SoundClash el Artículo: Cartola vs. Vitalic
Polos opuestos donde los haya: un patriarca de la samba como Cartola enfrente de un electrojefe francés como Vitalic. Pura delicatessen hoy en SoundClash.
¡Bueno, bueno, bueno! Pero si es SoundClash, el mundialmente conocido podcast de batalleo musical reconvertido a fantabulosa versión escrita. Llevamos ya unas cuantas entregas, pero pocas tan estimulantes como la que nos ocupa hoy, porque traigo a dos individuos de orígenes difícilmente más diversos: a Cartola le debemos en buena parte el desarrollo de la samba brasileña, un género que asociamos a jarana y carnaval pero que cuenta con igual poder para embelesar a espíritus melancólicos; Vitalic tal vez no pueda presumir de esa influencia indiscutible, pero siendo uno de los productores más reconocidos del dance europeo, en especial por su habilidad para la fusión de estilos, está claro que va a plantar cara.
¿He sido un poco aséptico e impersonal? Será porque mi contacto con ambos señores ha sido muy tangencial, especialmente con Vitalic. Eso sumado a que es el tercer solista francés de electrónica que pasa por estas líneas, tras M83 y Jarre, y que mi idilio con el folklore brasileiro parece no tener fin, inclinan la balanza del lado de Cartola, pero para saber lo que pasa… habrá que seguir leyendo. Se vienen cinco rondas de auténtico infarto. O no, veremos.
RONDA 1: Single al azar: “As rosas não falam” vs. “The Light Is a Train”
Empezamos ya en terreno algo difuso: Cartola inició su carrera en las favelas, lejos de nada remotamente similar a una industria discográfica1, y pese a que sí que gozó de la veneración que merecía en vida, su producción de singles se reduce a tres sencillos extraídos de una actuación en vivo y editados cuarenta años después de su fallecimiento, en formato exclusivamente digital. Cogidísimo con pinzas, sí, pero mejor esto que nada.
Me siento como un hereje si me atrevo a señalar nada negativo sobre este “As rosas não falam”, un devastador choro en el que un ejército de cuerdas pulsadas, de la guitarra al cavaquinho, entretejen un cómodo lecho armónico sobre el que Cartola, un venerable anciano a estas alturas, conmueve con la clásica historia del amor que jamás volverá: rodeado de la belleza de un jardín, nuestro narrador se lamenta de no estar junto a la única flor que realmente desea. Al tema, pese a todo, le juegan unos cuantos factores en contra: uno de ellos es precisamente la avanzada edad de Cartola, que si bien fácilmente se podía argumentar enriquece la tragedia de “As rosas”, dotándola de una tenue fragilidad, también fuerza ciertas limitaciones vocales. Menos poética es la calidad algo dudosa del audio, que visto el afán de publicitarlo como “su último show grabado” no evidencia las mejores intenciones a la hora de comercializarlo. Dicho esto, hay que ser muy cínico para ponerle muchas pegas; yo puedo serlo, pero acabamos de empezar.
Vitalic tiene también el viento de cara, y no sólo porque sea francés. “The Light Is a Train” forma parte del proyecto Dissidænce de 2021-22, lanzado como dos CDs o “episodios”. ¿Un álbum conceptual, quizás? Parafraseando: “me salieron ocho canciones y me parecieron pocas, luego hice otras siete y ya eran muchas, así que ni pa ti ni pa mí”. Poco halagüeño, sí es.
Y es cierto que hay ratos en los que “The Light Is a Train” adolece un poco de ser como el vino que vende Asunción, de exhibir síntomas de cierta dejadez que chocan un poco con la precisión mecánica del technohouse2 o lo que sea esto, en particular esa breve sección alrededor del 1:24 en la que un sintetizador que parece sacado de un episodio de Doctor Who de los setenta la hace rozar la autoparodia. Pero no sé si es el viaje digital en el que vivo últimamente, inmerso en varios libros sobre el desarrollo de la electrónica, o que son las dos de la mañana y mi cuerpo pide convulsionar, pero el drop pega como un martillazo. No encuentro explicación racional, la verdad, y supongo que eso me acerca más al nirvana del abandono hedonista que ofrece la pista de baile. A veces una secuencia machacona y un bombo que hace temblar los cimientos de mi cerebro golpea más fuerte que la más embriagadora de las sinfonías. Es totalmente injusto, como ha descubierto generación tras generación de almas superadas por la modernidad, pero me da igual: estoy en Berghain dentro de mi cabeza, y por una vez no me desagrada la idea.
