The Smiths - The Queen Is Dead (1986)
La banda más recordada de Manchester pone la puntilla a la monarquía en el álbum más importante del rock británico de los ochenta.
El 8 de septiembre de 2022, las teteras de Gran Bretaña nunca silbaron. Un país había perdido su faro, una de las pocas constantes en estos tiempos cada vez más volátiles. Una mujer que se había ganado el cariño del pueblo, soportando crisis tras crisis1, finalmente vio la luz al final del túnel a los 96 años2. Luto, llantos, colas interminables para ver su féretro: esa fue la reacción de la nación que la amó. Pero en una coqueta casa a las afueras de Manchester, al conocer la noticia del fallecimiento de la Reina Isabel, nuestro hombre simplemente agachó la cabeza y suspiró: “about bloody time”.
Se pueden decir muchas cosas de Morrissey, y cada vez menos son buenas. Pero la falta de pelos en la lengua que ahora encontramos irritante debió parecer refrescante cuando, en 1985, él y sus Smiths publicaron Meat Is Murder, cuya pieza central de seis minutos expone los errores de la industria cárnica con pelos y señales. Ahí había un héroe, alguien dispuesto a defender causas justas3, sin miedo a las sensibilidades que podían ser heridas. Había ahí indicios de la figura caricaturesca en la que se convertiría, ese vegano militante opuesto a los chuletones en todas sus formas y sabores. Pero de momento, el mundo sólo había de temer su afilado ingenio. Y en su siguiente álbum, tenía claro dónde iba a poner el punto de mira: la institución más inamovible del Reino Unido.
Ya los Sex Pistols se habían atrevido, en su “God Save the Queen”, a decirle de todo menos bonita a Elizabeth, pintándola como una criatura inhumana, el rostro aparente de un régimen fascista. Pero el nihilismo de Rotten y cía les impidió soñar más allá, con un mundo sin monarquías hereditarias antediluvianas; ahí estaba Moz para contarnos que, a efectos prácticos, ya vivimos en ese mundo. La reina llevaba muerta mucho tiempo, sólo había que deshacerse del cadáver.
Y allá que van Morrissey, Marr, Joyce y Rourke, palas en ristre: “The Queen Is Dead” arrampla con toda la naftalina del armario, con una tribal entrada de batería que va directa al hígado. Los Smiths rara vez son tan inmediatos, y si la sardónica letra4 desapareciera, y con ella las afectaciones distinguidas de la voz de Moz, podría ser perfectamente una canción de Public Image Ltd., con un bajo hipertrofiado, y la guitarra de Marr con una función puramente paisajística. Por si cabía alguna duda de que se toman en serio esta fantasía de derrocar la corona.
Sólo otro tema pretende alcanzar similares cotas de violencia, de bilis corrosiva5, y esta vez Morrissey apunta, básicamente, a todo aquel que se sienta victimizado por sus palabras, con una letra empapada de ironía y gasolina: “Bigmouth Strikes Again”, esa cuyo título ha dado alas a cientos de periodistas muy poquito originales cada vez que el bardo de Lancashire dice o hace alguna estupidez. Si algo demuestra “Bigmouth”6 es que The Smiths sabe como empezar la cara de un disco: con ella y “Queen Is Dead” la banda sitúa en primera plana sus temas más contestatarios7.
Tanta flecha en tantas direcciones no quita como para que el álbum no derroche sentido del humor, aunque sea tan peculiar. Obviamente de la propia lírica de Morrissey8, pero también en múltiples decisiones estrictamente musicales: la ridícula voz de helio en “Bigmouth”, el amago de fadeout de “Some Girls”, la grandiosidad gótica de “Never Had No One Ever”9, y “Frankly, Mr. Shankly” así en general.
Con una instrumentación saltarina que parece beber del music hall más brit, “Frankly” se levanta y elige destrucción, contra la industria discográfica, y Geoff Travis, mandamás de Rough Trade, más concretamente. De nuevo podemos encontrar un espejo al otro lado del vinilo, una canción breve que rompe por un rato con la solemnidad que imponen los balidos de nuestro cantante; “Vicar in a Tutu” es de lo menos destacable10, aunque como señala un comentarista de YouTube, forma parte de una honorable tradición smithsiana en la que Mike Joyce apoya la acción con un galopante train beat, para quitarse un gusanillo country poco expresado11.
Joyce y Rourke. Obviamente una personalidad histriónica de Morrissey iba a ser blanco de muchas miradas, y Marr y su jingle-jangle, aún infravalorados, definieron el sonido indie de los siguientes cuarenta años, pero es la sección rítmica la que es el combustible de los Smiths. Los Sergio Busquets del grupo.
La versatilidad de Joyce, igualmente cómodo con la tempestuosa “Queen Is Dead”, exigente en esos toms, que en el tempo glacial de “I Know It’s Over”, donde sus fills y su dominio de la dinámica son absolutamente fundamentales para convertirla en una balada épica y no sólo en una perorata plañidera más de Morrissey, por mucho que las amemos. Y yo amo “I Know It’s Over”, mucho: es de las pocas veces que Moz se permite sufrir sin ninguna máscara de sarcasmo ni finos chascarrillos ingleses, y el efecto es devastador. La soledad amenaza con ser su tumba, en lugar de una deseada consecuencia de ser ligeramente insoportable: el repetido lamento “mother, I can feel / the soil falling over my head” es tal vez su apogeo como vocalista, un eslogan que puede encapsular perfectamente su persona, o personaje, si es que existe alguna distinción.
