Fab Four - 30/6/2024
Cero concesiones a lo convencional hoy: metal del inframundo, hip hop mitológico, folk medieval y experimentación afro-prog-electro-jazz-noise. Ahora vas y lo cascas.
Bongripper - Empty (2024)
El metal lleva dirigiéndose hacia dos puntos de fuga opuestos pero complementarios desde sus albores: el vértigo de la velocidad que imponen modificadores como thrash, death o los muchos -cores, y los terrores abisales de un apocalipsis lento pero imparable en el doom o el sludge. Bongripper, cuyo nombre relativamente jocoso1 traiciona nuestra confianza de que su música pueda ser jovial y festiva, tiene toda la intención de infundir su tortura sónica a través de un dolor parsimonioso, con tal de vernos sufrir. Y cuando de nuestros cuerpos ya sólo quede la carcasa, y el espíritu haya abandonado tras ser sometido a hora y pico de guitarras plomizas y estallidos de ruido atonal, también nos ofrecen un consuelo: “nada queda vacío por siempre”2.
Empty son cuatro riffs, nada más, y nada menos: estirados, deformados más allá de lo reconocible, las tres o cuatro notas que los componen arrastrando con ellas ríos de mercurio que amenazan con aplastarnos. Difícil pues, hacer distinciones entre las piezas, porque cualquier cosa que diga es aplicable a todas, que no bajan de los diez minutos, pero tomemos por ejemplo “Nothing”: una melodía amorfa surge de las profundidades marinas, allí donde no llega un rayo de luz. Emprende su viaje hacia la superficie, propelido por una batería descomunal que esculpe el agua a su alrededor; imposible determinar si es la melodía quien sigue al ritmo o al revés. Es todo un denso monolito de obsidiana. El riff puede tener distintos matices: “Remains” a veces suena como un rugido proveniente del núcleo terrestre que desgarra todo a su paso; “Forever” rasga el cielo con una tormenta de feedback, levantando un barro primordial que repta a duras penas hasta engullirnos;“Empty” bien podrían ser las campanas del juicio final, llamando a un último acto de redención. Las imágenes escatológicas, en el sentido cosmológico de la palabra, vienen de manera inevitable a la mente, y no auguran un futuro prometedor a la humanidad, pobrecita. Pero no temamos: algo vendrá después; lo único es que probablemente sea un sufrimiento aún peor.
Acceso: Apto para paladares con bastante tolerancia al magma. - ☆☆☆
Vibes: Pues imagínate, un lago de fuego desde el que aparece una hidra con malas pulgas; y resistirse es inútil. Seguro que esto suena muy apetecible para según qué personas, eso es cierto. - ☆☆
Consenso: No parece de lo mejorcito de la banda, pero se lleva elogios de los trve metaleros. Como bien dice Wonderbox Metal en esta por lo demás hilarante crítica, “si sólo puedes escuchar un disco de doom este año, que sea éste”. Pues venga, por qué no. - ☆☆☆
Nota SoundClash: No es mi idea de diversión, desde luego, pero tampoco lo rechazo. Entiendo el atractivo que su devastación auditiva puede ejercer; a quién no le gusta un poquito de turismo hadopelágico3. - ☆☆
Véronique Chalot - J'ai vu le loup (1977)
Oh, la música folclórica, último reducto donde preservar las costumbres milenarias de una cultura. J’ai vu le loup se publicó en 1977, en pleno éxtasis discotequero ―resulta difícil concebir un álbum más alejado del glamour de la bola de espejos que éste―, con el subtítulo “ritmos y cantos tradicionales bretones y occitanos”: una fusión de tierras muy alejadas geográficamente4 pero que en la cautivadora voz de Véronique Chalot, la ideóloga detrás del disco, parecen estar a un tiro de piedra.
Le loup es una sucesión de idas y venidas a un encantador bosque, donde Chalot nos recibe como algún tipo de autoridad faérica más, y a la vibrante plaza de un núcleo urbano, donde puede correr el vino y la danza. Personalmente, me inclino hacia la primera opción: la magia que transmite Chalot, conjurando magistrales tapices tejidos a partir de instrumentos regionales como el dulcémele o el epinete5 hipnotizan en canciones como “La maumariée”, la inquietante historia de una esposa y su despiadado marido, al que dan su merecido en un estremecedor crescendo, o la dulce melodía de sirena de “Chant de la mer”, con arpeggios meciéndonos como las olas del océano. En la segunda variante, la de la jarana, entran los temas pares como “Bourrée”, que es puro descontrol etílico e instrumental con flautas, bombardas y panderetas para bailar alrededor de la hoguera y expulsar a espíritus malévolos, o también “Danse des sorcieres”, que es menos de taberna y más de encantamientos y meigas y esas cosas, claro está. Las vacaciones al medievo no están completas sin un viaje casi lisérgico a las oscuridades del alma humana, y por suerte tenemos “L’empoisonneuse” para darnos esa dosis de vibraciones perturbadas; nueve minutos de tensión trepidante, en los que parece que en cualquier momento alguna criatura que acecha en la noche se cernirá sobre nosotros. Chalot arroja algo de luz a esa “edad oscura”, y la imagen que nos vuelve es misteriosa pero seductora.
