XTC - Skylarking (1986)
¿Quién le da a los pedales de este ciclo que nos mantiene vivos? XTC no lo saben, pero se divierten intentando averiguarlo en esta joyita.
Me enamoré perdidamente de Skylarking antes de escucharlo.
Hay muchos puntales en mi educación musical —el 2º CD de una recopilación de Los 100 mayores éxitos de los 801, el discman que llevaba al colegio para escuchar a Duran Duran, el Aidalai de Mecano—, pero si hay un germen real, un catalizador que evitó que me quedara absolutamente enclaustrado en la decadencia farlopera de los ochenta2, ese es el voluminoso3 ejemplar 1001 discos que hay que escuchar antes que morir. Un título que suena a reto, uno que mi yo adolescente aceptó y superó, y que dejó en mi paladar una inagotable sed de más que hoy día he sido incapaz de saciar.
Pongámonos, pues, en los zapatos de un lozano muchachito cuya concepción de la perfección artística es Paradise Theater, el monumento a la sacarina de 1981 de los ya de por sí edulcorados Styx, aquellos rockeros de chicle de frambuesa; y más concretamente la idea misma del álbum conceptual. Cómo no le va a volar la cabeza a un quinceañero ese inspiradísimo —léase pretenciosísimo— leitmotif que los de Chicago recontextualizan tres veces en aquel disco: primero como ostentosa obertura, luego como balada rock de pleno derecho, y finalmente como melancólica traca de cierre. Aquello era poco menos que inaudito.
Con ese contexto, leamos ahora qué escribió Chris Bryans sobre Skylarking.
“La antipatía mutua que sentían el líder de la banda, Andy Partridge, y el productor Todd Rundgren era tan profunda que no deja de sorprender que, de entre todos los que pisaron el estudio de grabación, nadie se volviera loco. También es un milagro que la música que surgió fuese tan arrebatadora.”
Más que correcto. Es imposible hablar de éste, el noveno álbum de unos británicos XTC en su fase de reclusos de estudio, sin mencionar la animadversión entre Rundgren, un genio indiscutible obsesionado por microgestionar cada detalle independientemente del parecer de la banda, y Partridge, el cabecilla respondón cada vez más y más frustrado por los derroteros de las sesiones. Pero por aquel entonces yo no tenía ni repajolera idea de quién era ni el uno ni el otro, y mucho menos de que acabaría por rezarle al altar de ambos, así que prosigamos.
“El objetivo era modesto: crear un álbum conceptual que tratara el crecimiento, el despertar de la sexualidad, el matrimonio, la vejez y, finalmente, la muerte. Y todo ello en el transcurso de un solo día.
Lo que consiguió el grupo fue una obra maestra que Rolling Stone consideró uno de los mejores cincuenta discos de la década.”
Consideradme intrigado llegados a este punto, y más aún al leer que Rolling Stone, una de mis referencias por aquel entonces, había decidido conceder tal honor a una obra de la que yo jamás había estado ni cerca de oír hablar. ¿Podía realmente haber algo mejor que Paradise Theater?
“Los primeros temas, “Summer’s Cauldron” y la idílica “Grass”, solo hablan de vagabundos en el calor del verano; lo cual no deja de ser irónico, porque la maqueta de la primera canción fue grabada un frío enero. “The Meeting Place” tiene momentos inolvidables, y “Season Cycle” parece una canción de Brian Wilson pasada por el prisma de la Gran Bretaña rural.
Los álbumes conceptuales no suelen tener demasiada fortuna, sobre todo porque sus compositores se ven forzados a seguir una línea narrativa, lo cual no siempre consiguen. Pero aquí no se notan apenas las costuras, del jazz de «The Man Who Sailed Around His Soul» y la carta cáustica al Todopoderoso en «Dear God» (incluida en la edición estadounidense tras ser todo un éxito en las radios universitarias), al lamento rústico de «Sacrificial Bonfire».
En definitiva, Skylarking es como si tuviéramos a los Beatles sentados sobre balas de heno.”
¿Los Beatles? ¿Los Beach Boys? ¿Jazz? ¿Líneas narrativas? ¿Reproches al Altísimo?