No hay que esperar mucho para otra flagelación: “Never Had No One Ever” podría ser una transcripción literal de una visita de Moz al terapeuta, tan melodramática que me inclino por pensar que es una autoparodia consciente. Quizá como refuerzo de mi teoría la coda instrumental, que se niega a abandonar los poco sutiles sollozos del frontman. Al menos con los Smiths ya nunca estaría sólo, fané, y descangayado12.
Es una más de las infinitas contradicciones de la banda que el tema donde más vivarachos suenan trate precisamente de una visita al camposanto. “Cemetry Gates”13 demuestra que no hay nada que anime el espíritu como rodearte de las tumbas de tus ídolos. Como desemboca todo eso en una especie de satírico anuncio de la SGAE sobre los peligros del plagio es un misterio cuya enrevesada audacia no voy a destriparos. Los Smiths montan su particular picnic entre las lápidas con su canción más twee, una que sólo podría mejorar si la cantara Harriet Wheeler.
Y es que a veces hay que tener estudios avanzados para entender sus poéticos puzles. Otras no, otras hablan de pechugas y la diversidad en sus tamaños, con un rigor casi analítico. “Some Girls Are Bigger Than Others” es muchas cosas: por ejemplo, un escaparate magnífico para un excelso Marr, y también para un rocoso Rourke, el bajista de los bajistas, siempre preparado con sus líneas casi de bebop para restar pomposidad a los gimoteos habituales de Morrissey. Pero quizá lo que más llama la atención es el desinterés absoluto de éste por el asunto en cuestión de las delanteras; quizá “Some Girls” sea el sobre de evidencia nº1 en esta absurda obsesión del fandom por etiquetar su confusa sexualidad14. La sentencia parece ser: nichos bien, pechos meh.
Sé que esta review empieza a parecer Tenet con tanto salto hacia atrás y hacia delante en el tracklist pero ya queda menos. Seguimos indagando en la psique de Morrissey con la que quizá sea la canción más autobiográfica en The Queen Is Dead: “The Boy with the Thorn in His Side” llega tras tanta hostilidad que cuando nos confiesa que “behind the hatred there lies / a murderous desire for love”, es difícil de creer, aunque la alegría que transmiten los acelerados rasgueos de Marr y el propio scat de Moz en la segunda mitad nos pintan a un hombre rebozándose por el césped, despreocupado por primera vez, relativamente feliz, espinas en su costado aparte.
Y así llegamos, cómo no, a la joya de la corona que es “There Is a Light That Never Goes Out”: un himno para todos los románticos inadaptados, las fatalistas, los overthinkers, drama queens y kings y demás gente sentida. Es una Mona Lisa musical: hay para quién es depresiva, para quién es esperanzadora, para quién es melancólica; pero en lo que casi todo el mundo está de acuerdo es en que es universal15. Inmortal, aunque la arrolle un camión de diez toneladas. Y, para bien o para mal, la que ha definido a los Smiths como esa banda de eternos adolescentes teatreros cuya lengua a menudo viperina es simplemente una frágil coraza para protegerlos del miedo a prácticamente todo.
Es comprensible, pues, que haya generaciones que se sigan identificando con la música de estos cuatro chavales mancunianos. Que cada acorde de Johnny Marr, cada redoble de Mike Joyce, cada melodía de Andy Rourke, cada frase de Steven Patrick Morrissey resuenen en los corazones de quien tiene ganas de regocijarse en su sufrimiento, que no es malo. Que, aunque a regañadientes, pasen por alto las peleas, las declaraciones provocativas o directamente estúpidas, y por qué no decirlo, el leve aroma a incel que desprenden16, y simplemente se dejen guiar por la luz. Esa luz que, casi cuarenta años después, no se ha apagado.
El hijo que no le sale tonto le sale pederasta. Y tonto.
Aún así vivió menos que su madre. Comen bien los Windsor.
Ahora es más de posicionarse a favor del racismo y los acosadores sexuales, lo cual es… una opinión. Asquerosa, pero una opinión.
Con versos desternillantes como ese “I was shocked to shame to discover / how I’m the 18th pale descendant / of some old queen or other”. Suena creíble que ese sea el peor suceso posible para Morrissey.
De acuerdo, “Frankly, Mr. Shankly” es un character assassination en toda regla, pero musicalmente es demasiado bobalicona como para pensar que el Mr. Shankly de turno está en peligro físico.
Aparte de que cualquier lista semi-clickbait de top X ases de las seis cuerdas que no tenga a Marr entre los, como mínimo, quince primeros es objetivamente errónea.
Estrategia muy diferente a la seguida en Strangeways, donde abren la cara B con “Last Night I Dreamt That Somebody Loved Me”, que usa otro color de la paleta Smiths: la autocompasión. Gastan muchos botes de eso.
Rolling Stone consideró The Queen Is Dead “uno de los álbums más graciosos de todos los tiempos”. Y no les falta razón.
Más divertido con el contexto del odio que se tenían Morrissey y Robert Smith.
Morrissey parece estar de acuerdo: es la que menos veces ha tocado en directo de todo The Queen Is Dead: seis veces en 35 años.
He de decir que, salvo por “Nowhere Fast” y “I Wan’t the One I Can’t Have”, cuya interpretación del ritmo está bastante más alejado de las diligencias del Far West, las canciones de The Smiths que hacen esto no están entre mis predilectas.
Spoilers: no acabaron bien.
Que si tanto has leído a Keats y Yeats deberías saber que se escribe “cemetEry” pero bueno, no soy yo la universidad de Oxford tampoco.
Moz se anticipa aquí a esa insistencia, criticando por adelantado este foco constante en el sexo.
Es una elección aburrida en la categoría de “canción favorita de los Smiths”, pero es la mía.
Yo mi camiseta de los Smiths la llevo por debajo del jersey, gracias. Así está mas cerca de mi corasón.