Fab Four - 27/4/2025
Nos han robado el mes de abril. Lo guardábamos en el cajón donde guardamos estos cuatro discos de mandopop, glam 90ero, post-jazz-rock y collage electrónico autobusil. Por suerte eso no lo han robado.
Faye Wong - Sing and Play (1998)
Faye Wong es mucho, pero muchísimo más que el crush de toda una generación de culturetas, que aún viven soñando con que se cuele en sus casas a hurtadillas para pasarles la aspiradora como hacía su personaje de Chungking Express1. Su rol rupturista en el pop chino, tan satinado y conservador que a veces parecería ser de otro planeta, se cimentó en la década de los noventa con un álbum excelente tras otro. Fan fatal y confesa de Cocteau Twins, optó por adecuar su sonido dreamy a las sensibilidades de su país, que se rindió ante ella, coronándola como “reina celestial” y comprando sus discos como si fueran rosquillas. Para cuando llegó Sing and Play, o 唱遊, su DECIMOQUINTO disco en nueve años2 podía permitirse hacer más o menos lo que quisiera.
¿Y qué quería? Quizá demasiadas cosas; aún se encuentran compromisos con el baladismo reaccionario como “Red Beans”, que será uno de los mayores éxitos de Wong, pero que cae en todos los tópicos de lo que imaginamos se escucha en el hilo musical de un “todo a cien”: pianos lustrosos, cuerdas hiperglucémicas, reverberaciones exageradísimas. En otras ocasiones, como en “Give Up Half Way”, se hace patente que la producción tardo-noventera ha envejecido mucho peor que la de épocas anteriores, y no termina de ayudar que esos dos primeros acordes me obliguen a contenerme mucho para no gritar “TIRITAS PA’ ESTE CORAZÓN PARTÍOOO”. Pero, a decir verdad, ahí terminan las pegas, porque los puntos álgidos de Sing and Play dispersan cualquier nubarrón de mi juicio: escuchad “Emotional Life”, el ojo de un huracán gótico, un recuerdo borroso de algún juego de la Sega Dreamcast que jamás existió, y temblad; estremeceros con la sensual sutileza trip hop de “Sex Commandments”, donde la maleable voz de Wong, teatral pero hechizante, nos atrapa sin remedio; sonreíd con “Our Lord”, twee dulce como un pastel de manzana; aplaudid cuando, en la maravillosa y etéreo-grungy “Whimsical”, la artista cumple su ansiado sueño de sonar exactamente como Liz Fraser3. Wong tiene fama de distante y reservada, pero es capaz de conjurar imágenes tan vívidas que es imposible no comprender su magnetismo.
Acceso: No deja de estar en un idioma bastante opaco, y exhibe un sonido retrofuturista algo anticuado, pero son minucias. - ☆☆
Vibes: De diva valiente y poderosa. Pero cool como nadie. - ☆☆☆☆
Consenso: No es el mayor clásico de Faye Wong —Fuzao se lleva la palma— pero sí una excelente constatación de su particular embrujo. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Reconozco que he dudado y he estado a punto de flaquear con tres estrellas, aunque un repasito a los peaks de este Sing and Play es suficiente para sacarme de mi error. Discazo. - ☆☆☆☆
12twelve - Speritismo (2003)
Siempre que leo el nombre 12twelve, que a decir verdad tampoco es particularmente a menudo, recuerdo una sola cosa: esa demencial colaboración que hicieron nada menos que con Rosa de España. Y después de hacerlo, me planteo qué hemos hecho mal como especie para que no estemos hablando de ese “Una eternidad” 24/7, porque tela marinera. Tras tal tour de force, resulta hasta difícil ilusionarse por un Speritismo que sí, los vanguardistas catalanes grabaron en Chicago con el habitual de este blog Steve Albini, pero que no contiene ningún cameo de la eurovisiva granaína. Toca aguantarse.