¿A qué diablos está jugando esta gente?
A decir verdad, he de reconocer que no recuerdo la impresión exacta que me provocó Skylarking en el momento en el que por fin, tras toneladas de expectación, entro por mis oídos. Me imagino conteniendo el aliento en las transiciones, anonadado por su sutileza, hipnotizado por tantas melodías tan perfectas, y al mismo tiempo consciente de que aquello iba a necesitar ser digerido con más tranquilidad.
Y supongo que quizá no; quizá lo esté embelleciendo con la vista del ahora, y la realidad fuera que, al concluir ese corrosivo “Dear God”4 —y por difícil que parezca creerlo teniendo en cuenta la ferocidad con la que sus balas impactan contra lo que viene a ser el sistema fundamental de creencias de Occidente— me encogí de hombros y me puse a jugar al FIFA. Pero si tengo que imaginarme qué pensé tras haberme dejado atropellar por primera vez por XTC, sólo viene a mi mente una idea fija:
“Este es el mejor disco que voy a escuchar en mi vida”.
Y quince años después, aún no se me ha cruzado nada que le plante cara.
Que sí: los hay que, tirando de Excel tengan mejores estadísticas, promedios más espectaculares5. Skylarking no juega a apabullar con singles como un Thriller, ni a cargar con el peso de su zeitgeist como Ziggy Stardust, ni siquiera parece tener el objetivo de ser una obra maestra o una declaración de intenciones a lo Hounds of Love o OK Computer. Si XTC tuvieron algún interés comercial durante su carrera, lo disimularon bastante bien, esquivando toda clase de modas en una trayectoria que nadie, probablemente ni tan siquiera ellos mismos, sabía a dónde se iba a dirigir.
Lo único que tuvieron claro desde el principio es que, hicieran lo que hicieran, sería pop, una afirmación Escheriana donde las haya que, sin embargo, los condujo a los mares del punk más afilado y la new wave —con alguna incursión ad hoc en la segunda ola ska—, a los escarpados picos de la ambición artsy-prog, a los ríos serpenteantes de la psicodelia, a los pastos fértiles del rock alternativo, y a los fiordos gélidos e imponentes de los arreglos orquestales que caracterizarían su ocaso. Y si tuviera que dilucidar exactamente cuál es el secreto que convierte a Skylarking en algo especial es que se erige justo en la confluencia de tanto vericueto.
El amor como metáfora de la vida, o la vida como metáfora del amor. Ese es el gancho de Skylarking, un hilo finísimo que comienza con un amanecer. La atmósfera estival es aplastadora en “Summer’s Cauldron”, con un coro de cigarras dándonos el aviso para que nos desperecemos y levantemos las persianas. Todo a nuestro alrededor trata de suscitar nuestra atención, de hacer que nuestros sentidos palpiten; Partridge es un coco privilegiado para casi todo, pero si algo destaca en su arsenal es la extraordinaria viveza con la que es capaz de transmitir impresiones fugaces pero muy táctiles. Aquí la aliteración es su aliada6, convirtiendo el instante de la concepción en una danza que baila al ritmo de la naturaleza, en un eco más de un ciclo que se repite en cada estrato de la vida.
Y lo rápido que crecen: es parpadear y ya está aquí “Grass”, donde las nuevas generaciones recaen en los vicios de sus predecesoras. Moulding, el Lennon que contrapesa al McCartney de Partridge7, toma el control; cuando pasa eso en Skylarking, tiende a indicar que las derivas lisérgicas van a amplificarse. Las comparaciones a los Beatles son, al menos aquí, bastante merecidas; unos Fab Four post-ácido, se entiende, pues “Grass” cae a cámara lenta por la colina entre sonrisas desencajadas y carantoñas. Una corriente que se refuerza en la jangly “The Meeting Place”: aquí, eso sí, lo que eran inocentes escarceos juveniles pasan a ser furtivos momentos de pasión en los resquicios que deja la rutina. La desazón y la costumbre van comiendo terreno, y lo que era letargo incipiente en “Grass” se convierte en algo tan mecánico como el trabajo, una sensación reforzada por los samples industriales. La diversión podría terminar aquí.
