Fab Four - 27/10/2024
Cuatro bolitas que suben y que bajan con forma de cuatro intrépidos álbumes: dubstep con Syzy, retropop 70's con Cate Le Bon, punk con The Ruts, y payasadas varias con Emilio Aragón.
Emilio Aragón - Te huelen los pies (1990)
¿Hay algo que Emilio Aragón no pueda hacer? Tanto desde el punto de vista de la seguridad financiera como el del talento, el queridísimo hijo de un payaso y una cubana1 se ha permitido poder ser un pelín diletante, picando de todos los platos que había en la mesa: la ilusión circense, la medicina familiar, dirigir a Robert Duvall, presidir La Sexta, fundar una de las productoras televisivas más importantes del país… y la música. Quizá sea este último su amor verdadero, ese que le ha hecho ponerse el traje de guarachero y, bajo el seudónimo de Bebo San Juan, versionar a The Cure en clave de bachata. Porque, efectivamente, puede. Pero hace treinta años, corrió el calculado riesgo de perderle demasiado el respeto al arte de Euterpe con un álbum que es casi un objeto de burla transgeneracional. Os doy la bienvenida al purgatorio que es Te huelen los pies.
No es buena señal que lo primero que escuchemos sea una voz femenina que nos insta, muy educadamente, a bajar el volumen, pero no la culpo: si hubiera un Spanish Psycho, nuestro Patrick Bateman recitaría un desquiciado monólogo acerca de las virtudes de “Te huelen los pies”, justo antes de aplastar un cráneo a martillazos. Su intento de funk James Brown-ero2 se repite, con suerte similar, en varias ocasiones, y el efecto que tiene el calco que es “Cubatita de ron” es el de un déjà vu etílico. Milikito no es el mayor innovador de la estructura de la canción moderna precisamente, siguiendo al pie de la letra los planos del verso-estribillo-verso-estribillo-puente-estribillo-SOLO DE GUITARRA PARA TUS MUELAS-estribillo, y eso termina resultando plomizo. Si introduce algo, es a menudo para mal: los pareados en las estrofas de “422 Berlín”, algo así como el “Un ramito de violetas” de la Gen-X, sientan como dos puñales en el duodeno, así sin preguntar. Hay una enorme y serpenteante línea blanca que separa los dominios de la canción de patio de recreo y el hit para señor divorciado de ayer y hoy, y Emilio la recorre y recorre durante kilómetros sin terminar de decantarse del todo: ese es, para mí el pecado de Te huelen los pies: me cuesta imaginar a una persona real disfrutando del power pop bobalicón de “Cuidado con Paloma”, tal vez el éxito más mayúsculo, o de la fantasía pre-maniobra de Heimlich de “Yo tengo una bolita”. Por supuesto que Aragón no es el primero en conjugar humor y pop, pero su falta total de irreverencia en comparación con, pongamos, Un Pingüino en mi Ascensor o Los Toreros Muertos, echan por tierra su atractivo, a mi juicio. Al menos está “María”, un jazz pop sofisticado que, sin ser serio ni mucho menos, sí que aparenta haber recibido un cariño especial. Al resto, sólo la nostalgia puede darle cierto sentido.
Acceso: Para todos los públicos; si acaso la nota de corte está hasta demasiado baja. - ☆
Vibes: Si te encuentras una cinta de Te huelen los pies en la escena de un crimen, sabes en tu fuero interno que quien lo haya perpetrado volverá a delinquir. - ☆
Consenso: La gente suele ser benevolente con las cosas que están hechas bastante de cachondeo, así que no hay muchas opiniones negativas; las positivas, eso sí, son o completamente irónicas o están teñidas de añoranza de juventud. - ☆☆
Nota SoundClash: Hay que ser demasiado cínico para odiarlo por completo. Así y todo, me pone bastante a prueba. - ☆☆
Cate Le Bon - Mug Museum (2013)
Que Cate Le Bon escogiera ese apellido precisamente por Simon Le Bon, el vocalista guaperas de la banda favorita de los yuppies enfarlopados, Duran Duran, podría hacer pensar que en Mug Museum, el tercer álbum de esta galesa, va a ser el enésimo plato recalentado de remember ochentero que nos han dejado en el frigorífico: yo, personalmente, lo seguiría devorando con gusto, pero es verdad que hay que saber parar. ¡Falsa alarma! Si Le Bon, auteur excéntrica de las que ya no quedan, echa la vista atrás, es a la hedonista Nueva York más underground, la turbia imagen espejada de la soleada California a la que se acababa de trasladar, y de la que sí que se perciben los fantasmas de un placentero sueño psicodélico.
