Generalizando: A cappella
Cantad, cantad malditos. Hoy hacemos un informe pormenorizado de la historia del grito pelao ahí a cara de perro, sin guitarritas ni cosas de esas. Voces y nada, y ni falta que hace.
Al principio, sólo había voces. Seguramente.
La verdad es que ningún antropólogo puede aseverar a ciencia cierta si fue el cantar o el dar golpes a algo lo que engendró aquel divino arte que hoy llamamos música. Pero mientras que hasta el más talentoso percusionista puede resultar molesto pasados cinco minutos de aporreamiento de tambores y platillos, una voz humana bien usada puede regalarnos los oídos casi indefinidamente1.
Dúos, tríos, cuartetos, coros, orfeones. Infinitudes de configuraciones con un único hormigón que los fundamenta: el de unas membranas en la laringe que vibran, mágicamente, cuando así se lo dicta nuestro cerebro. Aquí repasaremos la historia del a cappella, el canturreo sin acompañamiento, quizá el género musical con más afiliados, y posiblemente el único que puedas practicar ahora mismo bajo la ducha.
LA PIONERA: Hildegarda de Bingen, “Qui sunt hi, ut sub nubes?”
Pocos artículos me presentan la oportunidad de comenzar con una santa del siglo XI, y desde luego no la voy a desperdiciar. La Hildy fue una mujer del Renacimiento tres siglos antes de que se inventara, metiendo las manos en la masa de la ciencia, la filosofía, la medicina, la literatura, y las visiones proféticas, pero en particular es su obra musical la que despierta más admiración hoy día; hay quien diría2, que no encontraría rival en la composición hasta que llegara un tal Bach.
Y como buena monja benedictina, su producción se inscribe, lógicamente, en lo sacro. Este pasaje basado en el libro de Isaías sirve como prólogo para su Ordo virtutum. Voces femeninas monofónicas y masculinas armonizadas se intercalan para ofrecernos este solemne cántico, presumiblemente impregnado de metáforas, sin saber yo latín ni nada. Interpretado —en conmemoración del noveno centenario del nacimiento de Hildegarda— con la maestría habitual por el conjunto Sequentia3, que llevan treinta años manteniendo vivo el espíritu de la Sibila del Rin, este “Qui sunt hi” nos hace compartir el fervor de la religiosa por unos instantes, e incluso vislumbrar con nuestros propios ojos aquello que debió ver en sus éxtasis. Vamos a pasar a lo siguiente antes de que se me materialice un ángel aquí en el salón.
DERRAPANDO: 12,000 Girl Scouts cantan “Kum-ba-yah”
Llaman al timbre. Es ella otra vez.
La pequeña Margaret, vicepresidenta primera del regimiento de Ardillas Exploradoras de las Girl Scouts de Wallingford, Connecticut, llama a tu puerta con la sonrisa —y las galletas— de siempre. Avena con pasas. Mermelada de arándano. Cobertura de chocolate.
Hastiado de tal insistencia comercial, ver su pecosa cara provoca una reacción desmedida, quizá, pero justificable en tu atosigada cabeza. Un airado portazo elimina a la muchacha de tu vista, y aunque entiendes que volverá, porque no le han dado la insignia de “joven emprendedora” por nada, piensas que por lo menos se lo pensará dos veces, o al menos traerá las pastas rellenas de vainilla y caramelo que sabes que esconde en alguna parte.
Lo que desconoces es que, cuando regrese, no lo va a hacer sola.
Este “Kum-ba-yah”, entonado presuntamente por unos cuantos millares de chiquillas en perfecta sincronía, lleva impreso sobre él el sello de la pasivo-agresividad vengativa, como si fueran perfectamente conscientes de la finitud de la paciencia humana. A lo mejor es la elección de canción, que ya hiede un pelín a utopía pacifista irrealizable, o tal vez sea la pésima fidelidad del audio, enlatado y en mono, de tal manera que da igual que sean doce o doce mil las niñas reclutadas aquella apacible mañana de 1965 para este despropósito.