Cartola no iba con todo, y le ha pasado factura: puntito tempranero para Vitalic que debe continuar aumentando la ventaja.
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RONDA 2: Primer disco: Cartola (1974) vs. Ok Cowboy
Habitualmente el primer disco nos ayuda a entender mejor la etapa de aprendizaje de los artistas, cuando sus ideas estaban frescas y lozanas. Pero, como ya sabemos, Don Angenor de Oliveira estaba ya en edad de cobrar la jubilación en 1974, así que de este self-titled de 19743 tiene muy poco de debut. Ahora bien, no os imaginéis, aunque “As rosas não falam” así lo pronosticaban ligeramente, que este va a ser una especie de American Recordings, el último material producido por un hombre viendo ya la luz al final del túnel.
Cartola I es el equivalente sónico a estar tumbado en una hamaca, disfrutando de unas vacaciones estivales de holgazanería y relax. Cuando el ritmo lo marcan la cuica y el pandeiro, eso únicamente puede dar un resultado: good vibes. Cartola avisa de que detrás de esa contagiosa despreocupación subyace el drama más lacrimógeno, como canta en “Quem me vê sorrindo”: “quien me ve sonriendo, piensa que estoy alegre / mi sonrisa es sólo un consuelo”, y aunque hable, de nuevo, de un amor perdido, su larga vida alberga razones y muchas para el llanto. Y en general la dinámica no se aleja mucho del meme ese the “the lyrics, the music”: desde luego en “Disfarça e chora”, pero hasta incluso en las esperanzadoras y maravillosas “Alvorada” y “Corre e olha o céu”, donde el sol brilla —un símbolo éste que Cartola utiliza a placer— y se ha disipado la tristeza, queda bien claro que en el momento en que anochezca volverá a cernirse cierta sombra oscura sobre nuestras cabezas. Sombra como la de la arrebatadora “Acontece”, donde todo ademán festivo desaparece y se nos regala la canción más estremecedora del conjunto, y quizá también la mejor. Pero si de algo convence Cartola es de que la luz volverá, y vencerá, y conseguir dar esa impresión en tan solo veintisiete minutos es, claramente, digno de encomio.
Pascal Arbez tampoco era un yogurín precisamente cuando su opera prima, Ok Cowboy, llegó a las estanterías de las Fnacses, pero a sus 28 años, algo de juventud le quedaría para insuflar a las trece4 pistas. Y, por un instante, los sonidos naïf del divertimento “Polkamatic” me hacen no sólo superar mi ilusión inicial de que fuera de alguna manera una cover de “Weird” Al, sino también crear cierta expectativa de que en Cowboy encontraría un acercamiento inocente, casi anticuado, a la electrónica como el que habían perpetrado pioneras como Wendy Carlos.
La realidad del álbum es, desgraciadamente, bastante distinta: a Vitalic lo que realmente le pone a cien es, valga la redundancia, la velocidad. Los acabados cromados están por todas partes, especialmente en “My Friend Dario”, toda una oda a ir muy deprisa por la autopista, voz robótica incluida, que huele a goma quemada; también en el mayor hit “La Rock 01”, en el que el productor lleva más allá de los límites de lo absurdo el objetivo de hacer que tus gruesos sintes suenan como un motor cambiando de marchas. No sé si es mucho más que un truquito curioso, pero Arbez no tiene muchos más ases en la manga, siento comunicaros. En su laboratorio de ondas y teclas y botones es posible conjurar cualquier sonido, sí, pero rara vez las combinaciones levantan mi pasión, que es aquí de lo que se trata. Las escapadas psicotrópicas a los que nos conducen los arpeggios de “Trahison” o la abigarrada distorsión de “Poney Pt. I” no parecen terminar de llegar nunca a ningún sitio, nos absorben en su remolino y se olvidan de soltarnos. Que suena bien, quizá, a priori, pero a medida que avanza Ok Control y entramos y salimos de “Newman”, “No Fun”, “U and I”, a cada cual más cargante que la anterior, yo no puedo más que pedir clemencia.
