Fab Four - 15/9/2024
Volvemos de vacaciones quizá no con las pilas cargadas, pero al menos con un artículo nuevo: un par de leyendas, emo escandinavo, y jazz para ascensores. Menos da una piedra.
Joan Manuel Serrat - Per al meu amic (1973)
A estas alturas de la película es una obviedad que Serrat es uno de los compositores en lengua española más inalcanzables; a mi modo de ver, de hecho, el mejor1. Combinando una deliciosa pluma capaz de hacernos volar, soñar, reír y llorar a menudo en los mismos tres minutos, con una musicalidad que está igual de cómoda con despampanantes números a lo Broadway como poniendo notas a los poemas de Machado y Miguel Hernández. Y por si eso fuera poco, que no es el caso, el noi del Poble-Sec extiende su torrente lírico al catalán: Per al meu amic es, de hecho, su regreso a la lengua de Ramón Llull con la que empezó su carrera, tras una productiva ristra de gemas que incluye tanto Mediterráneo como los homenajes a los poetas ya mencionados. ¿Qué se esconde detrás de esa ventana que mira el maestro?
El terreno que transita Joan Manuel Serrat aquí es conocido: con las florituras bombásticas del arreglista Antoni Ros-Marbà, por aquel entonces director de la Orquesta Ciutat de Barcelona nos aproximamos al maximalismo de álbumes como Mi niñez. Es habitual partir de un alicaído piano o una cálida guitarra rumbo a un crescendo digno del mejor Brel, o el mejor Nino Bravo; la preciosa “Menuda” es ejemplo de ello, añadiendo como golpe de efecto un breve conato de fuga barroca tras cada estribillo, porque nos faltaban elementos. A veces, como en la apropiadamente pastoral “Caminant per l’herba”, se esquivan esas tendencias platerescas, aunque el compromiso con embrujarte a golpe de sección de cuerdas o hasta, como aquí, solo de saxofón, se mantiene intacto. Lo peor que se puede decir de Per al meu amic es que recarga la parte delantera, si bien la B con “Cançó per a la meva mestra” y su ¿tuba? sísmica y el cierre en forma de melodramático vals de “Per al meu amic” hacen tilín a estas orejas ávidas de instrumentales pantagruélicos2. Pero es que es difícil superar a joyas como la devastadora “La primera”, un tren que atraviesa una niebla de recuerdos adolescentes que pasan a toda velocidad por la ventanilla, y que parece albergar en su interior el corazón de Serrat entero; o por supuesto “Helena”, toda una colosal suite de telenovela llena de cambios de ritmo, arpas, grooves, sintetizadores galácticos, voces espectrales… de todo, menos ella. Él espera, y espera, y sigue mirando por la ventana; quienes también esperen, lo que sea, frente al balcón harán bien en hacerlo en la buena compañía de Per al meu amic.
Acceso: Juegan en su contra cincuenta años de distancia y su desdén absoluto por la delicadeza; a su favor, básicamente todo lo demás. - ☆☆
Vibes: Per al meu amic es un melocotón bien dulce: puede empalagar, y lo hace, pero es tan jugoso que uno se olvida rápido de esos melindres y acaba por morderlo ávidamente. A veces no sé dónde quiero ir a parar con las metáforas. - ☆☆☆
Consenso: Pasa desapercibido al lado de los rascacielos circundantes, como bien indica La Fonoteca en una crítica por lo demás regular redactada, pero es que es el único medio que revisita este tipo de cosas. No cometáis el error de pasar de largo. - ☆☆☆
Nota SoundClash: Fastuoso, espléndido, e imperfecto. Porque coincido en que no es lo mejor de Serrat, y en mi caso la barrera del idioma me impide disfrutarlo tanto como otros discos suyos, pero merece la pena más que de sobra. - ☆☆☆☆
Rain Recordings - Terns in Idle (2024)
Nadie auguraba al emo una vida tan larga. Que en el año de nuestro Señor 2024, sigan naciendo formaciones dispuestas a dar su versión del género del rock más angustiado, es poco más o menos que un milagro. En particular, el subestilo del midwest, que viene a indicar que sus intérpretes no tenían un centro comercial cerca donde comprar Converses, conformarse con gritarle sus penurias a un maizal en su lugar, parece haberse librado por lo general del desdén de la gente pureta hasta convertirse en uno de los gérmenes más fértiles para grupos de culto con nombres coloridos como The Brave Little Abacus, The Newfound Interest in Connecticut, o Algernon Cadwallader. Tantas variantes admite el midwest emo en su fórmula de niñatos desafinados, arpeggios chispeantes, y epifanías de distorsión que Rain Recordings, un dúo sueco3, ha escogido el no tan transitado camino de aderezarlo con cierto toque hipster dosmilero en este Terns in Idle.
