Fleetwood Mac - Tango in the Night (1987)
Resistiré, para seguir viviendo. O algo así se debían de decir los Mac entre gramo y gramo. Los métodos no serían los aconsejables, pero la excelencia de este álbum no tiene discusión.
“Listen to the wind on the water…”
Cuando el LSD hace estragos en el cerebro de tu líder, el profeta del blues británico…
Cuando el alcohol hace lo propio con su sustituto, y tras el enésimo brote violento no queda más remedio que perderle de vista…
Cuando el siguiente en llegar va y se tira a la mujer del batería, y decidís parar y que sanen las heridas…
Cuando tu mánager aprovecha tu ausencia para apoderarse de tu nombre y montar un proyecto paralelo con él, como si fuerais los Locomía…
Cuando por fin entra savia nueva, y llega el éxito, y con él las drogas en cantidades industriales, y se multiplican las infidelidades, las rupturas y el rencor…
“…just as I begin to fade…”
Cuando, durante veinte años, el destino te ha dejado meridianamente claro que seguir adelante te va a destruir, que tu existencia de alguna manera representa un desequilibrio en el universo…
Tal vez deberías escuchar al viento sobre el agua, susurrando “ríndete”. A las olas en la orilla, golpeando incesantemente igual que la vida; un impacto tras otro contra el que es inútil luchar.
Tal vez, lo mejor sería desaparecer.
“…”
“…”
“…THEN I REMEMBER!”
Adaptarse a los tiempos es casi siempre un arma de doble filo: gira bruscamente y corres el riesgo de dejar atrás a tu base de seguidores; duda un minuto más de la cuenta y la última moda te habrá adelantado por la derecha. Pero las vicisitudes diversas, ya mencionadas, obligaron a Fleetwood Mac a tener que dar un volantazo cada par de años; el de rigor, el que tantas otras bandas tuvieron que dar en los plásticos ochenta, se antojaba solamente un trámite.
Hay que apuntar, claro está, que Tango in the Night, una obra cumbre del pop adulto que sólo podría ser gestada por las máximas autoridades en el género, no es el único álbum de Fleetwood Mac en la década: Mirage, nacido en el momento más convulso1 de un grupo que no conoció más que momentos convulsos, arrojaba destellos de brillantez, verbigracia “Gypsy”, una de las más embriagadoras muestras del talento sobrenatural de Stevie Nicks, pero también, aunque en menor medida, las fantásticas “Hold Me” y “Only Over You”2. Pero con el éxito fulgurante del Bella Donna de Stevie Nicks un año atrás, y la más discreta pero deliciosa carrera en solitario de Lindsey Buckingham dando sus primeros coletazos, quedó patente que ninguno de los involucrados dio el 100%; el título del disco, “Espejismo”, parecía venir bastante bien traído. Pero demasiado aceptable fue el resultado, estando los ánimos como estaban: valgan de ejemplo las miradas que se dedican Stevie y Lindsey en según qué actuación de la gira.
No voy a mentir tampoco: estar aproximadamente libres de distracciones, más allá del odio mal contenido, no hace que Tango in the Night sea un disco perfecto. Como Mirage, adolece de una segunda mitad que se queda algo más lejos de maravillar. “When I See You Again” es su más obvia rémora, una despojada balada en la que una exageradísima Nicks, que lleva al extremo todas sus rarezas vocales, no hace mucho por erradicar el tufo a fondo musical de un in memoriam. Pero aún en esas pistas inferiores, y con esa olvidable excepción, se desprende un encanto difícil de describir.
No quisiera responsabilizar a una única persona del sonido Tango, un suntuoso artificio con guitarras de terciopelo e hipnóticas cajas de ritmos, cuidadosamente navegando por la fina línea del kitsch. Pero un somero repaso a la trayectoria completa de Lindsey Buckingham, sumado a su crédito como productor, hacen poco por disimular el hecho de que el álbum comenzó sus andanzas como un proyecto independiente del californiano, al que acabaron sumándose sus compañeros. Y los camellos de éstos. Cómo tendría que ser la cosa para que Buckingham describiera el panorama en estos términos:
“Habíamos pasado de lo que podría considerarse un consumo de drogas aceptable o excusable a una situación en la que todos nos habíamos dado contra la pared... Creo que fue nuestro período más oscuro."
