LCD Soundsystem - Sound of Silver (2007)
Pupilas dilatadas, inocencias perdidas, el principio de incertidumbre de Heisenberg y el sueño de una noche de un recién entrado verano. Bailamos con LCD Soundsystem como si fuera la última vez.
2.7 kilómetros separan el José Alvalade, casa del Sporting de Lisboa, del hogar de su vecino rival, el Estadio da Luz del más exitoso Benfica. Unos cuarenta minutos, lo que tampoco es una caminata muy exigente para el turista casual; incluso una persona por lo general relativamente desinteresada en el fútbol, y más aún el portugués, puede justificar el paseo aunque ello le impida disfrutar de lugares más enriquecedores en lo cultural, como subir al castillo de San Jorge o deambular por el barrio de la Alfama.
Sin embargo, en los días más calurosos de junio de 2018 registrados en la capital lusa, aquella vuelta era sólo para insensatos. No recuerdo haberme quemado tanto nunca: la urgencia con la que entré a un supermercado en busca de Aftersun sólo era equiparable al desdén que sentía por el status del balompié como deporte rey, ese que de alguna manera nos había convencido de que nuestra pequeña aventura era una buena idea.
Ese viaje a Lisboa en el que mis hombros pagaron las consecuencias de mi inconsciencia, esquivando de refilón algún melanoma casi seguro, fue la primera vez1 que salí de España para ver un concierto. Pero la ocasión lo merecía.
LCD Soundsystem no es un grupo normal. Por muchos motivos: el primero que su líder, y cabecilla intelectual, James Murphy dista mucho del paradigma de estrella de rock, compitiendo sólo quizás con Jarvis Cocker en quién parece más un profesor de literatura de universidad nocturna. Sus influencias, a quien gustan de mencionar cada vez que pueden2, van de Chic a Yes pasando por Nilsson y The Normal, y su sonido es el descendiente directo de la amalgama disco-punk que se gestó en Nueva York a principios de los ochenta, la de sellos como ZE y 99; efectivamente habiendose instalado en los sonidos que eran futuristas hace treinta años.
Pero si de veras hay algo que convierta a LCD Soundsystem en una banda única, más allá de su frikismo recalcitrante y sus infinitas contradicciones internas, es su directo.
LCD Soundsystem son la mejor banda en vivo que vas a ver en tu vida.
No precisan de millonarios juegos de luces, marionetas gigantescas, hologramas ni cañones de burbujas. Su laboratorio se construye con teclados, cables, un caos perfectamente calculado, la colosal presencia de Murphy como profeta generacional3 y, obviamente, un catálogo de canciones inigualable. Para bailar, para gritar, para pegarse cabezazos contra el pico de una mesa, para lo que cada uno sienta en ese momento. Y si hay una sección de ese catálogo especialmente brillante, una a la que recurrir una y otra vez para dar el golpe de gracia, una que su enfervorecida audiencia recibe como mi nuca recibió la crema hidratante aquella tarde de verano, esa es Sound of Silver.
Así queda la letra íntegra “Sound of Silver”, penúltima pieza del álbum, que repite ese estribillo unas ocho veces. Poca gente la consideraría, digo yo, una de sus favoritas: es la que menos escuchas tiene en Spotify, porque lo increíble del material anexo le ofrece una durísima competencia. Pero en sus siete minutos de vertiginoso robot-funk se concentra un microcosmos de todo lo que hace excepcional a LCD Soundsystem. Un tridente de ataque más poderoso que cualquier BBC, BMV, o MSN de tres al cuarto: la veneración mal disimulada a héroes electrónicos —aquí, y en todas partes, a Kraftwerk, con también un poco bastante de New Order, amén de un pasaje ambient house más difícil de atribuir—, una arquitectura rítmica que optimiza la función de tu glándula pituitaria, y un sardónico sentido del humor en permanente conflicto con la nostalgia.
Esa palabra es clave en el ser de la banda, una fuerza con la que se encuentran en tensión constante. Nostalgia, por encima de todo, de la juventud, de los días en los que irse de farra y consumir todo tipo de sustancias psicoactivas no acarreaba un período de recomposición de una semana. La inmensa mayoría de artistas hacen alguna concesión a la fantasía, crean una barrera entre lo musical y lo personal cuyos ladrillos van quitando y poniendo según se vaya dando la situación. En LCD Soundsystem, por el contrario, eso no sucede. Lo musical es lo personal.
