Fab Four - 17/11/2024
Hoy nos vestimos de gala, porque traemos a dos bandleaders clásicos. Pero en el bolso llevamos un cóctel molotov y lubricante, que nunca se sabe cómo va a acabar la noche. Rap-jazz-punk-mambo, fíjate.
Big Black - Atomizer (1986)
Steve Albini es una de esas presencias inabarcables en el universo del rock. Cuando nos dejó, el pasado mes de mayo, su legado como ingeniero de sonido de generosidad —y exigencia— infinita parecía empequeñecer, de manera comprensible, su faceta como músico independiente: al fin y al cabo, muy poca gente puede presumir de haber sido colaborador, y en alguna ocasión casi tutor, de artistas tan variopintos como Nirvana, Joanna Newsom, PJ Harvey, Neurosis, Guided By Voices, Low, Jarvis Cocker o Berri Txarrak, entre muchísimos otros. Pero Albini tenía reservado un asiento en la mesa de honor del nihilismo underground mucho antes de ponerse detrás de ninguna mesa de mezclas: Atomizer, el largo de debut de su formación Big Black, es un chorro de napalm hacia tus oídos que destila toda la rabia nihilista de la no wave hasta convertirla en odio puro y perverso, dejando un reguero de sangre y gasolina que luminarias como Trent Reznor se verían compelidas a seguir, aunque nunca hasta las últimas consecuencias.
Albini acabaría arrepintiéndose de las vetas más edgy de Atomizer, a las que catalogaría poco más o menos de pataletas de un niñato con ganas de llamar la atención, pero incluso con esas ansias de transgredir por transgredir no suele dar pasos en falso en sus arrebatos. Sí, “Jordan, Minnesota” sólo podría ser obra de alguien bastante perturbado, pero incluso esa cáustica narración de un abuso infantil pone el foco en las horribles consecuencias psicológicas para la víctima, y no solamente un concurso de ver quién dice la burrada más gorda. Y lo hostil del contenido palidece al lado del asalto en todos los frentes que resulta la parte musical. Albini suele dirigirse al oyente desde el atril de algún mitin revolucionario, lanzando proclamas marciales como en “Big Money”, una muy poco velada sátira sobre la violencia policial, o instrucciones subliminales a lo “Bazooka Joe”, ese post-punk chamuscado hasta lo irreconocible. Pero por mucho que don Steve se subiera sobre el púlpito a vociferar, nada de lo que diga va a superar en protagonismo a esas guitarras ensordecedoras, de armónicos coagulados, que se alejan del mundo de lo tonal para acabar sonando más bien a verjas a las que le haría falta una manita de 3-en-uno. “Passing Complexion”, sin ir más lejos, es un tema sorprendente funky al que la chirriante, desquiciante distorsión corroe por completo, transformándolo en un desecho industrial. Pero más elogios aún1 merece “Kerosene”, una genialidad ruidista que, de alguna manera, puede bailarse, siempre y cuando estés en plena combustión espontánea; fuera de bromas, más de una banda de EBM belga hubiera matado por conjurar un ritmo electrónico tan adictivamente convulsionante. El tedio de la modernidad se combate de muchas maneras, y dada las circunstancias, me costaría culpar a quien opte por pegarse fuego a lo bonzo. Mi única recomendación es darle al play a Atomizer a todo volumen mientras lo consideras. Puede ser reconfortante saber que no se está solo; y en caso contrario, puestos a arder, ¿qué mejor banda sonora que Big Black?2
Acceso: Atomizer te odia, y no lo oculta; es más, se enorgullece de ello. - ☆☆☆☆☆
Vibes: No ofrece ninguna escapatoria sana a la desesperación, aunque subyace un endiablado sentido del humor que ha envejecido notablemente bien. - ☆☆☆
Consenso: Big Black juega en la Champions League de las bandas influyentes, y éste álbum es su buque insignia. Su bilis puede haber sido igualada, pero jamás superada. - ☆☆☆☆☆
Nota SoundClash: El pigfuck no va a entrar en ningún top de mis discos favoritos, vaya por delante, pero en mi fuero interno siento que podría aprender a amar Atomizer algún día. De momento, voy empezando por “Kerosene”. - ☆☆☆
CupcakKe - Dauntless Manifesto (2024)
Hora de ponerse bien trashy. Dar un repaso a los primeros singles de Elizabeth Harris significa sumergirse de lleno en el epítome de lo vulgar en el rap: “Vagina”, “Deepthroat”, “Juicy Coochie”, “Best Dick Sucker”… Todos ellos más explícitos que el anterior, pero cada etiqueta de “Parental Advisory” es al final una medalla más en el historial de CupcakKe en su esfuerzo sobrehumano para plantar la bandera de la mujer en el terreno del hip hop picantón, vedado a ellas hasta hace no tanto. Si el foco está puesto en el lugar correcto queda más allá del scope de esta humilde reseña, pero lo que garantiza este Dauntless Manifesto es que la de Chicago no tiene la menor intención de cejar en su empeño en romper el techo de cristal con sus cochinadas divertidísimas.