De esa oscuridad, se vislumbra algún retazo; puedo estar bastante solo en esto, pero “Tango in the Night” es mi tema favorito de su homónimo. Un baile a la luz de la luna que se siente más una pesadilla entre sudores, enseñándonos al Buckingham más teatral. No sé si será por la cocaína, que agudiza el foco, pero el mimo que le ponen a cada recoveco del espacio sonoro hace de la canción, y del LP en su conjunto, un pastelito para los audiófilos. Hay un zoólogico entero de guitarras revoloteando: áureos arpegios, puñetazos de distorsión, ágil fingerpicking, y un ensordecedor solo que parece la explosión de una presa. Desde hace mucho sostengo que cualquier pseudo-lista de ases de las seis cuerdas que no tenga a Buckingham en ella es automáticamente inválida.
Pero basta de mamporrería dirigida, que los Mac eran cinco, al menos aquí. ¿Y Christine McVie? ¿Qué ha sido de ella? Si sabes lo más mínimo de Tango, recordarás que la teclista protagoniza los dos números más recordados con diferencia; se podría argüir que, en ese sentido, los Fleetwood Mac de los 80s son los de Mrs. McVie. Y llegaremos a esos singles, claro está, pero pasemos antes por el más olvidado, y el último en salir: “Isn’t It Midnight” es una auténtica rareza, y lo es por ser el tema más directo del plantel. Una rodaja de rock paranoide absolutamente estelar, más que un poquito Scarface: lleva impresa la sensación de pisar a fondo el acelerador de un descapotable, de querer huir de todo, y ese “todo” volviendo a vengarse, de nuevo en la forma de un monumental y afilado solo. Quizá precisamente sea el tono de McVie ―3aireado, limpio, algo andrógino― el que dota a “Midnight” de su magia: Nicks hubiera querido comerse la canción, Buckingham puede pasarse de excéntrico; McVie era la toma de tierra, y sus contribuciones en Mac jamás deberían ser dadas por sentadas.
En cuanto a Nicks se refiere, la enigmática vocalista probablemente ni recuerde sus aportaciones aquí, entre clonazepam y clonazepam. “Seven Wonders”, pese a ello, es espectacular: un ensueño de un paraíso inalcanzable, misterioso, al que solo se puede acceder en una nube. Nicks se deja llevar por la marea, con ad-libs que ni ella podría explicar4, hasta que finalmente entra en su estado de trance habitual, ese en el que nadie más ha conseguido meterse nunca.
Y es que una Stevie Nicks medio groggy es mejor que cualquiera de tus favs, pero su hechizo en Tango está muy limitado: apenas pasó dos semanas en total grabando, y cuando tuvo el detalle de dejarse caer por el estudio5 lo hizo con una botellita de brandy en la mano y otra en el hígado. Se ve que su paso por el Betty Ford no surtió demasiado efecto, pero al menos nos dio una canción. “Welcome to the Room… Sara” es un exorcismo grupal en el que Nicks no se corta a la hora de dar detalles: “have I been here before? / this is a dream, right? / déjà vu, did I come here on my own? /…oh, I see”. Una confusión que se extiende al tema en sí, ligeramente fragmentado, dando tumbos, con Stevie disociando: es Stevie, y Sara, y Scarlett6, y todas necesitan ayuda urgente.
Buckingham, hombre práctico donde los haya, reaccionó a la poca fiabilidad de Nicks comprándose un Fairlight CMI, sampler mítico capaz de modificar el tono de sus muestras. Así, presionando una tecla, podía tener la tesitura de Stevie, o de Barry White si hubiera querido; queda claro que en lo más hondo de su alma Buckingham probablemente hubiera preferido que los Mac le dejaran hacer su disco tranquilito. La casi tribal “Caroline” es un buen ejemplo de sus diversos experimentos con la técnica, con sus ricos overdubs y los giros exóticos en la melodía, pero sobre todo en el tratamiento de la percusión, casi irreal: difícil saber lo que es obra de Mick Fleetwood y lo que es sintetizado.