Y no hay manera más postmoderna de hacerle frente a esa disyuntiva que abordarla de frente: “Us V. Them” apuesta por la guerra abierta en el campo de batalla definitivo, la pista de baile. Un recadito un tanto críptico a los enganchados al carro de LCD, a los que todavía se atreven a separar artista y ser humano incluso aunque Murphy ponga las cartas sobre la mesa; a todos aquellos que, en definitiva, le dan de comer. Pero por encima de todo eso, “Us V. Them” es una epopeya discotequera con reminiscencias kraut, cuyo irresistible atractivo hace lo que puede por sepultar cualquier ánimo confesional que pudiera tener. No hay herramienta de desescalada más efectiva que un buen sarao.
Que de saraos, James Murphy sabe un rato: aunque le pesen ya los años, el afán autodestructivo de un buen rock star nunca desaparece del todo. Y por si acaso necesitas un recordatorio, “Watch the Tapes”, celebración del hedonismo más insensato, y al mismo tiempo consciente de todas sus consecuencias: sofás con chinches, resacones, drogas cada vez más fuertes, y en general una incapacidad absoluta para asumir responsabilidades: “it’s not getting better, no / … / we do what we’re programmed to do”. Y, como animándonos a sucumbir a esta vorágine de desenfreno, “Watch the Tapes” es toda una locomotora de aullidos de bajo cortante y chispeantes platillos: si no te atropellan los graves, lo harán los agudos. Así con todo.
De la crisis existencial en la que deriva este guirigay hablaremos al final, porque hay más síntomas. “Get Innocuous!” reutiliza un loop apenas modificado de “Losing My Edge” del que emerge un piano house, como si recuperáramos la lucidez: un Murphy más bien nublado, muy en la línea del Byrne de Fear of Music, apenas acierta a decir la frase que quizás mejor resuma el sino de Sound of Silver. “Late to your real life”, una vida real cuya llegada aplazamos en favor del ocio, y que para la banda no es más que un sacrificio: madurar es volverse un pelele, un autómata, pero qué remedio queda4.
Como bien ilustra la primera ley de Newton, todo objeto permanecerá parado hasta que se ejerza algún tipo de fuerza sobre él; en Sound of Silver hay dos tales incidentes que echan un cubo de agua fría sobre la ilusión de Murphy y su gente. El menos significativo, “Time to Get Away”, es la entrada de LCD Soundsystem en esa categoría de “temas que sacan los trapos sucios de la relación con un mánager/directivo de discográfica”.5 Es dinámica, con un arreglo más bien anguloso y disperso, de instrumentos que entran y salen con brusquedad, pero sirve más como un jugoso relleno en este álbum, una anécdota más que viene a confirmar la tesis de que tales gestiones de mayores se alejan del interés primordial de LCD Soundsystem6.
“Someone Great”, por el contrario, es un cataclismo, y demuestra que cuando Murphy se abre en canal, su banda alcanza un nivel todavía superior de excelencia. Contada como una sucesión de sensaciones tras enterarse de la muerte de su terapeuta, el vocalista canaliza a su niño interior para expresar su duelo de la manera más honesta que sabe; su voz es doblada por un glockenspiel, como para darle a todo un cariz más de nana. Una inocencia perdida en imágenes: teléfonos que suenan, silencios, recuerdos… y lo peor de todo, un mundo que no se detiene, una marea que viene y viene y viene hasta el día que para. Difícil no tener los pelos como escarpias para cuando Murphy repite el estribillo, haciendo gala de un estremecedor falsete. “Someone Great” subió para siempre el listón de lo que la banda podría ser capaz de hacer, un listón que no sería superado hasta… unos segundos después. Pero no adelantemos acontecimientos.
Si hay algo que provoque tantos sentimientos encontrados en Murphy como el MDMA7 o la vida del performer, eso son los Estados Unidos, ese fracaso de la democracia. “North American Scum” es una visión guasona de las carencias de USA8, donde las juergas son menos divertidas, nadie lee revistas, y el transporte público brilla por su ausencia. Puede ser la primera canción de la historia de la humanidad en la que el imperio del dólar actúa como underdog de este conflicto cultural, de tan a fondo que se desmonta el glamour yanqui. Es casi entrañable ver ese orgullo patriótico que se les escapa, incluso cuando es a costa de llamarnos “creídos elitistas” a los europeos. Con uno, o cien, de los hooks más demoledores del álbum, es sólo una cara de la moneda. Para ver la otra, hay que irse a la última canción de Sound of Silver.
“New York, I Love You But You’re Bringing Me Down”. Sustitúyase New York por Los Ángeles, o París, o Madrid, o Barcelona, porque ciudades hostiles hay muchas, casi todas. Es otro arranque de genialidad el lanzar una bola curva justo en las postrimerías del álbum9, y tras casi una hora de rave contestataria, LCD se va a Broadway como colofón. Elevada al status de mito cuando cerró, también, el histórico concierto de falsa despedida The Long Goodbye10, este showstopper de piano eléctrico y ritmo ternario es un esfuerzo sobrehumano de contención de la rabia durante tres minutos, que culminan en una apoteosis glam rock. Toda la ironía de “North American Scum” se desvanece aquí, en lo que es en el fondo una crónica de una relación tóxica con una urbe corrupta, alienante y ―probablemente el mayor pecado para Murphy― profundamente aburrida, carente de la personalidad que tuvo en la época dorada de la que bebe tanto LCD Soundsystem. Y sin embargo, en lo que sigue siendo el verso más desarmador del álbum, si no de toda la carrera de la banda, se ve obligado a admitir: “you’re still the one pool where I’d happily drown”.