Un empate justo que podría indicar el principio de la remontada de Cartola. A ver cómo se porta con él la ruleta a continuación…
CARTOLA 1 - 1 VITALIC
RONDA 3: Habilidad técnica
Normalmente ya de por sí odio este tipo de categorías tan genéricas, donde es tan difícil reducir una infinidad de matices a una decisión binaria, pero cuando los talentos en competición son tan, tan dispares, me espanta tener que compararlos de esta manera. ¡Pero para eso estamos aquí!
Si con habilidad técnica nos referimos a un dominio prodigioso de la ejecución, Cartola no sería obviamente un paradigma; su fuerza radica precisamente en la simplicidad de su fórmula, asequible para todo tipo de gente, perfecta para que cualquiera en un par de semanas coja una guitarra o un tambor y pueda interpretarla sin problema; es más, aunque la obra grabada de Cartola es bastante intimista, las escuelas de samba para las cuales solía componer tomaban las calles en desfiles multitudinarios, cantando y tocando piezas que, por definición, no pueden ser muy complejas a riesgo de perder accesibilidad, o de desintegrarse en una insoportable cacofonía. No pongo en duda que Cartola tenía una gran destreza instrumental, que su voz ajada por el paso del tiempo es el vehículo perfecto para sus agridulces cantares, y que desde luego como autor es piedra angular de un género imprescindible, pero la “técnica” no es su santo y seña. Ni falta que le hace, también os digo.
Vitalic parte con bastantes ventajas en esta contienda en particular, no solamente la de tener la fortuna de no haber crecido en un barrio marginal de un país en vías de desarrollo, ni la de los cincuenta años de avances tecnológicos y cachivaches con los que juguetear transcurridos entre su peak y el de Cartola. Ambas cosas están ahí, pero la mejor baza del francés es que me harta el ninguneo a la noble profesión del DJ, y qué mejor ocasión para posicionarme frontalmente en contra.
El otro día vi el típico tweet para suscitar engagement/polémica de alguna cuenta de mamporrería rockista en la que preguntaban al populacho si pensaban que los DJs son músicos. Cuál fue mi sorpresa al contemplar que semejante recua de carcamales respondía en promedio un resonante “no”, que en el mejor de los casos son el colega que compra una pizza de Casa Tarradellas y le casca un huevo encima antes de meterla al horno, gente que modifica mínimamente un producto acabado sin conocimiento de nada5. Tampoco quiero ahondar en ese debate porque no existe, pero vaya por delante que ser DJ es mucho, mucho, más difícil de lo que parece. Sin embargo, viendo a Vitalic hacerlo, es comprensible que la impresión sea la contraria: en este set en París decide encenderse un piti justo antes de una transición, tal es su nivel de control sobre lo que sucede en la mesa6. Tampoco vale aquí la manida premisa de “sólo está poniendo canciones de otras personas”, porque su faceta de productor nutre de material a la de DJ, dotándole de cortes que transmutar a su juicio para satisfacer las necesidades de la gente que da botes a su alrededor. Su entendimiento de la electrónica es casi biológico, saltando de subgénero en subgénero para concebir una visión casi holística del dance, una que guste o no es inequívocamente suya.
Así que la suerte está del lado de Vitalic, que deshace rápidamente la igualada del brasileño. Pero algo me dice que se le va a agotar pronto…
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RONDA 4: Último disco: Cartola 70 anos vs. Disco Boy OST
Ahora la cosa va de despedidas, y si Vitalic llevaba la delantera cuando se trata de técnica, aquí Cartola tiene las de ganar: su carrera, al menos la que ha quedado grabada, no es más que la vuelta de honor de un mito de la canción popular, así que no se puede esperar demasiada diferencia entre el debut de nuestro pipiolo de 66 años y el canto de cisne del de 71. A un perro viejo no se le pueden enseñar trucos nuevos. ¿O sí?