Al menos, nos aseguran en la contraportada del LP, plantaron unos cuantos pinos piñoneros por las molestias.
EL LADO OBSCURO: The 180 Gs - “Wireless”
Hora de lanzarse de cabeza y sin casco por las verdes colinas de la bizarrada. Los Cardiacs del sombrerero loco Tim Smith nunca temieron alienar al oyente, con estructuras rocambolescas, cambios de tempo repentinos, y voces más propias de un episodio maníaco-esquizofrénico que de una canción pop. Pero donde otra gente puede ver un reto, o tal vez un delirio quijotesco, otros ven una oportunidad.
The 180 Gs es el proyecto de un tal David Minnick, arreglista que en sus ratos libres decide convertir los temas más disparatados e imposibles en piezas a cappella de desbordante complejidad. Ha hecho lo propio con Negativland, los Residents o Captain Beefheart, pero el Sing to God de los Cardiacs es ostensiblemente su magnum opus. “Wireless” era originalmente una caricatura psicotrópica un poquito cargante, y garantizo que bajo la batuta de Minnick no pierde un ápice de locura; de hecho me atrevería a afirmar que gana muchos enteros en esta encarnación, pero es bastante posible que haya perdido el juicio irreversiblemente en el proceso.
BAÑO DE MASAS: Bobby McFerrin - “Don’t Worry, Be Happy”
Antes de Jacob Collier, el codiciado nicho de “hombre pretenaturalmente talentoso que hace uso de sus dones para el mal” lo ocupaba Bobby McFerrin4. Ambos tienen la inquietante tendencia de involucrar al público en sus espectáculos, como en un Cantajuegos para adultos, y el niño prodigio de lo microtonal también gusta de prescindir de instrumentos para sus alardes de oído absoluto, como aquel “Moon River”.
Pero si hay algo que nunca le pasará a Collier, ni en un millón de vidas, es que lo vayan a confundir con Bob Marley.
“Don’t Worry, Be Happy” es un cañonazo de buen rollo que suele dispararse en los momentos menos oportunos —en una sala de espera, en un atasco, en tu velatorio— y que es tan transparente en sus ansias de querer alegrarte el día que sólo consigue causar el efecto contrario. Ese silbidito despreocupado inyecta tus ojos en sangre y te apaga la consciencia durante cerca de cinco minutos; para cuando termina y consigues recuperar el oremus, sólo los cuerpos apalizados a tu alrededor y el ardor en tus nudillos dan alguna pista de lo que ha podido pasar.
Pero bueno, por lo demás está bastante bien.
LA VUELTA AL MUNDO: Insingizi - “Amasango”
El enfoque a cappella es, claro está, universal, y no hace falta rascar mucho para encontrar ejemplos de él en cualquier rincón del mundo. Paul Simon lo sabía, y cuando quiso impregnar su archiexitoso Graceland con ese barniz de eclecticismo globalista que lo define, puso rumbo al sur de Africa a buscar a lo mejorcito de la canción tradicional de aquellos lares5.
Insingizi son precisamente herederos de esa tradición, y “Amasango” una muestra impecable de lo que sería el isicathamiya zulú, la variante más melodiosa y suave del género, y por lo tanto la más popular6 hoy día. Aquí, el trío —aunque juraría que suenan más de tres voces— se persona en las puertas de San Pedro suplicando su derecho a entrar algún día. Y la verdad es que, con semejante despliegue vocal, ¿quién les dice que no?
Sinuosas armonías perfectas y percusiones cuasi-beatbox convierten esta pieza en lo más apetecible que puede ser el a cappella, haciendo bastante por demostrar que el número de voces presentes es inversamente proporcional a lo aguantable del resultado.
EN ESPAÑITA: Fátima Miranda - “PercuVOZ”
El lema anterior encuentra su contraejemplo en el corolario de McFerrin de más arriba, ¿así que dónde está la verdad? ¿Se puede hacer una pieza estrictamente vocal como Juan Palomo? Fátima Miranda, desde la áurea Salamanca, viene a despejar la incógnita con su propio axioma, que sentencia: “sí, pero sólo si es en directo, nada de modernidades multipista”7.
