Fab Four - 30/3/2025
¿Buscas oscuridad? ¿Rabia emo? ¿Rock en estado puro? ¿A dos nerds fuera de control? Sea lo que sea, lo tenemos.
Avril Lavigne - Under My Skin (2004)
Oh, Avril. Cuántos barcos emos habrán zarpado por tu flequillo. Sé que estarás profundamente disgustada con SoundClash, por el indigno tratamiento que hicimos de tu persona en la última temporada de nuestro podcast insignia, pero no temas. Llega aquí una oportunidad para resarcirte, en forma de tu disco de sophomore, un Under My Skin que tenía nada envidiable tarea de mantener el elevado listón comercial de un debut, Let Go, que casi, casi podría haber sido un grandes éxitos. Aquí, la canadiense parece sentir el impulso de deshacerse de su imagen de adolescente pop-punk con un álbum más rabioso, mucho más frío, y… sin pretender que nos cancele para siempre, he de decir que igual de gélida es mi respuesta hacia la música aquí contenida.
Porque Avril siempre ha sido intensa, nadie lo pone en duda, pero aún en su constante queja de teenager insatisfecha había un montón de diversión: chicos con monopatín y bailarinas de ballet convivían en armonía en su universo, ¿pero aquí? La pataleta no tiene lado amable, es todo un victimismo ensimismado que a mí, al menos, me agota, y eso que tengo un talento enorme para desconectarme de sus berrinches. Y es una pena, porque cuando me atrapa, lo hace pero bien: “My Happy Ending” es gloriosa, equilibrando perfectamente esa comprensible necesidad de mudar la piel hacia un estilo más maduro con uno de los estribillos atronadores marca de la casa; y la oscuridad que abruma y confunde funciona muy bien en “Take Me Away”, tal vez lo más cerca que haya estado Lavigne de afiliarse al nu metal. Por no hablar de “Don’t Tell Me”, una balada tan rematadamente dosmilera que cuando empieza casi estás esperando a la voz de Bustamante, pero que te desarma rápidamente con su honestidad. Un concepto que está por todas partes en este Under My Skin: Lavigne está en autodescubrimiento, sabedora de que los dramas de instituto no le van a servir eternamente1, y sin embargo, más allá de cierto update sónico, lo frustrante es que conceptualmente su búsqueda no le lleva a ninguna parte: toda su persona —en el sentido junguiano de la palabra, cómo no— es la de ser distinta a los demás2, mayormente por ser del todo incontentable. Es fácil identificarse con su fracaso, tanto en su propio examen de conciencia —véase “He Wasn’t”, de lo más Disneyesca— como en su fútil intento de entender a alguien más en “Nobody’s Home”3. Pero incluso empatizando con sus problemas, y metiéndome “bajo su piel”, el envoltorio se me antoja formulista y ramplón, especialmente hacia el final del álbum. “So much for my happy ending…”
Acceso: Es más rockero, pero no por ello pierde ni un ápice de atractivo comercial. - ☆
Vibes: Tu tolerancia hacia el resentimiento imperecedero de Lavigne depende bastante de si viviste su peak en tus años mozos; si no, olvídate. - ☆☆☆
Consenso: La gente lo considera bastante unánimemente mejor que Let Go, pero está lejos de ser una favorita de la crítica; incluso la opinión favorable de Allmusic se asegura de apuntar que “sus talentos están mejor utilizados en música menos contemplativa que la de Under My Skin”. - ☆☆☆
Nota SoundClash: A diferencia de lo que pueda parecer, no lo odio, pero sí lo veo como un notable paso atrás; en particular en cuanto a pura memorabilidad se refiere. - ☆☆☆
Huremic - Seeking Darkness (2025)
Hay gente que no tiene suficiente con un alias: su identidad está tan dispersa que se resiste imperiosamente a encasillarse, optando por diversificar su portfolio musical. Es el caso de Parannoul, cuyo nombre real nos es paradójicamente ignoto: un joven surcoreano de producción prolífica, que osó aventurarse por la avenida del shoegaze atmosférico a mediados de la pasada década4, para luego empezar a ramificarse cual Yggdrasil: primero sus intereses por la new age resultaron en el proyecto mydreamfeaver, y ahora, sumido en una búsqueda de la oscuridad como Huremic, nos regala un post-rock ruidoso, denso, con reminiscencias del folklore de allá por Hanguk, en este Seeking Darkness que va volando mentes por dondequiera que va.