Es fácil olvidarse una vez CupcakKe nos ha arrastrado a su paraíso de la obscenidad, pero este álbum llega después de unos cuantos años de sequía, y más aún tras una dura batalla con la depresión que la llevó a momentos muy oscuros y muy públicos, con tweets en los que amenazaba con retirarse por sentirse una nefasta influencia sobre la juventud con sus canciones más bien subidas de tono3. ¿Qué ha cambiado para que vuelva alegremente a regalar nuestros oídos con poesía como la de la infusión brasileira “DUI”: “I look drunk because he came on my eye”? Supongo que una buena terapia, y desde aquí lo agradecemos: su talento para buscar símiles e imágenes pintorescas a la coyunta de toda la vida es inaudito, y lejos de ser monótona, adapta sus eróticas aventuras a todo tipo de géneros: el pop discotequero de “Water Balloon” es refrescante aún siendo un sonido a priori tan trillado, gracias también a su versatilidad vocal, como lo es el drum and bass atmosférico de la hilarante “Dementia”, en la que presume, como gusta de hacer, de sus destrezas de dormitorio. Cuando se aleja de su tema fetiche, tiende a ser algo más irregular: “Aura” es un body positive anthem muy reminiscente de las divas poperas de los 2000 que se me antoja algo más cutrecillo, pero en el otro lado del espectro están las arrolladoras “Grilling N***as II” y “Double Homicide”, duras como el titanio, y esta última con un beat switch que te helará la sangre. Tal es la variedad que es difícil estar plenamente satisfecho con todo lo que Dauntless Manifesto pone sobre la mesa, pero es aún más difícil marcharse decepcionado. CupcakKe sabe a la perfección cuáles son sus armas, y cómo usarlas para que vuelvas a por más: letras afiladas, ritmos agresivos, y una energía horny que supera los niveles recomendados por la OMS, pero que es irresistible.
Acceso: Te piden el carné de identidad a la entrada, pero una vez pasado ese check es todo disfrute carnal. - ☆☆
Vibes: Ratchet al extremo: baja tus estándares de pulcritud al suelo, que casualmente es hasta dónde vas a perrear con esto. - ☆☆☆
Consenso: Aunque a Fantano no le encandile, es la magnum opus +18 a la que aspiraba CupcakKe cuando empezó en esto. Como dicen en Clash, supera con mucho cualquier expectativa. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Sin ser yo nada de eso, lo cierto es que la apabullante creatividad y la personalidad de Ms. CupcakKe acaba por hacer que se gane mi cariño. No todo son bangers, eso sí. - ☆☆☆
Xavier Cugat - Cugi’s Cocktails (1963)
Van ya dos críticas de álbumes densos, ya sea en lo sonoro o en lo lírico, ¿y qué es lo que apetece ahora? A una comida pesada como ésta sólo puede seguirla un pacharán, un licor de hierbas, o en los casos más elegantes, un rico cóctel de alta gama. Pues bien, con ese fin el gerundense Xavier Cugat, el verdadero rey del mambo4, nos abre su mueble bar en Cugi’s Cocktails, una suculenta carta de espirituosos. No sé si es la misma que ofrecerían en el ostentoso Waldorf Astoria durante los años en los que Cugat lideraba su orquesta, pero hay combinaciones para todos los paladares, si bien es cierto que el ADN cubano suele formar parte fundamental de la mezcla.