Pichí, pichá: Cartola 70 anos no introduce grandes ideas a lo ya practicado apenas un lustro atrás, y las que aparecen son quizá ligeramente cuestionables: la producción es en comparación más elaborada, amenazando con distraer de un songwriting de alta gama en “O inverno de meu tempo” o “Fim de estrada” al recurrir a cajas de ritmos y saxofones de forma un tanto amateur, de artista callejero, en lugar de los arreglos acogedores de antaño. A veces, sin embargo, cuando los utiliza con moderación, le permiten recorrer nuevos territorios como en la espaciosa y demoledora “Feriado na roça”, que lejos de buscar imágenes pastorales de cataratas y amaneceres cuenta la historia de un despecho con fatal desenlace, esculpida encima de una base de órgano funéreo.
Otro ingrediente de nuevo cuño en el arsenal de Cartola es el fervor religioso repentino, comprensible tal vez al tratarse de un hombre al que no le quedaba demasiado en el convento7: “Dê-me graças, senhora” es nada más y nada menos que una loa a la Virgen que, aunque reincide en los chirriantes ritmos de Casio, queda bastante resultona. Pero aunque la fe sirva de seguro a Cartola, no puede evitar confesar sus arrepentimientos antes de que llegue su hora, y lo hace en el que es tal vez el tema más brillante del álbum, “O silêncio de um cipreste”: “mi único defecto / es vivir pensando / en lo que no logré”. Lo que sí logró es un legado rara vez igualado en el folklore carioca, y aunque este 70 anos es un pastel que igual lleva demasiado fondant, el relleno está tan bueno como siempre.
Vitalic tampoco se ha prodigado demasiado en el estudio, pero se ve que cuando lo hace, lo hace a conciencia: su trabajo más reciente, la música para Disco Boy, sobre un muchacho de la Legión Extranjera desplegado en Níger o algo por el estilo, ganó el premio Lumières a mejor banda sonora original, y fue nominada al prestigioso César. Así que podría parecer una obra menor, pero van a tener que juzgarlo estos oídos.
Oídos, y ojos, que no han visto la película, claro, pero algo me dice que no es una comedia ligera. La genialidad de Vitalic para la alquimia sónica se extiende también a una capacidad bastante impresionable para poder hacer una música muy visual, una que sin dificultades ni abundancia de estímulos consigue transmitir justo lo que pretende. En “The Swamps” claramente percibimos las pisadas en el fango, que chapotea a nuestro alrededor mientras algo, ahí fuera, acecha cada vez más cerca: la tensión es abrumadora; “La Guerre” es igual de sinestética, con explosiones en la lejanía ensordeciéndonos hasta que finalmente nuestro instinto de supervivencia se dispara, o morimos, no lo sé exactamente. Hasta “Vladimir 92”, cuyo contexto en la cinta me es ajeno, evoca una rave farlopera donde corre el vodka que da gusto, aunque puede que esté ya proyectando por encima de mis posibilidades.
No siempre el combustible de estos temas es la insinuación, a veces simplemente son bangers como “King Burger”, que dilata tus pupilas y retumba contra tu cráneo, pero cuando Vitalic ejerce de arquitecto de emociones lo hace de fábula: “Lost Times” es todo un ciclo infinito de nostalgia y depresión y esperanza, una espiral de recuerdos tratando de salir a flote. Aún así, y siento cortar tan de súbito los elogios, admito que con este tipo de álbumes, dependientes en más o menos medida en un ente externo, se me plantea siempre la misma problemática, que es que exigen bastante de mí para dotarles de significado, el que me parezca; tomados por sí mismos, para una escucha superficial, me temo que Disco Boy no me aporta tanto como lo hace Cartola. O más sencillo: sé qué preferiría volver a ponerme…
En calidad es un empate técnico, y si tengo que decantarme, lo haré por el que subjetivamente me parece más apetecible. Segundo punto de Cartola, pues.
CARTOLA 2 - 2 VITALIC
RONDA 5: Canción top 10 al azar: “Disfarça e chora“ vs. “El Viaje“
Y en tablas llegamos al final de la contienda, donde Cartola y Vitalic deben jugárselo todo a la ruleta rusa. Cuentan con una única bala, una que puede matar, pero que igualmente puede errar el tiro. Con el brasileño no nos tenemos que ir demasiado lejos, porque es un tema que ya nos es conocido: la apertura de su pseudo-debut, una gema llamada “Disfarça e chora”. Choremos juntos, pues.