Y sí, puede que “New York, I Love You” eche el cerrojo sobre Sound of Silver, como lo hizo en The Long Goodbye, pero no fue así como acabó la noche en Portugal11, a todo un océano de distancia de la Gran Manzana.
James Murphy todavía tenía una última puñalada guardada.
Subirse al tren de “All My Friends” es tomar la decisión de descarrilar en, cómo no, dos direcciones diferentes: una, la pérdida total del ego, una ofrenda total del espíritu al incesante beat que durante cuatrocientos segundos exige de ti12 todo, a nivel físico y psicológico; la otra, el vértigo de la verdad, de que la fiesta se acaba, de que el futuro te espera con los cuernos afilados; de que, para ser sinceros, esta podría ser la última vez. “All My Friends” colapsa tu función de onda y te dice que todo va bien, y que todo va mal, y que todo va como debe ir; que el tiempo vuela y sólo existe el ahora, y que el ahora es 99% recuerdos. “All My Friends” crece y crece, y nunca explota; simplemente termina, como una peli mala, como todas las vidas de todas las personas. “All My Friends” es una obra maestra, y más que eso: es importante.
No hablo ya realmente con la persona con la que viajé a Lisboa ese junio, más allá de felicitaciones de cumpleaños con una fecha de caducidad cada vez más próxima. Ya entonces se veía que el mundo tiraba de nosotros en trayectorias bastante divergentes13, y aunque aquella vez no fue la última en la práctica, en perspectiva si que representó el canto de cisne de la relación, un sprint final épico. Tras detenerse “All My Friends”, y despedirse la banda, cantamos a pleno pulmón el “Nothing Compares 2 U” que sonó por megafonía mientras abandonábamos el Coliseu dos Recreios. Aún puedo contemplar con total vividez aquellos momentos, sentir los empujones de algún colocado de detrás, partirme de risa con la surreal actuación del DJ telonero, que tanto se resistía a salir de su cabina. Y es que pasarán los años muy rápido, pero por mucho que así sea, por muchas cosas que se queden por el camino, siempre tendré un consuelo:
I was there. We were there.
Y, hasta el arrebato que me hizo asistir al Eras Tour en Lyon, la única.
“Losing My Edge” sigue siendo uno de sus temas insignia, y su segunda mitad es una lista de la compra de grupos de culto escupidos con una mezcla entrañable de sarcasmo y reverencia.
Sobre todo su manera de agarrar el micro como el Frank Booth de Terciopelo azul cogía su máscara de inhalación.
Cuando hablo de las contradicciones de LCD Soundsystem, aquí encontramos un claro ejemplo: convertirse en máquinas es una desgracia… pero mira cómo mola esta base de Kraftwerk que estamos adaptando libremente.
“Frankly, Mr. Shankly” de los Smiths sigue siendo el prototipo, pero siempre estarán “You Never Give Me Your Money” de los Beatles, “Control” de Janet Jackson, o “Death on Two Legs”, de Queen.
La última frase es “kids never lie”, así que asumimos que si LCD pudiera tener como agente a un muchacho de 15 años, lo tendría.
En Lisboa se nos preguntó amablemente si teníamos alguna pasti encima; no era el caso ni mucho menos, pero si lo hubiera sido, ¿la íbamos a ir regalando?
Porque aunque él hable de Norteamérica, hace bien en puntualizar: “don’t blame the Canadians”.
Y hablando de genialidades, el videoclip donde interpreta la canción una marioneta de la rana Gustavo es otra.
Parte de la magia de aquello fue que, como The Long Goodbye, era también el fin de la gira, así que echaron claramente el resto. Es cierto que en The Long Goodbye existía el extra emocional de la retirada del conjunto ―gracias a los dioses volverían cinco años después―, pero el parón de tres años y medio que siguió tras el 21 de junio de 2018 tampoco es moco de pavo, incluso aunque no amenazaran con abandonar los escenarios.
Por no decir del que tiene que repetir una y otra vez ese acorde de piano de La mayor; las indetectables fluctuaciones en tempo son parte del magnetismo.
Él quería acabar la noche en la Sala Lux, donde pincharía Murphy después; yo de ninguna manera iba a ir a otro sitio que no fuera el hotel.