Caeré en el tópico, porque no sé escribir de otra manera: Speritismo es un viaje, una suite de cuarenta minutos con piezas de distintos caracteres pero siempre pintadas con la misma paleta. A ratos su gusto por los matices jazzeros, casi de telefilme de espías, me intriga, y me hace desear que exploraran más el territorio delineado en “Leroy”: tal vez sea más acotado que los expansivos pasajes atmosféricos de “Siete mil vezes” —que al menos satisface mis ansias smooth con un ritmo de cinco por cuatro—, pero el poder ceñirse a esos parámetros hace que sus indagaciones dentro de ellos resulten más efectivas. Dicho de otro modo: es un álbum más interesante cuanto más se alejan del manido crescendo-core que ha poblado el post-rock durante generaciones: poco de ello ronda en “Hanashi”, un pastel galáctico de guitarras que se dilatan y bajos que suenan a monstruos haciendo la digestión, una canción que palpita y evoluciona como un organismo, en lugar de tenernos esperando al próximo estallido para recibir nuestra recompensa de dopamina; por contra, al final de Speritismo, “Gyara” y, especialmente, “Alcatraz”, representan el triunfo del estilo sobre la sustancia. Ambas son espectaculares demostraciones de pericia técnica4, pero se me antojan algo incompletas: la primera puro edging acelerado, la segunda un abuso del ya de por sí recurrente tremolo picking. 12twelve saben qué botones tocar para deleitar a los fans del género, e incluso puede que expandan sus horizontes un pelín, pero si se hubieran atrevido a dar rienda suelta a todo su potencial Speritismo sería un hito en el rock experimental español, en lugar de sólo un buen disco.
Acceso: Puede resultar esquivo a gente menos acostumbrada a las avalanchas sónicas de este calibre, pero creedme que dentro de lo que cabe es relativamente light. - ☆☆☆
Vibes: Un batiburrillo de ellas: se dan cita lo cósmico-psicodélico, el cine negro, y los documentales de volcanes en erupción. - ☆☆☆
Consenso: Difícil decirlo, porque cualquier medio que haya puesto a hablar del álbum venía ya muy predispuesto de casa a amarlo. Pero venga, si en La Fonoteca dicen que “alcanza cotas de indiscutible calidad”, vamos a ser consecuentes. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Me tenía en sus redes y me ha alejado poco a poco. En fin, más vale haber amado y perdido que no haber amado nunca. - ☆☆☆
Weed420 - Amor de Encava (2025)
Aunque la alternativa es peor, hacerse adulto es una tragedia: despedirse de las facilidades que te han dado, pocas o muchas, para labrarte tu propio camino bajo una libertad más que ilusoria es el motivo más obvio, pero hay dolores más sutiles y más amargos, como el momento en el que sientes la primera puñalada de nostalgia. Los integrantes de Weed420, colectivo caraqueño que debuta en largo con este Amor de Encava, están sintiendo en sus carnes esos incipientes achaques de melancolía, agravados por el hecho de que la situación de la juventud en Venezuela debe resultar bastante desesperante. ¿El refugio de esta generación abandonada? La cannabis sativa, por supuesto, pero también uno con similares efectos narcóticos: los autobuses interurbanos.
Hay dos maneras de escuchar Amor de Encava: sin contexto en absoluto, es tentador tacharlo de un elaborado trituraoídos, un puré de samples de anuncios de seguros, viejos temas de salsa y reggaetón, gritos, sintetizadores, y sobre todo ruido. Mucho ruido. Conociendo el concepto, la idea detrás de este agitado trayecto en minibús… pues sí, sigue siendo un poco una tortura, pero al menos es una que hay que respetar por su arrojo. Su aproximación al collage es novel, prescindiendo del copy-paste simplón para en su lugar apilar decenas de texturas en un sindiós que hay desentramar con paciencia: hay melodías en “LARA BRANGER”, ocultas bajo bocinazos y ritmos quebradizos, entre eslóganes de locutores malévolos y pads alienígenas, y elementos como el rap despechado de “Mala intención” nos anclan a algo tangible antes de volver a sacudir nuestro cerebelo con baladas latinas y frenazos. Weed420 se esfuerzan en transportarnos a ese vehículo traqueteando por las carreteras nacionales, uno que más que pasajeros con un destino fijo porta dentro la esencia de Venezuela en estado de desintegración: “El chiste más largo de la historia” justifica las a priori descabelladas comparaciones con bandas como Have a Nice Life que he leído por ahí: hay una herida que supura aquí, un río de lágrimas corriendo que ni siquiera el pa tum pa tum de Daddy Yankee —sampleado en “Maluca”, el caos más total, entre el drum ‘n’ bass y el atasco de tráfico— puede represar. Al final, me temo, gana la impotencia: “Nada va a pasar” es, como dice nuestro anti-hypeman, el “sonido de un país muriendo”, donde el único escape parece ser que te toque la lotería. Desde la infinita lejanía que me separa, geográfica y mentalmente, de Weed420, es difícil no sentir simpatía por ellos.