Pero, paradójicamente, es la anunciada ruptura de la relación la que nos devuelve a un mundo, si no de color de rosa, al menos con algo más de gama cromática, después de la bruma con la que lo ha cubierto Moulding. Es el momento de una deliciosa eclosión en forma de tríptico a cargo de Partridge, una suite que da comienzo en mi canción favorita de Skylarking: “That’s Really Super, Supergirl”, un sarcástico reproche envuelto de brillantina synth que ostenta, y supongo que lo seguirá haciendo toda la eternidad, la plusmarca personal de Andy en la categoría “parecerse a Prince”. Al de Around the World in a Day, no al de 1999. Su florido estribillo recrimina a la pareja haber dejado definitivamente que la obligación venciera a la devoción, y así devolver a nuestro protagonista a la casilla de salida.
No sin antes, por supuesto, recrearse un poco en la angustia con la doble salva de “Ballet for a Rainy Day / 1000 Umbrellas”, estas más inextricables entre sí, y no solo por la conmovedora fluidez con la que una da pie a la otra, si no por cómo entrelazan su historia de soledad y lluvia. “Ballet” es la antípoda de “Summer’s Cauldron”: igual de tangible en su especificidad, pero lo que al principio eran rayos de sol y miel aquí se desvanece por completo tras el “telón de un gris lento que desciende”, más de resignación que de desespero, o tal vez un ejercicio de distracción de buscar patrones en las gotas que caen contra la ventana en lugar de pensar en el amor perdido.
“1000 Umbrellas” por el contrario juega al juego del llanto amargo, de dejarse invadir por el arrepentimiento y “flotar arroyo abajo a la ciudad que llaman miseria”. Sin embargo, Partridge no sucumbe del todo al cinismo británico; es imposible hacerlo con el número musical a lo Busby Berkeley, con esas cuerdas tan maravillosamente arregladas por el “hombre para todo” Dave Gregory, un héroe a la sombra de dos gigantes. “Umbrellas” sería un obvio cierre para la cara A de Skylarking, pero la encantadora “Season Cycle” decide concluir el primer acto a modo de recordatorio de su tesis principal: hubo una primavera, y un invierno, y volverá a brotar la hierba más tarde o más temprano; la maquinaria universal seguirá girando propulsada por alguna fuerza, y cómo bien indica el puente, no importa demasiado cuál.
He de decir que estoy escribiendo mucho de esto sin tener siquiera de fondo el disco. Para qué, si está grabado a fuego en mi cerebro, codificado seguramente en mi ADN. Uno de los primeros impulsos que recuerdo fue la necesidad de adquirir una copia física, algo material que sirviera, por qué no decirlo, de ficha para demostrar por una parte mi apego a la música contenida dentro, y por otra un cierto nivel de sofisticación en el gusto; Skylarking parecía, desde luego, más exótico que mis copias de Black Holes and Revelations o el primero de Van Halen. Recuerdo la ilusión con el que lo encargué en aquella tienda de Conde Duque, Radio City8, y el ligero sentimiento, bastante vergonzante ahora, de querer impresionar al dueño del establecimiento con mi precocidad. Muchos años después, me agencié una porción sustanciosa de la discografía de XTC en una Feria del Disco del Santander9: parecía casi surrealista tener una copia real, en mis manos, de The Big Express —un álbum ofensivamente infravalorado, tengo que decirlo—, tras años de haber recorrido la sección “X10” de incontables estanterías, casi siempre para encontrarme inmediatamente detrás de ese separador el de la sección “Y”. Mi felicidad, aún tras más una década de idilio con el grupo, era palpable, porque el hombre que los vendía me confesó ser también un acólito irredento del Partridgeismo, y me clavó un agrio puñal al contarme que había colocado a otro comprador no mucho antes los dos CDs de The Dukes of Stratosphear11, que por supuesto hubieran acompañado al resto de haberlos tenido delante.