Los referentes de la británica son tan transparentes que resulta hasta trivial mencionarlos, pero qué es la crítica sino encontrar parecidos razonables: “I Can’t Help You” y su baile de guitarras ondulantes es un inquietante calco de la dupla Verlaine/Lloyd de Television, aunque el marcado acento de la artista nos saca a patadas del mugriento CBGB’s para pintarnos una postal un poco más bucólica; “Duke” es similarmente post-punk, encontrando un complicado equilibrio entre el frío desapego de lo ultracool y la pura emoción infantil que alcanzamos en esos agudos finales tan desinhibidamente joviales. Creo que es, sin embargo, el primer sentimiento el que acaba llevándose la palma, y no soy el primero que reporta cierta incapacidad para empatizar con las distancias que fija Le Bon: la producción, que hubiera podido perfectamente pasar por originalmente setentera, se comporta casi como un filtro más de Instagram. Hasta el melodrama de la balada “I Think I Knew”, con la temblorosa voz de Mike Hadreas AKA Perfume Genius como colaborador de lujo3, termina por resultar un pastiche retro que me resulta algo deshonesto. Las letras de la compositora, surreales fotogramas fragmentados que suelen desembocar en algún mantra reconfortante, suponen otra barrera más, como la lisérgica “Sisters” y su bizarra carrera de relevos familiar; “Cuckoo Through the Walls”, por contra, opta por la confrontación sónica directa a través de un desvarío Velvetiano de feedback atonal. Al final, Mug Museum parece preferir regodearse en su propia extravagancia impostada que en existir como ente autónomo: cuesta encontrar a Cate Le Bon debajo de tanta máscara de cera.
Acceso: Puede parecer asequible, porque la base melódica es concentrado de pop. El camino a ella sin embargo está flanqueado por todo tipo de trampas y artilugios. - ☆☆☆
Vibes: La gélida presencia de Le Bon no le impide ser carismática: el álbum puede hacérsete bola como a mí, pero si acaso es porque la cantante se pasa de guay. - ☆☆☆☆
Consenso: Hay de todo: desde la tibieza de The Line of Best Fit, que la acusa de perder su “atrayente idiosincrasia”, hasta las loas de The Irish Times, que encuentra muchas “capas para poder excavar”. - ☆☆☆
Nota SoundClash: La crítica creo que ha sido más negativa de lo que realmente merece, pero es que me he ido calentando. Es música por lo general perfectamente agradable, pero sigo viendo unos cuantos escalones entre donde estoy yo y donde está Mug Museum. - ☆☆☆
Syzy - The weight of the world (2024)
Mis incursiones en la electrónica son, vaya por delante, las de un niño pequeño chapoteando por primera vez en el océano, y siento que siempre serán así por mucho que me aventure una y otra vez en el género. Hoy toca bañarnos trémulamente en el mar de Syzy, une joven productore cuyo The weight of the world es, dicen, una de las apuestas más prometedoras del año en el EDM, ese arcoíris en el que cada vez caben más colores. El dubstep que pareció acaparar el sonido dance durante un período interminable hace una década y pico vuelve con espíritu zoomer. Toca preparar los tímpanos para una guerra cibernética sin cuartel.
Y es que ese es, sin duda, el sabor que deja este anfetamínico periplo por las cloacas de alguna civilización alienígena ultraavanzada: el de una integración de múltiples corrientes maquineras en distintos grados de maduración: hay momentos de pegajoso bubblegum bass, ese microgénero de synthpop con extra de helio que PC Music nos inoculó en vena y que tanto me fascina, como en los teclados de cuarzo pulido de “In your face!” y “ILUUUU”; pero también tenemos música de DJ pastillera, tanto en el aire festivalero bastante directo de temas como “Get a grip!” como en los ineludibles drops que acechan detrás de cada esquina, y la esperable hiperactividad Gen Z sublimada en algo llamado dariacore, una orgía de samples post-moderna4 regurgitados hasta lo irreconocible. Es todo un batiburrillo de glitches crujientes, atmósferas astrales, bajos infrasónicos y otros soniquetes, un millar de fibras que se entrelazan para conectarnos a una red pluridimensional. Hay espacio tanto para el pop de rayos gamma de la locura “HEART123” como para el Quimicefa digital de “Experience (HIGHER)”, siete minutos de indagación con las manijas de algún VST o cien, que conducen a una muy agradecida catarsis con el clímax de “Dancing on my own”, un dulce flan de ritmos sincopados bastante british. En resumidas cuentas, el matraz Erlenmeyer de Syzy ha precipitado un compuesto único, y si bien puede que tu neocórtex no vuelva nunca de el viaje que proporciona, creo que merece la pena el riesgo.
