproximadamente los mismos habitantes que Torre-Pacheco.