HorteRadio: David Civera - La Chiqui Big Band
No solo de clásicos vive el ser humano, a veces toca acometer "guilty pleasures" mucho más "guilty" que "pleasures". Hoy le toca a Civera, el capo de los guateques, y su "Chiqui Big Band".
Mira que soy malo…
Si hay algo más divertido que reseñar álbumes de calidad, o al menos algunos que cuentan con cierto mérito artístico, más o menos recóndito, es escribir barrabasadas sobre esas piezas de museo de los horrores que nos ha regalado la industria musical para nuestro disfrute en chiringuitos y barras libres de la boda de algún primo lejano. Grabaciones sin ese tufo elitista del high art, pero con una fecha de caducidad más bien breve cuando no directamente tres meses anterior a su puesta en venta. Nombres que cruzan los dedos junto a su teléfono cuando empiezan a llamar los del casting de la gala de Nochevieja de Canal Castilla la Mancha, rezando por que este año sí les toque. Personas como el Tony Soprano de Teruel, David Civera.
El verano, ese campo de batalla para tantos, tantos artistas ávidos de clamar como propio el trono de Georgie Dann a fuerza de algún hit bailongo que pegara el pelotazo. Civera tuvo más suerte que la mayoría, siendo, si no vencedor absoluto, como mínimo candidato claro al podio en 2001, 2002 y 20031. La Chiqui Big Band, cuyo título evidencia la pasión del cantante por las bandas de jazz de Nueva Orleans2, encuentra a David en su peak, siendo tal vez el último superviviente de una tradición que asoló nuestro litoral, cosa que hoy en día queda reservada a los guiris y los promotores inmobiliarios.
Que David Civera estuviera en la cresta de la ola, aunque fuera sólo durante unos meses al año, resulta algo más bien inexplicable: desde el respeto, dista bastante de ser un sex symbol, acercándose más a las pintas del chivato de la clase, con esa media sonrisilla que resulta del todo apuñalable, y ningún jurado te condenaría. Como vocalista es correcto y poco más, con cierta tendencia al estreñimiento ocasional, y es virtualmente indistinguible de una imitación de José Mota. ¿Cuál es su arma secreta? Alexa, pon la música de Darth Vader…
Alejandro Abad, ese monstruo del pop con tentáculos en cada éxito estival, de “La canción del velero” a “Mi música es tu voz” al himno de España mismamente, es también responsable material de la carrera íntegra de Civera, y en particular La Chiqui Big Band al completo. Sus huellas dactilares, duchas en sintetizar la esencia misma del Mediterráneo fiestero, están en cada recoveco; su experiencia como navegante en las turbulentas aguas del comercio, un valor seguro a la hora de posicionar al cantante aragonés como cuádruple nº1 en Los 40, por no decir representante de la rojigualda en Eurovisión3 con “Dile que la quiero”, el molde con el que construyó el resto de su repertorio.
Su colaboración se prolongó unos cuantos años más, pero como todo el que se ha arrejuntado con el chileno acabaron a partir peras, con Abad asegurando, ante el polígrafo de Sálvame por supuesto, que Civera le debe todo lo que tiene; si hubiera tenido que lanzar sus propias composiciones como singles estaría durmiendo al raso, dio a entender.
Pero todo eso fue mucho más tarde. Regresemos a 2003, año en el que David Civera estaba destinado a comerse el mundo. El año del big bang de La Chiqui Big Band.
El álbum se abre con una suerte de carta de presentación homónima, “La Chiqui Big Band” theme, en la que el pretexto de sonar a Benny Goodman dura exactamente cuatro segundos, pasados los cuales el ritmo de la noche marbellí invade nuestros pabellones auditivos. Has oído esto, quizá: es esa que dice “Chocolate, caramelo, me gustan tus ojitos, rozarte un poquito, y cantar «porompompero»”. Imaginad, mujeres del mundo, que se acerca un caballero con fedora a la posición en la pista de baile en la que os encontráis, y perpetra esas tres acciones en vuestra dirección, en cualquier orden: piropea tu iris, toca ligeramente digamos tu codo izquierdo, y se arranca por Manolo Escobar. ¿Cuál es vuestra reacción? Porque como mínimo yo creo que un guantazo se lleva.
Pero esa es la persona de David Civera: un seductor, más bien grimoso, que ejecutó una pirueta inconcebible de latin lover a sosias de Edward G. Robinson. Con La Chiqui Big Band como coro griego, poniendo banda sonora a sus dudosas conquistas, al menos anuncia su llegada para que cualquiera de sus posibles víctimas ponga pies en polvorosa al primer sonido de un trombón. Es un detalle.