Absolutamente engorilado tras haber experimentado el anime de Buda de Osamu Tezuka5, Parannoul —que así le vamos a llamar— construye esta suite en cinco partes que para mí actúa como la contrapartida siniestra, infernal, del bucólico Long Season de los Fishmans: donde éste te sume en una nube de algodón de azúcar, rebotando como el eco contra los acantilados, Seeking Darkness parece querer cubrirte en puro azufre, y hacerte conocer el verdadero abismo. La Pt. 1 se esfuerza en que caigas en su hipnótica red, en que no termines de percatarte de que, mientras tratas de mantener la vista en un punto fijo y familiar, tu entorno inmediato está cada vez más cerca de engullirte. Es una experiencia estremecedora, entre otras cosas porque sabes que el artista sólo quiere ganarse, a su manera macabra, tu confianza; crear una expectativa que pueda destrozar cuando le venga en gana. Es por eso que cuando nos lanza ladera abajo, en la Pt. 2, a merced de que nos atropellen las ruedas de su locomotora cacofónica, nos despeñamos con una sonrisa y con la adrenalina por las nubes. Cada golpe de la batería lo sentimos en el cráneo, cada bramido de algún efecto de sonido desencajado es otra de nuestras neuronas diciéndonos adiós. El respiro de la tercera parte, con suaves interludios de guitarra y todo un gabinete de curiosidades auditivas, nos limpia el paladar antes de lo que sabemos será otro cataclismo de grandes proporciones. La resaca nos lleva a una Pt. 4 turbia, apocalíptica, con un trabajo de guitarra que nos inunda en un fuego cósmico, bastante krautrockiano, antes de volvernos a liberar para un último asalto: el tiempo para el frenesí ya ha concluido, pero lo que prometía ser un cara a cara final con nuestra peor pesadilla termina siendo más un ascenso a algún plano superior, una vuelta a casa. Fuimos en pos de la oscuridad, y la encontramos. Ahora sólo queda vivir con ello.
Acceso: No es intratable, pero tus oídos se resentirán un rato tras este periplo por los avernos. - ☆☆☆☆
Vibes: Lo de escuchar a un niño prodigio surcoreano levantará alguna ceja que otra, pero no saben lo que se pierden. - ☆☆☆
Consenso: Al borde de otorgarle la nota máxima, por muy precipitado que sea; en lo que llevamos de 2025 no tiene mucho rival; pero al mismo tiempo es demasiado “de nicho” como para haber permeado por completo. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Reconozco que pierde fuelle en la segunda mitad, pero —aún estando alejadísimo de mi dieta habitual— el bellísimo caos de los dos primeros temas es innegable. - ☆☆☆☆
Badana - Adiós a las ruinas (1995)
Ser una estrella del rock puede catapultarte a la fama y la gloria, pero es bastante más probable que aún tras décadas y décadas de empeño, de sangre, sudor y lágrimas, no llegues a terminar de “romper el cascarón”. Badana salieron de Alicante como adolescentes con hambre de leyenda; hoy, si bien su trayectoria no es moco de pavo, cuesta encontrar referencias sobre ellos, incluso habiendo lanzado un álbum6 este pasado 2024. ¿Qué los trae a las puertas de SoundClash? Principalmente, el azar, pero con este Adiós a las ruinas tienen la oportunidad de ganar algún que otro adepto a sus filas. ¿La aprovecharán?
Es complicado: si eres un asiduo enjoyer de esta clase de “liberales melenudos”, como se autodefinen en la trallera y biográfica “Seguiré siendo igual”, Badana no tienen ninguna papeleta para decepcionarte. El suyo es rock duro, sin tapujos ni contemplaciones, de power chords flamígeros y voces como el trueno, que si acaso adolece de sonar bastante pasado de moda para mediados de los noventa, con unos arreglos más bien glam metaleros, un género que ya había erradicado el grunge, al menos en teoría. Su argüíble mayor virtud, esa renuencia reaccionaria a desviarse ni una micra del sonido rock probado es, como no podía ser de otra manera, su punto flaco: cuando empieza “Era diciembre”, me dejo llevar, abriendo mi apetito para una sesión vespertina de headbanging mejor que cualquiera de pilates; para el tramo final, sin embargo, estoy derrengado. “La gracia del bufón” me pilla con las cervicales totalmente molidas, y el paladar más que saciado de riffs más simples que el asa de un cubo, y de letras manidas. Sí, tal vez ganen algo de mi aprecio con canciones empáticas, algo más alejadas de los estándares; como “La princesa desencantada”, una visión de una relación abusiva que, pese a haber envejecido regular denota que sus preocupaciones van más allá de los clichés… Pero por desgracia, para cuando llega, ya ha entrado en tus oídos la vergonzante “Parecían tontas”, así que la otra acaba sonando más a un “disculpa por lo de antes, no somos tan así”. Adiós a las ruinas queda, por tanto, más como una reliquia de un género en declive, una tentativa de agarrarse a unos buenos tiempos ya muy pasados. El rock and roll nunca morirá, supongo, pero creedme: puede evolucionar.