“Mystified” es otra excursión a los reinos del easy listening, como sacada de un folleto de una agencia de viajes a Hawaii. La pausada voz de McVie y los slides de Buckingham nos sedan, despidiéndonos de la cara A del álbum como si acabáramos de salir de un tratamiento de spa. No me encanta, pero es una decisión acertada, considerando que las pulsaciones suben inmediatamente7 después: ya está aquí, ya llegó “Little Lies”.
Podría reutilizar mi descripción ya publicada, porque no he cambiado de opinión: es una obra del todo perfecta, impoluta, que además destaca por adherirse con mayor firmeza a las clásicas estructuras del pop de las que Buckingham y Nicks a menudo prescinden; McVie es claramente una compositora infravalorada, y sus camaradas lo saben, dejando a un lado momentáneamente el desdén acumulado de diez años para ser partícipes de su genialidad. “Tell me lies”, cantan en sucesión, sin haberse aplicado nunca el cuento, según parece, después de escribirse y gritarse tanta bilis; igualmente, ese “we’re better off apart / let’s give it a try” nunca terminó de ser cierto para Fleetwood Mac, porque si no no se hubieran arrejuntado tantas, tantas veces.
Si Christine McVie era el pegamento8, Buckingham, como ya sabemos ―al menos en lo que respecta a Tango in the Night― era la locomotora. Sus esfuerzos por capitanear el barco le llevaron al colapso, y abandonaría la formación cuatro meses después del lanzamiento. Su disco como solista había derivado en un arduo trabajo de niñero de cuatro politoxicómanos que se metían de todo, recordemos, en su propia casa. “I am what I am”, diría, “a family man”: una canción que remite muchísimo a futuros trabajos como Out of the Cradle, recomendadísimo hasta el infinito, tal vez el disco que Lindsey siempre quiso que fuera Tango. Con sus dejes de acústica casi flamenca, y el retumbante bajo de John McVie9, es una exhibición más de los prodigiosos dedos del artista. Pero si realmente quieres ver su magia en acción…
¡“Big Love”! ¡Estaba ahí desde el principio! Reconvertida a un escaparate de la descomunal habilidad de Buckingham en directo, donde se planta en la penumbra y hace que una guitarra parezcan quince, de una manera tan impresionante que sólo parece posible si tienes dos cerebros; su versión de estudio, si bien no tan hipnótica y extasiante, sigue siendo tremenda, creedme10. Si le tuviera que poner un pero a esta desesperada y erótica fantasía, jadeos incluidos11, es que es una publicidad ligeramente engañosa de Tango; aquí Lindsey es por completo autosuficiente, y aunque hubiera deseado que así fuera, la colaboración compositiva siguió dando buen fruto en Fleetwood Mac.
Quizá suene raro usar de ejemplo de esa buena química profesional a “You and I, Pt. II”12, pero qué diablos: Christine y Lindsey convierten la canción más tonta en una de las más deliciosas. Con un uso juicioso pero juguetón de su amado Fairlight, se sacan de la manga un estribillo tan encantador, tan naïf, que hace que me muera de amor ahí mismo, en la última pista. Y tengo que agradecérselo a este repaso a fondo, porque en un Tango tan cargado por la parte delantera, mi atención nunca había reparado más de la cuenta en “You and I”, y él, también, ha estado ahí todo el tiempo. Qué cosas.
Oh, Tango, cómo podría expresar tus inagotables embrujos. Qué palabras podría utilizar para decir que tienes algo para cada momento, y que doquiera que vaya, allá me acompañarás.
Es bastante fácil, en realidad. Sólo hay que empezar con un “oooh aaaaaah”.
“I wanna be with you everywheeeere”.
“Everywhere” es un milagro, que sólo podía provenir del corazón de Fleetwood Mac. Entre el rencor, la turbación, el desprecio, y sí, farlopa por un tubo, farlopa en carretas, farlopa como para subir el PIB de Colombia una barbaridad, que Christine diera a luz una perla como “Everywhere” debería suponer el fin del nihilismo como ideología. Es uno de los mejores abrazos de la historia del pop, una burbuja de alegría irreprimible, lo más parecido a subir al cielito que vas a encontrar en formato mp3.