Acceso: Un densísimo ovillo electrosalsanoise que puede darte la jaqueca de tu vida. - ☆☆☆☆
Vibes: Tristes, nocturnas, descuajaringantes. Una ruta indescifrable por todas las experiencias humanas, con bien de baches. - ☆☆☆☆
Consenso: De momento no se ha propagado mucho más allá de su audiencia de nicho, pero ésta ha aplaudido hasta con las orejas. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Se han ganado la estima de mi corazón, pero no la de mis trompas de Eustaquio, francamente. - ☆☆
Earl Brutus - Your Majesty… We Are Here (1996)
¿Qué podemos decir a estas alturas de Earl Brutus que no se haya dicho ya…? ¿O que sí se haya dicho? Venga, admitiré que no sé ni cómo ha llegado a mi puerta esta banda tan extremadamente británica5, y que más allá del relativo fun fact de que uno de sus miembros es hermano del rubio de ABC, no sé nada de ellos. ¿Y quizá mejor, no? He aquí la única carta de presentación que necesitan, y que les vale tanto para la difunta reina Isabel como para los incautos como: Your Majesty… We Are Here aprovecha el tirón del britpop para correrse una juerga antológica a su costa, como solo saben hacer los buenos hooligans.
La comparación que aparece más a menudo en las crónicas de estos dioses menores del underground es la de The Fall, y seguramente sea acertada en cuanto a las probabilidades de que aparecieran cubiertos de sus propios orines sobre el escenario, pero musicalmente distan bastante de las proclamas surreales del enfermizo Mark E. Smith. Lo cual no es poca cosa, porque escuchar a Earl Brutus es un juego constante de “adivina a quién le están birlando”. El género glam es el que mayor derecho a indemnización tiene, y donde más tienden a defenderse estos muchachos: “Don’t Leave Me Behind Mate” —lo mejor de Your Majesty, si me preguntáis a mí— suelta purpurina con cada palmada de su adictivo ritmo bubblegum, y el himno a la eyaculación “Male Milk” le introduce unos cuantos arrebatos industriales a la fórmula. Cuando no le pisan a tope al pedal de la furia rockera, como hacen literalmente en la hipervitaminada “Black Speedway”, su fuerza se diluye entre el pastiche. Aman a Kraftwerk locamente, y lo demuestran con creces en el electro de “On Me Not In Me” que de golpe y porrazo se transforma en una épica barroco-Queenesca sin avisar; “Navy Head” también termina con un breve émulo del krautrock, aunque todo lo anterior suene que tira para atrás a hermanos Gallagher. Nunca llega a haber un momento en el que creamos que estamos conociendo a Earl Brutus, sólo al puñado de retales que han coleccionado con el tiempo. Quizá la coreable6 “Life’s Too Long” nos permite atisbar algo de personalidad: un cinismo seco, casi masoquista, y un sarcasmo autorreferencial que sólo puede haberse curtido bajo innumerables madrugadas de lluvia en un pub mohoso. No me fascina, así que consigue su propósito, entiendo; pero yo hubiera preferido que estos cincuenta minutos condujeran a algo más que al enésimo comentario sobre el ennui inglés. It is what it is.
Acceso: Les gusta contrariarnos: por cada tema de rock al uso hay un par de minutos de moñigueo instrumental, así no nos acostumbramos. - ☆☆☆
Vibes: El olor a vómito va a necesitar más que una ducha para irse por completo. - ☆☆
Consenso: Entiendo que hay como dos periodistas en UK enamorados hasta las trancas de este álbum que no comprenden como no fueron más grandes que Oasis y Blur juntos. Va por ellos. - ☆☆☆
Nota SoundClash: Iba a ser menos, pero tiene algún momento disfrutón entre lo anodino. - ☆☆☆
Entrego mi carné de pedante afirmando que en cuanto a antología romántica prefiero Love Actually, pero la de Wong Kar-Wai tiene un encanto onírico que, pese a que me cuesta decir que me la pondría ahora, sí que deja una sensación extrañamente entrañable e imperecedera.
Lanzó cuatro solamente en 1994, que así cualquiera.
Y ser más o menos igual de inteligible, aún cantando en cantonés.
José Roselló, el batería, está impresionante: espero que le invitaran a una buena cena porque se carrilea el disco prácticamente.
Imagino que a través del listado de The Guardian de los “1000 discos que escuchar antes de morir”, pero tampoco podría asegurarlo a ciencia cierta.
Coreable si vas por la séptima pinta de Guinness esa noche, quiero decir.