Tras repetir el estribillo un número astronómico de veces, nos dan permiso para comenzar con el corte dos, cuya base musical anfetamínica nos insta a intentar desmontar todas nuestras articulaciones. Es un despendole, “Amor de hielo”, un frenesí de proporciones épicas que hasta este cínico juntaletras no tiene más remedio que amar un poquito. Es fácil ser nostálgico y decir clichés como “ya no se hace música como ésta”4, pero es que es verdad, leches. Y con la Agenda 2030 limitando las emisiones potencialmente nocivas para el planeta, toda ilusión de un futuro revival del caspa-pop dosmilero queda hecha añicos.
“Bye bye”, el gran éxito del álbum, es lo más cercano que encontraremos a un aprovechamiento del concepto “big band”: la imagen de Civera, caído en desgracia y pegado a la barra del bar para intentar olvidar a esa femme fatale, bien podría salir de una cinta de John Huston. Qué se puede decir de este Everest de la canción, una revolución en el género que cuenta hasta con la intervención de un hype-man que contextualiza las desventuras de nuestro antihéroe, en perfecto inglés: “here’s the story of a poor boy who, through ambition and desire, sold his soul to the DEVIL”.
Y es que si hay algo que ha envejecido mal de la obra de David Civera, es su relación con el género femenino. Su universo está repleto de Mata Haris, sacacuartos, viudas negras, devorahombres, manipuladoras, calientabraguetas y demás especímenes caricaturescos que, a todas luces, hacen cierto el aforismo de que “si todo el mundo a tu alrededor es imbécil, igual el imbécil eres tú”. Todas las muchachas son un disgusto, o bien porque no le dan bola, o bien porque le han dejado “amasando el aire”5. “Todavía” es menos acusatoria, porque aquí el cantante se concentra más en la autoflagelación del recuerdo de un amor perdido, si bien de nuevo es testimonio de un final bien amargo. Es una balada con altos niveles de glucosa, digna del peor Sergio Dalma, pero con papeletas para emocionar a esa gente que llora con los anuncios de la Lotería. Hay al menos una persona en los comentarios de YouTube que, tres años después de haber visto en vivo a Kiss, jura que “Todavía” es un temazo. Hay veces que no queda otra que asombrarse ante lo rico y colorido de la creación divina.
Civera y Abad, el bipartito que merecemos, redundan en lo del pacto con el diablo en “Qué peligro tiene mi niña”, cuyo título promete bastante más de lo que da: una conjunción de elementos dispersos, entre las ineludibles guitarras flamencas, los bamboleos tropicales, los solos a lo Santana y, por supuesto, la Chiqui Big Band, el azafrán de esta paella musical. Notablemente superior es “Como yo te quiero”, que viene a encontrarse en la bisectriz entre Chayanne y la banda sonora del Gran Turismo 4. No soy un experto en palos latinos, he de reconocerlo, así que por lo que a mí respecta, Civera está aquí inventando su propio subgénero de salsa-dance, explorando terrenos ignotos, clavando su estandarte para deleitar, y confundir, a los paleomusicólogos del futuro.
“Uno en dos” es una canción de Avril Lavigne. Quizá no literalmente: no la encontraréis entre la amplia discografía de la canadiense, pero sí en espíritu. Ese start-stop que encierra un milenio de angustia adolescente, esos barridos de EQ que por suerte se codificaron como delito ya hace tiempo, el dramatismo exagerado del verso inicial, “si te vas… ¡MORIRÉ!”: todo está ahí, y oírlo en la voz agarrotada, de quinceañero que fuma Ducados, de Civera, me provoca un cortocircuito neuronal. Es una división entre cero, tan descacharrante que casi no me percato de la similar tropelía lógica que representa ese “somos grandes juntos, uno en dos”. Es como que entiendo a nivel macro lo que me quiere decir, es obvio, pero ¿”uno en dos”? Si un “dos en uno”6 limpia y protege, se deduce que un “uno en dos” tiene un 50% de probabilidades de no hacer una mierda. Dado el historial romántico de Civera, al menos en la ficción, es un concepto bastante acorde, pero dudo que fuera la intención. ¿Pero qué sé yo?