La ecuación tampoco busca la sorpresa: casi sin excepción, el teorema de Black Francis de “flojo + fuerte = $$$” cimenta estas diez canciones que, aun así, están expertamente facturadas. “Your Storm Got Inside” lleva las influencias indie-geek en la solapa, con sección de vientos incluida levantando esa tormenta del título en los tranquilos suburbios, un tornado de guitarras llevándose por delante los tejados. La habilidad que tienen Rain Recordings para crear pequeños universos en explosión es más que notable: la juiciosa pirotecnia de “You’re Still Here”, el broche final del álbum, es difícilmente olvidable, y las melodías de la fantástica “Layover House” hacen que se perciba como un clásico inmediato, uno que Billy Corgan hubiera estado orgulloso de componer en 1995; como la TARDIS, es mucho más grande por dentro de lo que sus tres minutillos veinte prometen. Sí, hay que reconocer que a ratos las canciones comienzan a confundirse unas con otras, casi desde el principio: “2D Trance” está más enmarañada que “Stars Inside”, engullendo las voces en una avalancha de feedback, pero aparte de eso y del original desvío hacia el pedal steel de la segunda, hay que esforzarse por encontrar las diferencias. ¿Y qué, si funciona? La lastimera “Piece of Mind”, uno de los puntos álgidos de Terns in Idle, deja claro que no pretenden hacer más que lo que les salga del alma: “it’s okay, everyone / I can manage alone”. Aceptada su tesis, el resto es puro goce si no se tienen remilgos.
Acceso: Rain Recordings evitan ser esquivos: no chillan, ni rompen tímpanos. Sólo necesitan de ti un abrazo. - ☆☆
Vibes: Las letras son extremadamente quejicosas, como no podría ser de otra manera; el encanto que tiene saber que van tan a contracorriente, mucho más que sus predecesores, equilibra la balanza. - ☆☆☆
Consenso: La crítica los ha ignorado por completo; el público prefirió el primero, Artificial Night, más experimental. Eh, se lo pierden. - ☆☆
Nota SoundClash: Quizá la nota venga un tanto inflada para subir la media, pero lo encuentro bien golosón: canciones como puños al esófago que te hacen ver la aurora boreal en cualquier época y latitud. - ☆☆☆☆
Lucinda Williams - Essence (2001)
Oh Lucinda, reina de los caminos polvorientos, duquesa de los pickups, nombre incomparable en el santoral de la música de raíces estadounidense. Encomios infinitos y una extensa influencia en la americana la engalanan, pero aún después de más de cuatro décadas4 tras su guitarra, sigue sintiéndose como un secreto bien guardado. En este Essence, que vio la luz a los pocos años de Car Wheels on a Gravel Road, su obra magna, la cantautora de Louisiana opta por destilar un pedacito de su alma, hasta el nivel molecular: estructuras mínimas pero elegantes, melodías bellas en su simplicidad, y mucho, mucho dolor.
Y es que es este un almanaque de desengaños, un álbum de fotos a todo color de las miles de cicatrices que la vida ha tatuado sobre la piel de una Lucinda Williams cuya voz, destartalada pero desafiante, es testimonio de su fuerza sobrehumana. Hay cansancio, y derrota, en temas como “Lonely Girls”, en el que la soledad es despojada de todo glamour, pero incluso en esas fosas de la desesperación arde una fragilísima llama de fe. No necesariamente en Dios ―la exhaustiva expiación que se promete en la ganadora del Grammy “Get Right with God” parece ser más una especie de fantasía masoquista que un himno gospel a ritmo de Bo Diddley, francamente―, pero sí en algún tipo de justicia más terrenal que dé sentido a tanto sufrimiento. “Blue” es particularmente desgarradora, una balada country que encuentra algo de abrigo en esa profecía autocumplida de la tristeza, mientras que “Out of Touch”, uno de los cortes más rockeros, ahonda en temas en comparación más livianos, y Springteenianos5, como el hermetismo emocional que conlleva la vida adulta. Pero de tanto tabaco barato y corazón roto, de tantos fracasos en el espejo y sangre derramada, Williams ha construido un hogar. En el vacío, el tema que da título al disco, ese arañazo que es “Essence”, es más preocupante que dulzón: el romance como droga, tal vez con la droga, impredecible, tóxico y mortal, porque nada bueno augura ese “please come find me and help me get fucked up”. Y sin embargo, ahí radica la esencia maldita de Lucinda Williams: una creencia inquebrantable de que hay belleza en los recovecos más oscuros, de que las almas aparentemente perdidas viven también cuentos de amor. De que la empatía es más poderosa que cualquier tormenta.