Así que el 7 de agosto de 1987, cuando Stevie le pegó aquel puñetazo a Lindsey, y éste reaccionó cogiéndola del cuello, se pueden dar por sentadas dos cosas:
Que en ese momento no estaba sonando “Everywhere”.
Que era el fin de una era, otra vez. Que esas heridas a medio cicatrizar volvían a estar gangrenosas, y que quizá alguien iba a tomar la sensata decisión de amputar, en lugar de aguantar con una tirita13.
Lógicamente, en un año se habrían reconciliado; otros dos verían a Buckingham de nuevo en el estudio con ellos para una colaboración puntual; y para mediados de los 90, Fleetwood Mac volvía a existir con lo que llamaríamos su “formación clásica”. Duró lo que duró, y así un par de veces más hasta lo inevitable. Lo único que puede frenar la montaña rusa de los Fleetwood Mac.
Chris McVie falleció en 2022, poniendo fin a todas las posibles especulaciones de reuniones de una vez por todas, y con ellas a la mejor y más duradera telenovela de la música rock. Y es que a veces es fácil reducir a Fleetwood Mac al salseo, al melodrama. Pero si en algún momento, y creo que es imposible, se me olvida quiénes fueron realmente estos sujetos, estos supervivientes, sólo hace falta poner Tango in the Night. Porque en cuanto suenan un par de compases…
“…THEN I REMEMBER!”
Hasta ese punto; more on that later.
Cuyo nebuloso halo fue explotado, acertadamente, por Daniel Lopatin aka Oneohtrix Point Never para inventar nada menos que el vaporwave.
¿Una nota al pie al lado de una raya? Sí, pero eso no es lo curioso; lo curioso es que la raya no se la haya esnifado nadie.
Por lo del clonazepam. Pero por ejemplo, en cuanto a la palabra que repite entre el estribillo y la estrofa, he leído cuatro páginas de discusión en un foro de hace dos décadas: ¿“Tara”? ¿“Sara”? Hay hasta quien se ha autoconvencido, en un disparatado “Laurel/Yanny 2.0” de que dice “Emmeline”… Que es otro de los despistes de Nicks aquí: en el primer verso canta “you touched my hand all the way / all the way down to Emmeline”; se suponía que era “all the way down, you held the line”, pero algo escuchó mal en la demo que se inventó un lugar de fantasía inexistente. Y así nacen las leyendas.
Por cierto, lo que susurra es “Aaron”.
No debió de ayudar que éste fuera la casa de Buckingham, ex de Nicks, y su nueva novia. Fleetwood Mac siempre tirando piedras contra su propio tejado.
Sara por “Sara Anderson”, el nombre con el que se dio de alta en el Betty Ford; Scarlett imagino por la protagonista de Lo que el viento se llevó, de ahí la frase inicial, “It’s not home / and it’s not Tara”, en referencia al rancho de la O’Hara.
Menos inmediatamente si tienes un vinilo, obvio.
…Se la hubieran esnifado. Perdón, otro chiste de drogas, ya paro. Pero a las pruebas me remito.
No hemos hablado mucho de ti, John, amigo mío, pero no te preocupes, “I would never break the chain”.
Siento que no estoy haciendo suficiente por vender el disco; por hablar con fríos datos: sólo existe otro álbum que empata con Tango en la categoría de “más canciones que considero totalmente inmejorables”. Si queréis saber cual, id a la serie de “Las 250 de Quixote” y haced números. Cuando esté acabada, claro. Nah, es broma, es éste.
Ambos de Buckingham, por cierto.
Y la “Pt. I”, os preguntaréis. Al otro lado del single de “Big Love”. Y aquí. Muy agradable, aunque no hubiera estado entre los puntos álgidos de Tango.
Fueron dos tiritas, Billy Burnette y Rick Vito. Pobrecitos, no los envidio nada: suplir a Buckingham es una ardua tarea; de hecho, la siguiente vez ―ahora sí, casi seguro: la última― que hubo que hacerlo, escogieron a dos megatitanes como Neil Finn y Mike Campbell.