Si le quitas el audio, este “PercuVOZ” puede asemejarse ligeramente a un ataque epiléptico.
Ahora bien, si se lo vuelves a poner, descubrirás que también suena como un ataque epiléptico. Solo que uno alucinante.
Miranda exprime las resonancias de todos sus apéndices faciales durante un buen rato mientras emite distintas variaciones de chirridos, al principio audibles para las personas pero que acaban alcanzando frecuencias que sólo pueden captar los murciélagos y los radares militares. A ratos suena como una conversación entre dos avispas marujas, otras veces evoca a una cinta rebobinando, y otras tantas a Millán Salcedo; pero en ningún momento lo que suenan son sonidos de un homo sapiens.
Es obvio que esto tiene todo de performance artística, o casi más de gimnasia, pero a veces ser testigo de los límites de la capacidad humana es igual de placentero que un temita sandunguero.
FIVE STARS: Imogen Heap - “Hide and Seek”
“Mmmm, whatcha saaaaayyy”.
Antes de que Jason Deruuuuuloooo se la llevara por delante, esa frase ya había mutado en meme, lista para enmarcar cualquier giro hiperdramático de los acontecimientos, cortesía del icono del humor millennial Andy Samberg y su Lonely Island. Estadísticamente, si has escuchado alguna vez el clip, será por alguna de esas dos vías, y puede que el verdadero origen de la cuestión te sea totalmente ajeno. Pues bien, eso tiene fácil arreglo.
Imogen Heap, otrora mitad del dúo electrónico Frou Frou8, es la responsable de esta fantasmal balada de belleza intangible. Su voz, paradójicamente, suena aún más cercana con ese velo de vocoder, y resulta fascinante lo distinto que suena el mismo efecto en su garganta y en la de, por poner un ejemplo comparable, Laurie Anderson.
Es cierto lo que señalan algunos, que es que la parte que ha sido reutilizada hasta la saciedad sienta un poco como un jumpscare en el contexto de la canción, como si de repente en medio de un oratorio de Bach alguien se arrancara con el “Paquito chocolatero”, pero ello no obra en detrimento de una pieza de tan delicado dolor. Preciosa.
EL HORROR: Apator - “Destroyer Satan”
Nos vamos a la antípoda total de la calidad, con uno de los discos basura más legendarios de la historia.
Apator es un infame caballero neerlandés que, credit where credit is due, tuvo el intrigante destello de conjurar las texturas demoníacas del black metal sin más recursos que su propia voz y una grabadora de cinta. De su abominable Masturbate in Praise of Black Satan, de veintisiete minutos muy poco llevaderos, podría haber escogido cualquier pista: todas consisten del interfecto recitando el título una y otra y otra vez, con pausas entre medias y un modulador del pitch que hace que parezca el ogro Golón.
Pero “Destroyer Satan” tiene un algo especialmente lacerante. Tal vez sea porque la frase repetida ni siquiera es particularmente vil —otras alternativas en el mismo álbum incluyen “Satan Vomits (On Holy Mary’s Virgin Child)”, o “The Satanic Bloodspraying”—, o tal vez porque hay algo en la distribución de vocales de “destroyer” que además lo hace medio ininteligible con tanto word chewing, pero qué sé yo.
Sea como fuere, espero al menos que Belcebú tuviera la decencia de manifestarse en el pentagrama de sal de Apator para que esto no le supusiera una pérdida total de tiempo al chaval.