Acceso: Tu estado de ánimo puede verse afectado negativamente por lo deprimente de casi todo aquí, pero el country rock es, al fin y al cabo, asequible para todo oído. - ☆☆
Vibes: Como amanecer una mañana legañosa y rodeada de botellas de whiskey vacías. ¿Eso es algo positivo? ¿Quizá? - ☆☆☆
Consenso: Que Essence no sea uno de los dos o tres mejores álbumes de Williams habla impresionantemente bien de la artista; Paste opina que está al nivel de sus más altas cumbres. Y ahí está su Grammy.... - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Ejemplo de manual de disco en el que mi respeto y admiración absolutos superan con creces a lo que es el puro disfrute endorfínico. Por suerte para todes, mi voto sólo vale la mitad. - ☆☆☆
The Crusaders - Street Life (1979)
El jazz nació en algún tugurio de Nueva Orleans, una amalgama de música espiritual y ritmos afrocaribeños que acabó marcando el curso de la historia sonora del siglo XX. Pensar en cómo se llegó de aquellas improvisaciones clandestinas al pulido jazz urbano de The Crusaders da el mismo vértigo que ese inicio de 2001: Una odisea del espacio en el que el hueso se convierte en una estación espacial, y eso que en aquella elipsis transcurrieron millones de años y no apenas un siglo. Los temas de Street Life, una de las cumbres del lite jazz que acabaría desembocando en Kenny G, son puro lujo nocturno, si bien bastante más cercanos al Studio 54 que al Carnegie Hall.
“Street Life”, por duración, título y posición en el tracklist es el corazón del álbum: once minutos que sirven de banda sonora a cualquier caminata bajo las estrellas por los bajos fondos de alguna ciudad. La veterana banda está estupenda, intercalando instrumentales de funk refinado con arrolladoras cuerdas a lo Gamble and Huff, pero está claro sobre quién apuntan todos los focos: Miss Randy Crawford despliega su voz de satén para impregnar de soul la grabación. No extraña en absoluto que “Street Life” sea, con mucho, el highlight del álbum homónimo: el resto de piezas son, por lo general, incursiones más bien banales en territorio ya horadado. Resultonas, por supuesto, porque el paseíto por el barrio de “The Hustler”, con el saxo impecable de Wilton Felder, o el festival de la guitarra6 de la muy sutilmente brasileira “Carnival of the Night” se mueven como la brisa y nos invitan a contonearnos con suavidad en la cubierta de un crucero, por ejemplo. Pero la profunda impresión es de que no hay mucho más que rascar: las cascadas de piano Rhodes y saxofones sobre patines como en “My Lady” son la mayor recompensa a la que podemos aspirar, un agradable hilo musical para una cena de gala en un restaurante. En los mejores momentos que no son “Street Life”, todas mis fuerzas desean que aparezca Michael McDonald a cantar, especialmente en la apacible “Rodeo Drive (High Steppin’)”. Por desgracia, nunca llegó, y Street Life se quedó en un clásico atemporal y cinco pistas competentes, pero bastante vacuas.
Acceso: Si hay jazz más magro que este, me gustaría verlo. Perfecto para lounges y vestíbulos de hoteles. - ☆
Vibes: ¿Quién no quiere sentirse miembro de la alta sociedad disco por un momento? Este es uno de los mejores álbumes que se me ocurren para acompañar un poco de caviar y un mucho de cocaína. De alguna manera eso se traduce en una puntuación alta. - ☆☆☆☆
Consenso: Su fama se debe en bastante buena parte a su inclusión en el consabido libro de 1001 discos que debes escuchar antes de morir, siendo una de sus selecciones más inexplicables. Hoy en día, la palabra que más aparece en descripciones de Street Life es “hortera”. - ☆☆☆
Nota SoundClash: No me desagrada, pero tiene poco swing. Quédate con el hit, y el resto para cuando tengas que poner a alguien en espera en el teléfono. - ☆☆☆
Opinión polémica, posiblemente, pero Sabina se le queda muy por detrás: si bien es un sensacional narrador y magistral en los quiebros lingüísticos, me da la impresión de que a ratos cae en la autoparodia; véase “La del pirata cojo”.
Será por eso que “Pare”, la que más gente ha escuchado en Spotify, no me seduce: demasiado “trovadorismo” medieval para mi gusto.
País tan oblongo que difícilmente se podría afirmar que tiene un “medio oeste”; cierto es, sin embargo, que los lugares con mayor concentración de inmigrantes suecos en EE.UU. son precisamente Minnesota o Wisconsin, estados midwestern por antonomasia.
Si me hubieras preguntado hace cinco segundos, cuando no lo sabía, por la edad de la Williams, hubiera dicho cincuenta y pico, pero ya tiene setenta castañas. Cosas de alcanzar el peak tarde, pero qué peak.
Es un poco “Glory Days”, pero sin gloria ninguna.
Cuatro guitarras aparecen acreditados: el habitual de Quincy Jones, Arthur Adams; el miembro de Earth, Wind & Fire, Roland Bautista; un trotamundos del jazz fusión en Barry Finnerty; y David T. Walker, nombre frecuente en lo mejor de Tamla Motown.