XTC son seguramente los únicos artistas que mitifico de tal manera. Sigue envolviéndolos un halo de misterio, siendo un secreto bien guardado por más que me esfuerce en propagarlo12. Pero es que estoy convencido hasta la médula de que no hay prácticamente nadie que se haya abonado a la excelencia con tanta frecuencia y desde ángulos tan diferentes; como mucho, están en una lista muy breve en la que se codean con Bowie y Radiohead. Y sé que si sois gente de bien esto no hará mucho por traeros a mi bando, pero ser fan de XTC es la sola cosa que me hace sentir un gramo de simpatía hacia el despojo humano de Shinji Ikari13. Así de buenos son.
Ah, sí, Skylarking.
Con “Earn Enough for Us” hacemos una elipsis a un nuevo período en nuestra narración: el de la adultez responsable. Hay un churumbel en camino, una casa que es una ruina, y una boda que costear a base de pluriemplearse, ¡pero no temáis! El jeringazo de buen rollo es notable y, claro está, si el espectador es sagaz se percatará de que la bajada de esta montaña rusa va a ser más que devastadora. Pero no es el momento de penar, aún no: “Earn” es todo alboroto y palmadas, y apenas se nota lo impostado de la mueca entre ese regocijo.
Lástima que cuando la ocasión lo merece más, en las esperadas nupcias, el ambiente es casi de funeral. Es otra de Moulding, “Big Day”, con tintes de raga y nubes de almizcle que juegan a confundir el seso con dudas: letras como “love can come and love can go / what’s your chances, I don’t know” no van a ganar ninguna medalla al romanticismo. Es la que menos me entusiasma del conjunto, pero a la vez sienta las bases de la catástrofe emocional que vamos a vivir. Y es que aunque la haya comparado con una montaña rusa, el descalabro va a ser más bien largo y doloroso.
“Another Satellite” tienta a la suerte con la aparición de una tercera pata para el taburete. El aire se enturbia con la infelicidad y el tedio: casi todo lo que resta de Skylarking va a ser más oscuro, más desolado. “Another Satellite” es un jarro de agua fría incluso después de “Big Day”, una negación de algo que cortes anteriores han demostrado más que obvio, y que la propia canción no tarda en confirmar. Unos pies de arcilla que van a caer en la traición, y que finalmente quedan reducidos a entonar, como el niño que no quiere oír lo que le gritan, “fa fa fa, fa fa fa fa fa fa”.
Hora del último momento de júbilo; aunque la letra de “Mermaid Smiled” es primorosamente anárquica, y la interpretación de la gente al respecto varía por ese motivo, para mí es meridiano que representa la consumación de la infidelidad. Andy vuelve a ser un niño en los brazos de esa sirena que va por ahí libre como las olas del mar en este delirio de canción, casi indescriptible, preciosísima, algo así como un lounge aceleradísimo que nos remueve por fin las entrañas después habernos quedado medio aletargados. Tal éxtasis tiene que costarnos caro, y “The Man Who Sailed Around His Soul” es el precio a pagar, la consecuencia de tanto egoísmo. A XTC nunca les iban a haber llamado para poner música a una de James Bond, pero aquí lo bordan: sólo que aquí nuestro hombre tiene más de perdedor solitario que de destripador internacional de complots.
Como pasaba con “1000 Umbrellas”, “The Man” pone un broche impoluto al LP, pero quiénes serían XTC si la cosa terminara aquí. A un primer vistazo, se puede sospechar que Skylarking va a ser un statement nihilista de tus típicos británicos cínicos; o peor incluso, un cuento con una moraleja barata.
Pero para el final, nuestros chicos se guardan la parte más humana.
“Dying” no va, como puede parecer después de tal caída en desgracia, de morirse uno, si no más bien de lo que no muere: los recuerdos, los traumas, las lecciones aprendidas y enseñadas. Un Moulding tan descarnado que es inviable pensar que lo que cuenta es invención trae al primer plano de su mente los últimos instantes de un familiar con una crudeza que arrasa; en el contexto del álbum, actúa como la reflexión que de una vez por todas endereza nuestro rumbo, una que llega tarde pero no demasiado. Una bofetada de realidad cuando más falta hace.