Antes de escuchar La Chiqui Big Band, mi headcanon era que Civera quizá no tuviera las cuerdas vocales más privilegiadas, ni una cara con la que forraría carpetas toda una generación, pero sí que poseía un carisma sin par que lo elevaba por encima de los Raúles del mundo. Sin embargo, el agravio comparativo que causa “Rosa y espinas”, otro chart topper, al arrejuntarlo con el torbellino almeriense de su tocayo Bisbal, me hace cuestionarme todas mis opiniones. Tal vez Abad, el Rasputín del pop, tenía buenas intenciones al formar este dueto ―que por ósmosis algo de la relevancia, o del talento, del triunfito se adhiriera a Civera―, pero la realidad fue que el turolense acabó cediendo todo su protagonismo a los angelicales rizos del Bisbi. “Rosa y espinas” es algo así como un “Dos hombres y un destino” light, con un par de colegas compitiendo por la atención de una amante sibilina, pero aquí prevalece un poco más la camaradería que en la de Busta y Álex: tras el primer y colosal estribillo, Bisbal berrea “¡vamos Civera! ¡Esa rumbilla, esa rumbilla!”, a lo que su compadre responde, mimetizándose con su pareja, “está quedando… está quedando… esto eh increíble, Bisbal”, fundamentando mi teoría anterior de que Civera no es más que un personaje de José Mota llevado demasiado lejos.
Enfilamos la recta final de este compendio con dos clásicos de una dimensión paralela desconocida. El primero, “Dame una razón”, devuelve a Civera al terreno acaramelado; tal vez en boca de alguien más sensiblote hubiera quedado hasta entrañable, pero aquí no puedo más que imaginar al galán de turno en albornoz presentando lo que no es más que una lista de exigencias hacia el objeto de su deseo, y sentir unos pocos escalofríos. “Dónde estás abusadora” es… distinta. Es el último estadio en una evolución de eones que empezó cuando el primer australopithecus le pegó a una piedra con un palo y acabó con ésto y con “Chachi piruli”. Es difícil imaginar una canción menos sutil, tanto por lo agresivo de su instrumentación, todo rebuznos, como por la venenosa letra, que desconfía de la inteligencia de su receptor en todo momento. “¿Dónde estás, abusadora? / Te han visto pasar volando en una escoba”, ataca Civera, y por si no había quedado claro lo que daba a entender, añade entre dientes: “¡BRUJA!”. Es un delirio.
Como colofón, y dado que las desgracias nunca vienen solas, tenemos una remezcla de “Bye Bye” que se desmarca muy poquito de la original, especialmente pasados los primeros treinta segundos. Algún scratch juicioso, nuestro querido vocero del inframundo interviniendo tres veces en lugar de dos, y cincuenta segundos de metraje extra rollo Snyder Cut que aportan poco o nada, si es que acaso se percata uno de que están ahí.
Este “bang” fue de lo último que escuchamos de David Civera. El cibertango de “Perdóname” llegó al año siguiente, pero el encasillamiento del artista, unido al amplio declive de la “canción del verano”7 como mercado viable, supuso su retirada de los focos para sobrevivir como soldado de fortuna en las plazas mayores de pueblos variopintos y el circuito nostálgico. Era el final esperado, pero no deja de ser amargo. Yo, al menos, echo en falta esos sonidos de agosto del 2000, ese Caribe cañí de Abad y Civera, y temo no poder experimentar su regreso, al menos en vida.
Porque si de algo estoy seguro es de que, de existir un más allá, seremos recibidos como Dios manda. Con un cubata, y la música eterna de la Chiqui Big Band.
2001 le otorga la plata ante el oro de “Yo quiero bailar”, de Sonia y Selena, y el bronce de “Prohibida”, de Raúl. En 2002 diría que se tiene que conformar con el tercer puesto, porque “Ave María” y el inescapable “Aserejé” son insuperables. Pero argumentaría que la victoria es suya en 2003, porque “Bye Bye”; el único contendiente real es “Son de amores”, que, aparte de ser bastante poco frecuente fuera de algún polígono industrial, difícilmente entra en el prototipo de “canción del verano”.
Alguna que otra fuente asegura que Civera fue de veras a la ciudad de Louisiana para así mamar de la misma fuente de la que bebió Louis Armstrong, con resultados dispares.
Cosa que el propio Abad fue, en 1994, con la más bien deplorable “Ella no es ella”.
Una frase que suele aplicarse más a los Deep Purple que a Civera, todo hay que decirlo.
DI BI, DI BI, DI BI DÁ.
Chiquetete optaba por esta fórmula para significar lo mismo, aunque cuanto menos nos dejemos guiar por los preceptos de Chiquetete, mejor.
Alguien me puede debatir en esto, pero afirmaría que 2003 fue el último año real del “género”, al menos en cuanto a su producción en España: Shakira tendría media docena de temas afines, completando el outsourcing de los hits calurosos al otro lado del Atlántico.