Cugat emigró pronto de España para instalarse en Cuba, y es el son la raíz de la inmensa mayoría de sus piezas; la herencia cañí de estos Cocktails puede circunscribirse al chupitazo de brandy que supone “Old-Fashioned”, aunque la vena de pasodoble da rápidamente paso a un sensual saxofón que anima más a bailar bien agarrado que a lanzar una chicuelina. El director, uno de los pioneros de la popularización de la música latina5, intenta tocar todos los palos de los que se ve capaz, que casi siempre aparecen como subtítulo de los temas. Así, “Zombie” es ostensiblemente un bolero, aunque algo atípico con ese onmipresente y estridente órgano entrando y saliendo, y el animado lujo de los brillantes metales de “Cocktails for Two” vibra al compás del chachachá; otras veces, la etiqueta parece traicionar al menos a mis oídos: “Rum & Coca-Cola” es, y siempre será, el prototipo y molde definitivo del calypso, por mucho que el título intente convencerme de que es un mambo. Y supongo que como toda velada donde corren los daiquiris, Cugi’s Cocktails es estimulante, pero sólo un rato. A medida que avanza, los señores con chaqué y las señoras con cardados imposibles y collares de perlas empiezan a verse borrosos e indistinguibles. El alto standing está ahí, es tangible, y hasta juguetitos tontorrones como “Grasshopper”, perfecta para cuando el anfitrión ofrece una partida de limbo como último recurso para animar la jarana, tienen su encanto, pero el efecto del disco entero, breve como es, acaba agarrotando los músculos. Además se deja la mejor en el principio, un “Cuba Libre” estruendoso pero que sabe pisar el freno y arrojarnos algunos amagos de dinámica. Tal vez esto embelesaría a Charo6, pero fuera de la jet set de los sesenta, tiene una cabida limitada.
Acceso: Para este guateque está todo el mundo en lista: sólo ponte tu mejor esmoquin y/o vestido de lentejuelas7. - ☆
Vibes: Un poco las de aquella escena de El triángulo de la tristeza con los millonarios vomitando en el comedor de un yate de lujo. Es decir increíbles. - ☆☆☆☆
Consenso: De la extensísima discografía de Xavier Cugat, éste es de lo más notable, aunque Viva Cugat!, de un par de años antes, le gana a los puntos. Ergo, puntuación intermedia. - ☆☆☆
Nota SoundClash: Como un martini: uno o dos de vez en cuando no hacen daño; aliméntate sólo de ellos, y tu hígado implosionará. - ☆☆☆
Art Blakey - A Night in Tunisia (1961)
Túnez, nación milenaria, cuna de la civilización que aún preserva su mágico misterio en cada rincón. O algo así dirán sus folletos turísticos, supongo; yo he estado una vez, hace ya años, y mi recuerdo más vívido es el de una tienda de presuntos perfumes naturales: te vendían una cantidad homeopática de “esencia”, que tú ya en tu casa mezclabas con alcohol de desinfectar para acabar obteniendo una colonia con aroma… a alcohol de desinfectar. ¿A qué iba a oler? Sea como fuere, al titán de las baquetas Art Blakey quizá le inspirara más el tesoro del levante mediterráneo, porque le dedicó no uno, sino dos LPs a esa Night in Tunisia. Aunque es más probable que la musa aquí fuera la composición de Dizzy Gillespie homónima8, un lienzo sobre el que Blakey comandó a sus Jazz Messengers9 con una sola instrucción: vamos a bopear como nadie ha bopeado jamás.