“I don’t want to die, I don’t want to die… like you”
Así que, como dijera la gran Maestra Benita: corta lo malo, y que entre lo sano. Quemarlo todo en una “Sacrificial Bonfire” que a modo de ritual pagano nos reconcilie con el cosmos y nos depure bien fuerte para recomenzar, reencarnarnos en una versión mejorada de nosotros mismos. Una que ya ha se ha bañado en el caldero del verano, que ha bailado en días lluviosos, ha circunnavegado su alma. Este colofón encierra en él la frase que quizá mejor resuma el espíritu de Skylarking: “change must be earned”. Y pocas bandas personifican el cambio como XTC, una libertad para experimentar que se ganaron a fuerza de su talento descomunal.
Aquí, la única constante14 entre todo este terremoto es que XTC tocan todas mis teclas. Skylarking es brillante, un corazón hecho álbum, pero Black Sea, English Settlement, Drums and Wires, Nonsuch, Oranges & Lemons, The Big Express, los Apple Venus, todo lo que sacaron como los Dukes, incluso White Music y Mummer15… Ninguno de ellos le va tan a la zaga.
Mi descripción de este tesorito ha sido, diría, más exhaustiva que la de 1001 discos, pero en última instancia sólo puede tener el mismo propósito: meterte el gusanillo para que lo escuches. Y para eso tienes que dejar de leer, y yo de escribir, y zambullirte en el ciclo.
Aunque no conozco a nadie que haya podido salir de él.
Y su equivalente rebelde, Las 101 mejores canciones del rock, que en este caso sí pedí yo y no me vino heredado.
Es decir, abrió un pequeño resquicio en el que caben otras cosas. Tampoco nos vamos a engañar: el 99% de mis células siguen llevando pelo cardado y hombreras.
Durante los veranos servía para calzar el split del aire acondicionado de mi cuarto, que estaba un poco suelto y sonaba bastante fuerte. Polifacética ella.
El cual no es parte técnicamente de Skylarking, aunque sí de la mayoría de las ediciones lanzadas a posteriori, porque fue lo más cercano a un hit que sacó XTC por esas fechas. Como apéndice al concepto general, no funciona mal, pero no hablaré de él aquí.
Siempre hablando de mi canon personal, claro.
“Like a bug in brandy in this big bronze cup”, “copper chord of August’s organ”, “breathing in the boiling butter”… Se le llena a uno la boca.
Hay quien prefiere asignar a Moulding el rol de McCartney, no por nada es el bajista de XTC; yo prefiero a Partridge así que le concedo el honor de ser sosias de mi beatle favorito. Hay quien va más allá y afirma que Partridge es Lennon y McCartney a la vez, relegando a Colin Moulding a la también meritoria posición de George Harrison.
Hoy tristemente cerrada, como tantas otras. Y nunca recordé preguntar si se llamaban así por el disco de Big Star.
Tengo la impresión de que ciudad de España a la que voy, ciudad que está celebrando en esos momentos la Feria del Disco, para disgusto generalizado de mis allegados, que tienen que tirarse como poco media hora esperando a que repase la mercancía.
De XTC, se entiende; aunque a saber qué pensaría la gente al verme.
Un alter ego ultra-retro-psicodélico de los XTC, con el que grabaron el imperdible EP 25 O’Clock, y el incluso superior a mis ojos Psonic Psunspot, ese que contiene la pura perfección que es “Vanishing Girl”.
Mi mayor éxito es con mi prima pequeña, ya toda una diletante musical, que tuvo una epifanía similar a la mía con Skylarking; en su playlist personal de Spotify ya hay más temas de XTC que de los Beatles, Michael Jackson, o Pablo Alborán.
Es bastante probable, o al menos eso quiero creer, que esa sea en realidad una camiseta que tomó prestada de Misato, porque ella sí que es guay y no el mocoso llorica este.
Ellos son Penny y yo Desmond, vamos.
Me he dejado Go 2, que aunque nos dio “Meccanik Dancing” y es por norma general más que decente, no está ni por asomo al mismo nivel que el resto.