Acceso: Los pelos a la altura de la cadera y una chupa de cuero. Si cumples ese requisito, eres bienvenido. - ☆☆
Vibes: Huele igual que los heavies de Callao que tanto misterio nos despiertan. O sea, un poco a caspa. - ☆☆
Consenso: Que es el mejor del grupo, incluso merecedor de un monográfico de tres horas y media por parte de Corsarios del Metal. Hasta que punto eso es garantía de calidad, no lo sé. - ☆☆☆
Nota SoundClash: En dosis pequeñas, es un álbum de rock perfectamente correcto. Entero, pues se me hace algo de bola. - ☆☆☆
They Might Be Giants - Lincoln (1988)
No os acordaréis porque sois apenas mozalbetes, pero hubo un tiempo en el que ser un frikazo no estaba bien visto. Claro, fue antes de los tropocientos premios Oscar para El señor de los anillos, de que Big Bang Theory nos hiciera olvidar cómo sonaban nuestras propias carcajadas, de que los superhéroes se convirtieran en el único género existente de ficción. They Might Be Giants provienen de esa lejana era: un dúo adicto a los juegos de palabras y a las melodías inteligentes dispuesto a ofrecer una alternativa tanto a la artificiosidad mainstream como a la seriedad excesiva de los indies. Y este excelentísimo Lincoln bien podría ser su obra maestra.
Los Johns, Finnell y Flansburgh, acompañados de su fiable caja de ritmos electrónica, nos dan una vuelta por sus descontroladas cabezas en dieciocho cancioncitas cortas y al pie, pero inmensamente disfrutonas, demostrando que entre tontuna y la calidad no hay un espectro, sino un teseracto con infinitos solapamientos. Cuando van sin rodeos, casi siempre son asombrosos: “Ana Ng” es peculiar en temática, con ese romance de las antípodas, y ligeramente en timbre, pero por lo demás es un excepcional émulo de baja fidelidad de la mejor Athens scene de R.E.M y cía; “They’ll Need a Crane” es, si cabe, aún mejor, toda una maravilla jangle que encarna con un humor muy amargo la desintegración de una relación a manos del tedio. Pero no sólo de power pop vive el hombre7: TMBG se las saben todas, y tienen munición de sobra para repartir. ¿Crees que por ser dos dorks de Nueva Inglaterra no se van a atrever con la salsa cubana? “The World’s Address” y su desfasadísimo y tronchante son —y qué decir del slap bass sintetizado— aparece y te calla la boca. ¿Y el jazz cabaretero? Pues el himno a las anfetas “Lie Still, Little Bottle”, que mejora incluso en los directos aún más cuando Flansburgh agarra un cayado a lo Gandalf y lo aporrea en el suelo como percusión. Y si todo les falla, que no les pasa en Lincoln pero bueno, siempre pueden recurrir a copiar a los clásicos de la tradición vodevilera como en la tristemente vigente y brillantísima “Kiss Me, Son of God”: trata de encontrar dos versos iniciales mejores que “I built a little empire out of some crazy garbage / called the blood of the exploited working class”8 y volverás con las manos vacías. A vez pueriles y geniales, They Might Be Giants saben resolver la ecuación del pop como nadie.
Acceso: El lo fi no es para todo el mundo, pero el cutrerío de estos dos tiene muchísimo encanto. - ☆☆
Vibes: Los OG’s de verdad: original geeks de cuando serlo significaba algo. No aceptes imitaciones. - ☆☆☆☆
Consenso: No tiene los puntos álgidos de Flood9, pero en consistencia no le gana nadie. Cuando hasta el aguafiestas de Robert Christgau tiene que rendirse a su ingenio, es que tienes que ser muy especial. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Incluso mejor de lo que recordaba. Hay relleno, pero pesa mucho más la magia de la mayoría de temas. - ☆☆☆☆
Aunque los dioses la condenaron con una apariencia eternamente joven, o sea que podría haber vivido del carpeteo mucho tiempo.
Una de las favoritas de sus fans; y no está mal, pero a mí se me empieza a olvidar según la estoy oyendo.
Bajo el pseudónimo de laststar, de hecho.
Aprobado por el Dalai Lama nada menos.
Su sexto, si no me fallan mis fuentes: Al otro lado de las cosas, a este lado de la nada.
Aunque yo casi sí.
Nunca está de más recordar que el primer bolo de They Might Be Giants lo dieron en un mitin de celebración del tercer aniversario de la Revolución Sandinista, bajo el nombre de “El Grupo de Rock and Roll” para apelar al posible público hispanohablante que allí estuviera congregado.
Es que cualquiera se pone a igualar “Birdhouse in Your Soul”.