No voy a hacer un estudio comparativo de ambas versiones de “A Night in Tunisia” porque no soy un erudito del jazz ni por asomo, pero sólo escuchando el principio las intenciones quedan claras: ambas arrancan con un solo de Blakey a la batería, cómo no, pero donde la original mantiene un espíritu muy era big band, la revisión introduce un tenso groove de platillos chispeantes mucho más cercano a la banda sonora de una peli de espías, que es todo lo yo que pido del jazz, yo filisteo. La tour de force de Blakey es estelar, organizando el caos desde su trono con fills atronadores interpretados con una precisión y velocidad que resultan francamente absurdas. Él solito te paga el precio de la entrada, pero Shorter en el saxo tenor no se queda corto10: sus runs se robarían el show en el 99% de los álbumes, pero aquí al menos los bíceps de Blakey no están interesados en compartir el foco. Para “Sincerely Diana”, que sigue a pies juntillas el manual del bebop, el percusionista cede el espacio, que ocupan Wayne Shorter y Lee Morgan; si me tengo que quedar con uno, lo hago con el sentido melódico y estructural del primero, aunque tiendo a preferir a Morgan que a Shorter en “solitario”. En “So Tired” nos adentramos casi en territorio samba-jazz primigenio, con rondas de acordes más digeribles en los versos y unas marcadísimas síncopas de Jymie Merritt y Bobby Timmons, que también se salen. Las dos últimas piezas las acuña Morgan, y aunque no son los pedazos más dulces del pastel, la balada “Yama” rebosa elegancia y delicadeza, y “Kozo’s Waltz” brilla al brindarnos una impresión sonora de una calle abarrotada, o eso percibo yo al menos: un hervidero de bajo sobre el que Morgan, Timmons y Shorter ofrecen el único orden, turnándose muy educadamente para ejecutar sus respectivos solos, antes de que Blakey llegue a poner la guinda con otro de esos delirios galopantes marca de la casa. Sí, A Night in Tunisia abre fuerte y pierde inevitablemente fuelle con el paso del metraje, pero desprende tanta clase que todo se le perdona.
Acceso: Aunque el jazz no sea lo tuyo, siento que Art Blakey en general, y A Night in Tunisia en particular, es de lo más grato para mojar los pies. - ☆☆
Vibes: Es tan cool con tan poco esfuerzo que da hasta rabia. - ☆☆☆☆☆
Consenso: Blakey tiene una carrera demasiado historiada para dar la puntuación full, pero esto está en el Tier A sin lugar a dudas. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: De mis cosas favoritas en un género quizá demasiado abstracto para mí. Esto aterriza en la pista correcta, eso sí. - ☆☆☆☆
Sí, lo de “desecho industrial” es un cumplido en este contexto.
Ahora en serio, no te inmoles.
Su retorno un mes y poco después de aquella crisis fue de lo más badass, aunque algo preocupante porque tampoco fue un parón especialmente largo: posteó “Jesús ayunó 40 días y yo también…” justo al tiempo que anunciaba la fecha de su nuevo single. Vaya reina, la verdad.
En un tiempo en el que las bandas podían darle al swing o ser romanticonas sin mucho término medio, Cugat y sus músicos ofrecieron una alternativa hasta entonces inaudita, y con repercusión a nivel nacional —me refiero a EE.UU.— gracias a la radio.
She who shakes her maracas, que se casaría con Cugat en 1966.
O esmoquin de lentejuelas, aunque parecerá que vas a presentar la gala de Nochevieja de TVE.
Blakey la llevaba tocando desde 1954, y jura que estaba presente en el momento de su gestación por parte de Gillespie, en el “fondo de un cubo de basura en Texas”.
Radicalmente diferentes en el álbum de 1958 que en éste de 1961; al menos al peso, el último es el ganador con Lee Morgan y Wayne Shorter tirando del carro.
Pun not intended al principio, y luego definitivamente intended.