Acceso: Mentalidad abierta siempre para que nos bauticen aguas que brotaron hace siglos, pero es la música del pueblo llano al fin y al cabo. - ☆☆
Vibes: Hace que la Edad Media parezca una época medio apetecible para vivir; casi nos olvidamos de la peste negra, el opresivo feudalismo ultrarreligioso y las guerras constantes. - ☆☆☆☆
Consenso: El interés en el folk tenía tan poco futuro comercial que Chalot tuvo que editar Le loup en Italia, donde al menos tendría cierto factor de curiosidad. Aún así, goza de buena reputación hoy en día. - ☆☆☆
Nota SoundClash: Aunque me gusta más cuando suena a cantautora folk con cierto regustillo tradicionalista, la parte que tiene de “fósil devuelto a la vida” es bastante interesante también. - ☆☆☆
Za! - Wanananai (2013)
Za! Una onomatopeya que puedes emitir, tal vez, al pisar una pieza de lego, o al pillarte un meñique con una puerta. Para expresar sorpresa, miedo, burla o superioridad moral. En la infinitud de opciones está la gracia, y dos catalanes, veteranos de la escena alternativa6, han hecho de “Za!” una formulación del caos más contagioso. Un universo en el que vale absolutamente todo, mezclando sonidos jazzeros, africanos, minimalismo, glitch, y prog para desencadenar el pandemónium en tu cerebelo.
Tanto experimentar no está exento de un peculiar sentido del humor, que se manifiesta en las extrañas filias que aquí se incluye, a saber: el proceso de elaboración del café, el orientalismo, y el número tres. Tres son las partes de “El Calentito” (1-2-3), donde se alternan lo exótico de su sabor afrocubano, lo hipnótico de los polirritmos fractales que se marcan, y la intriga de una pregunta que, spoiler alert, queda sin resolver: ¿quién lo trae caliente? Desconozco la temperatura del long black que hacen los Za! aquí, pero sin duda contiene generosas porciones de absurdo dada: “Gran muralla china” tiene algo de Philip Glass, algo de Lightning Bolt, y mucha aversión a la normalidad; “Gacela verde”7 comienza como un disparate y termina como uno aún mayor, un árbol mutante del que salen ramas electrónicas y hasta math rock. Otro tríptico, Hotto!/Hottero!!/Hottesto!!!, que bien podrían ser los nombres de unos Pokémon que jamás vieron la luz del día, consiste en la desmesurada repetición de los títulos en un ritual de ácido con percusión ametrallada, trompetas que desorientan como sirenas de ambulancia y disonancias microtonales. Claramente lo experimental es la norma, pero incluso de eso se desvían: “Mr. Reality” podría venir de unos Jamiroquai solo un poquito más alienígenas de lo normal, con sus bucles de piano lo-fi y sus pegadizos falsetes. ¿Qué es Za!, entonces? Supongo que en la imposibilidad de describirlo, en su contradicción intrínseca, radica la definición. Expect the unexpected.
Acceso: Es similar, en fondo y en forma, a meter la cabeza en una máquina de pachinko. ¿Pero qué tienes que perder? - ☆☆☆☆
Vibes: Esto sí que es libertad, y no lo de Ayuso. A veces un poco también de libertinaje, la verdad. - ☆☆☆☆
Consenso: Es cierto, apenas apareció en medios; pero Rockdelux, que no es moco de pavo, dijo que era el disco español del año, en términos mayestáticos como “brutal bacanal” o… “esvástica de ritmos y frenesí”. ¿Estáis bien? ¿Cu-cuatro estrellas? - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Qué os voy a decir, si me conocéis más o menos: hay momentos de explosión neuronal rollo flipe y otros de explosión neuronal rollo ictus. Za! me da, y Za! me quita. - ☆☆
Hermit and the Recluse - Orpheus vs. the Sirens (2018)
Orfeo contra las sirenas: en la Velada del Año olímpica, ¿podría haber un combate con más hype? Claro que Hades vs. Zeus tiene gancho, con esa rivalidad antológica que nos han metido con calzador pese a no tener ninguna base histórica8, ¿pero y esta batalla de gallos? Eso sí que sería un SoundClash en toda regla: un intercambio de seductoras melodías, unas capaces de que brote la primavera, otras de llevar a marineros y demás incautos a su ruina. Ahora bien, ¿es tal leyenda lo suficientemente sustanciosa para aguantar un concept album del hip hop más líricamente oblicuo?