Acceso: No es del todo distinto a meter la cabeza en un pinball, pero por suerte las lucecitas tienden a distraernos de los traumatismos craneoencefálicos severos. - ☆☆☆
Vibes: El Disneyland de los bleeps y los bloops y los vroom vrooms. Se te hacen los ojos chiribitas. - ☆☆☆☆☆
Consenso: Pitchfork, siempre a la última, lo llama “el debut más intoxicante en años [en el dubstep]”, que no es moco de pavo. Y para la generación Soundcloud es ya casi un clásico. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Como siempre me aseguro de apuntar, no es mi estilo. Eso sí, las pocas neuronas que se me activan con The weight of the world lo hacen con una potencia inusitada. - ☆☆☆
The Ruts - The Crack (1979)
1979, Gran Bretaña. El año en el que la vieja bruja entra en Downing Street, el año en el que el punk, de pronto, cobra sentido. El año, por supuesto, de London Calling, bajo cuya tupida sombra empezaron a cobijarse especímenes de todo calado. Entre los más brillantemente fugaces, The Ruts5: su llama ardió apenas tres años, cuando su corrosivo vocalista Malcolm Owen se cargó la jeringuilla de más heroína más de la cuenta, pero les dio tiempo de sobra a rociar de gasolina su parcela y de echar mano a la caja de cerillas. The Crack es su único álbum de estudio, doce balas de realidad social que suenan tan vitales ahora como hace cuarenta y cinco años, que se dice pronto.
¡Arde Babilonia! Londres llama, quizá porque ve lo que hacen con las barbas de su vecina. “Babylon’s Burning” es uno de los temas más importantes del punk británico, un repique de campanas para dar comienzo a una década negra: “the spark of fear is smouldering / with ignorance and hate”, grita Owen, escupiendo sobre una chispa que desgraciadamente sigue teniendo combustible para rato. Sin ser tan versátiles como sus camaradas Clash, los Ruts saben que aún primando el mensaje, el glaseado para esa píldora de verdad es fundamental para que la traguemos sin masticar, y se nota: los riffs nueva oleros, muy The Jam, de gozadas como “Dope for Guns”, algo naïf geopolíticamente pero atrevida; o “Something That I Said”, tal vez lo más descaradamente —y prescientemente— pop, hacen mucho por suavizar lo que podía haber sido un denso sinfín de proclamas. Y es más: abrazándose al espíritu inclusivo y melómano, no tienen miramientos a abordar estilos como el reggae de “Jah War”, un gustoso homenaje, aunque puede ser que demasiado largo, a la militancia rastafari, o hasta el rock más clasicorro en “It Was Cold”, que desprende una especie arrogancia glam de ultratumba; habrá quien la considere la oveja negra entre tanta descarga antisistema, pero siempre en mi equipo. The Crack no frenaría el Thatcherismo, pero sí le lanzó un buen adoquín al cráneo. ¿Se le puede pedir más?
Acceso: El punk no siempre es inmediato, pero The Crack es muy hi-fi en ese sentido. Coge un megáfono, y únete. - ☆☆
Vibes: De estar hasta las narices de todo, ¿y cómo no estarlo? - ☆☆☆☆
Consenso: Un pilar. Allmusic da en el clavo con el factor diferenciador de The Ruts: mientras sus contemporáneos se vanagloriaban de saberse sólo tres acordes, ellos saben “sacudir un poderoso golpe musical”. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Me atrevería a afirmar que, como álbum redondo y cariñosamente construido, muy poquitos están a su altura en el ámbito del punk primigenio. - ☆☆☆☆
Que me hubiera gustado decir más de Doña Rita Violeta aparte de su país de procedencia, pero poco se cuenta; y si se sabe algo, es que no parece que le vaya a importar mucho que se le considere cubana por encima de todas las cosas.
1990 es el pico de la sobreproducción sintética, y el funk sudoroso es el género que menos necesita esas guarrerías. Pero no vamos a pedirle a Emilio Aragón un disco de Stax de repente.
Tanto que al final de la canción se me olvida casi por completo que esto es un álbum de otra persona.
Los ad-libs como “Eureka!” y “I/We love you!!” se repiten bastante, pero hay otros un poco más oblicuos, como la narración deportiva de “Take my energy!”.
No viene a cuento, pero en mi cabeza asocio directamente a The Ruts con Stuart Adamson y sus Big Country, la banda de rock celta, porque sé que tienen sus orígenes en un grupo punk; pero es un error mío, Adamson vino de los relativamente similares Skids, que explotaron por las mismas fechas.