FUERA DEL TIESTO: Björk - “Who Is It (Carry My Joy On the Left, Carry My Pain On the Right)”
¿Quién, si no Miss Guðmundsdóttir, para tomar la música más milenaria de esta especie nuestra y tornarla absolutamente alienígena? Medúlla posiblemente sea la más célebre incursión en el a cappella de una artista mainstream, si es que tal etiqueta se le aplica a la islandesa. El elenco de éste su quinto álbum9 es absolutamente estelar, cubriendo cada matiz, cada veta de lo que puede hacer uno desgañitándose: están virtuosos como Mike Patton de Faith No More, el venerabilísimo Robert Wyatt, la reina del canto inuit Tanya Tagaq, dos coros diferentes, tres beatboxers, y al menos un señor haciendo pedorretas con la boca.
Y eso que el propio juego de cuerdas vocales de Björk da de sí de sobra: siempre versátil, siempre adepta en esas enrevesadas melodías cuya estructura siempre parece pender de un hilo. “Who Is It”, sin embargo, es pop de lo más directo: en cuanto sorteamos el breve aquelarre inicial, se convierte en un tema casi dance, muy reminiscente de trabajos anteriores, aunque ay del DJ que se atreviera a colar esto en medio de una rave.
Puede acusarse, con cierto fundamento, a Medúlla de ser efectista, pero cuando hay semejante genio detrás del proyecto, hay que ser muy cínico para no sentarse y disfrutar sin más.
AHORA QUÉ: Landless - “My Lagan Love”
Unos cuantos milenios después de que aquella persona primitiva entonara la primera tonadilla en la soledad de su cueva, sigue habiendo bandas, bandas nuevas, siguiendo esa misma estela. Lo sombrío y solemne del folk irlandés lo hace un candidato más que propicio para el formato, y las cuatro integrantes de Landless lo demuestran con creces.
“My Lagan Love” es, cómo no, una canción antigua de la isla Esmeralda, y ha sido interpretada por una barbaridad de gente, de Van Morrison a Kate Bush a Hozier a Sinéad O’Connor. Pero, sin ser yo purista ni nada por el estilo, hay algo en las estremecedoras armonías de Landless, algo que se siente arraigado en las verdes praderas de la indómita Eire, que hace que el resto de adaptaciones se sientan superfluas. Porque el cantar —al amor de una doncella, a un Dios, a Satanás10—, despojado de artificios es una de las cada vez menos cosas que tenemos prácticamente todos en común, un lazo que nos une a nuestros ancestros, un acto de comunión poderoso y a la vez nuestro placer más accesible.
Así que alzad vuestras voces. Aunque, si son desagradables, con un poco de moderación.
Siempre y cuando no sea la del vecino y el reloj marque las tres de la madrugada, en cuyo caso no queda otra que recurrir, qué remedio, a la percusión: la de un bate de béisbol en su cráneo.
Como por ejemplo yo, ahora mismo.
Me fascina que en la descripción del vídeo en YouTube hay diecinueve vocalistas acreditados, y luego un tal Jeff Baust que aparece con la función "unknown”. Según dice la web es un profesor de Berklee de lo más florido, pero prefiero pensar que es un señor que se coló en el auditorio y firmó un papel.
Y antes de eso el Unabomber.
Encontrando en el proceso a Ladysmith Black Mambazo, que se convirtieron prácticamente en los únicos representantes de ese estilo con algo de reconocimiento internacional. Y que yo pensaba que era un señor solo hasta el día de hoy.
La más poderosa, la de El rey león con sus cánticos a todo pulmón, sería el mbube. De hecho la versión original de “The Lion Sleeps Tonight”, la de Solomon Linda, se llama precisamente “Mbube”, y está considerada el origen del término.
También conocido como el teorema de Meredith Monk.
Aunque parece que se han vuelto a reunir, si bien no con una agitadísima actividad.
Depende de cómo cuentes, puede ser el sexto —la banda sonora de Dancer in the Dark es virtualmente un disco suyo—, el séptimo —Gling-Gló al menos la pilló en la mayoría de edad—, o el octavo —no olvidemos el debut, no confundir con el Debut, que hizo con 12 años.
Que no es que lo de Apator fuera cantar, pero si creíais que iba a terminar el artículo sin hacer al menos una referencia a Diamanda Galás, estáis apañaos.