Eso piensan Ka, bombero y héroe de día, verbalista underground de noche, y el productor Animoss, y desde luego es difícil quitarles la razón: Orpheus es un tour de force en todos sus ámbitos, aunque poco o nada se acerque a las corrientes mainstream del rap; en el fondo, como dice Ka en “Hades”, “there’s purity in obscurity”. Y es que el disco es todo un exorcismo en clave de Metamorfosis de Ovidio del de Brooklyn, quien ve reflejadas sus experiencias vitales de violencia, lucha y responsabilidad social en las figuras griegas: Ka carga con el mundo sobre sus hombros como “Atlas”, y equipara su brillantez musical, pero más su capacidad de supervivencia, con la de Orfeo9. El flow acuático, como lo define el rapero, a veces raya en lo sedante: nunca una frase más alta que la otra, todas brotando con precisión quirúrgica, si bien no sin pasión. Animoss, por si acaso, desempolva las cajas más ignoradas de su tienda de vinilos de confianza para diseñar beats que, en perfecta simbiosis con Ka, pintan un lienzo de exquisito ensueño sin distraer de lo principal: en “Sirens” recurre a un sample de canción melódica argentina de un tal Jerónimo, mientras que en la excelente “The Punishment of Sisyphus” el honor es para el rey de lo bizarro y profeta del horny lo-fi Gary Wilson. Con esas referencias, aunque a menudo lo monótono de Ka haga algo de mella, Orpheus resulta una obra tan rematadamente original que cualquier defecto que pueda tener es perdonable.
Acceso: Grado en filología clásica aconsejable pero no obligatorio, siempre que tengas las letras a mano para exprimirle el juguillo. Y pensabas que las humanidades no tienen salidas… - ☆☆
Vibes: La combinación es extraña pero funciona, y Ka es uno de los MCs más auténticos que encontrarás aquí o en cualquier parte. - ☆☆☆☆
Consenso: No creo que veas jamás una mala reseña de Orpheus vs. the Sirens. En Pitchfork tiran de analogía para apuntar que “su claridad artística resuena pura y nítida como un cuenco tibetano”. Vaya fieras. - ☆☆☆☆
Nota SoundClash: Es breve, pero aún así me ha dado cierta pájara a los dos tercios de disco con el ligero sopor que me estaba induciendo, pero es que he dormido poco. Hay calidad, aunque no es un álbum al que vaya a volver muy a menudo. Por carencia mía, desde luego. - ☆☆☆
Vendría a traducirse como “fumador de cachimba”.
Los títulos de los cuatro pasajes de Empty transmiten este mensaje secreto; una práctica que Bongripper han ejercido en sus últimos álbumes. Todo bastante cute, ojalá más gente los imitara.
Habéis visto que no me decido entre el agua y fuego como metáfora; nunca prometí que mi prosa fuera particularmente consistente. Lo que sí se me dan bien son las excusas.
En cuanto a ubicación, el equivalente en España sería combinar folk murciano y gallego; culturalmente Occitania tiene bastante más en común con Cataluña que Murcia, claro.
No confundir con el erizo rosa de Barrio Sésamo.
Edi Pou, encargado de la batería, es la mitad de Los Sara Fontán; el disco más reciente de Za! es a pachas con las Tarta Relena y miembros varios de bandas tradicionales de sardana. No dejan títere con cabeza.
Igual es mi impresión ultra friki, pero quiero pensar que la asociación de ideas que les llevó de “gacela verde” a “Gran Muralla China” pasa por Humor amarillo y aquel señor con traje: “voy a saltar la valla por mis hijos que me estarán viendo en casa”. En cuyo caso Wanananai es un cinco estrellas automático.
Al menos, toda la base histórica que puede tener una ficción.
Como bien indica Tiny Mix Tapes en su preciosa review, el paralelismo Ka/Orfeo hace que esas “sirenas” de las que hablan no sean solo las de la cola de merluza, sino también la de los coches de policía. Para saber quién vence os remito a Apolonio de Rodas, que aquí se viene leído de casa.