Si ya nos hemos acostumbrado a cierta ambigüedad emocional, al paradigmático saudade, en “Disfarça” los engranajes de esta dicotomía funcionan a pleno rendimiento. La letra está recubierta de oxímoros: desiertos mojados, sufrires que se disfrutan, amantes ausentes… que reflejan a nivel microscópico el gen más representativo de la misma samba. Cantemos alegremente porque todo lo demás, lo que hay a nuestro alrededor, es miseria. Y alegremente guitarras de todos los calibres construyen un abriguito de nostalgia en el que pasar cualquier día frío y triste. Cartola y su voz de la experiencia nos arropan: él ha visto muchos más nubarrones que nosotros, y si nos dice que por muchas lágrimas que ahoguen nuestra garganta, alguna mañana la tempestad se habrá ido, pues habrá que confiar. No hay mucho más que podamos hacer.
De lo orgánico pasamos a lo sintético, cómo no: Vitalic nos alcanza con su descapotable y nos anima a subirnos al asiento del copiloto. ¿Nuestro destino? ¿Acaso eso importa? En el mundo del francés, lo verdaderamente interesante es “El Viaje”.
Es este trayecto más bien breve, un ir al super de la esquina y volver, poco responsable en cuanto a emisiones de CO₂. Un minuto y medio propulsado por una melodía me atrevería a decir incluso rumbera, otro acierto más de Vitalic: qué hay más auténtico que ir por carretera con un cassette de Los Chichos. Monsieur Arbez cuida el componente pop de sus producciones tanto como el ritmo o las texturas, y en “El Viaje” quizá más aún: aquí el background no goza de un excesivo protagonismo, y al ser tan breve no hay tiempo para que percole a fuerza de repeticiones. Pero el bajo chisporroteante y los loops rasgados cumplen su función. ¿Entiendo por qué ésta es una de sus canciones más escuchadas? Más allá de que, como “Disfarça”, es la apertura de su disco, en este caso el Voyager de 2017, no especialmente. Pero aunque no tenga un gran atractivo aparente, tampoco es ofensiva. Es básicamente un Opel Corsa.
El duelo a muerte final se resuelve con el veterano Cartola agujereando el pecho de nuestro querido Vitalic. Ahora que venga el sheriff a recoger este estropicio.
CARTOLA 3 - 2 VITALIC
Nos despedimos, no sin antes recordar que este artículo es una burda imitación de estraperlo de nuestro podcast, disponible aquí mismo, o en Ivoox, o en Spotify. Queda un trecho para volver a vernos en nuestro club de la lucha particular, pero cuando eso suceda, lo hará con el incombustible experimentador japonés Haruomi “Harry” Hosono vs. el fallecido Juice WLRD, uno de los máximos responsables de la omnipresencia del trap. Eclecticismo sí, gracias. ¡Hasta más ver!
Salvo por su aparición en una recopilación un tanto etnomusicológica en 1942, Cartola ya había entrado en su quinta década sobre la faz del planeta cuando se registra su primera grabación, el EP O Divino Cartola Com A Escola De Samba De Almeidinha de 1964. Pero su nombre ya era leyenda: no le llamarían “el divino” por nada.
En RYM, mi fuente de sabiduría, viene etiquetado como “electro house”, y es cierto que lo marcial del beat sumado a ciertos toques más bien retrofuturistas hacen recordar al electro primigenio. Pero éste a su vez, la veta más maquinal de la música disco, engendró el techno de Detroit, así que technohouse me sirve, muchas gracias.
Tiene otro epónimo de 1976, generalmente mejor valorado aunque ambos son clásicos.
Catorce si contamos “One Billion Dollar Studio”, que sólo es audible si rebobinas el disco en el punto de inicio, y que como cualquiera con setenta segundos que perder puede comprobar, es totalmente prescindible.
No como los Led Zeppelin, cuyas “Whole Lotta Love”, “Babe I'm Gonna Leave You”, “Gallows Pole” o si me apuras “Stairway to Heaven” son la viva imagen de la originalidad, y para nada robos que sólo acreditaron a sus artistas originales a base de presiones y demandas.
He de decir que lo de que pinche sin cascos roza lo sospechoso, pero yo ya he elegido la colina en la que morir, lo siento.
Cartola fallecería al año de salir Cartola 70 anos, de un cáncer que nadie sabía que tenía; es posible que ya conociera la noticia durante la grabación del álbum, dotándolo de una capa más amarga si cabe.