Las 250 de Quixote, Parte VI
Quizá, como en Star Wars, seis sean suficientes, pero aquí apenas estamos empezando. Que entren Radiohead, Journey y Stevie Nicks.
250-241 * 240-231 * 230-221 * 220-211 * 210-201
200-191 * 190-181 * 180-171 * 170-161 * 160-151
150-141 * 140-131 * 130-121 * 120-111 * 110-101
100-91 * 90-81 * 80-71 * 70-61 * 60-51
50-41 * 40-31 * 30-21 * 20-11 * 10-1
200. Radiohead, Exit Music (For a Film)
Ya estaban tardando Yorke y compañía en hacer acto de presencia. OK Computer es una obra cumbre de la cultura universal, lo dice todo el mundo, pero entre tanta vestidura rasgada “Exit Music” a menudo ha pasado algo más desapercibida. Error: la faceta atmosférica de Radiohead jamás ha estado tan realizada como en esta oscura sinfonía. La banda construye con delicadeza una asfixiante tensión, una balada acústica que intenta disimular la caída de mil bombas atómicas. El desenlace, no por inesperado es menos escalofriante: la pareja protagonista, si no la humanidad, ha perecido, y Yorke hace suyas todas las fuerzas de la naturaleza para jurar una venganza vana. Si Hollywood fuera mínimamente valiente ya estaría poniendo esto en los créditos de la próxima comedia de Adam Sandler.
El momento: El parco drum fill que desata la calamidad. Ni la canción, ni nada, volverá a ser lo mismo después.
199. Stevie Nicks, Edge of Seventeen
Hablando de comedias, me es casi imposible no ligar “Edge of Seventeen” a la fabulosa escena de comunión espiritual entre la estirada Joan Cusack y el impostor Jack Black en School of Rock, una película formativa donde las haya. Pero da igual donde la escuches, cuando Stevie empieza a cantar como la blanca paloma sus fieles acudimos con júbilo. “Edge” se desliza por ese filo con maestría, tejiendo una telaraña de la que es imposible, e indeseable escapar. La fórmula milagrosa, apenas un burbujeante ostinato de palm mutes1 y un celestial piano, resiste cinco minutos y medio gracias al carisma infinito de Nicks, la suma sacerdotisa del rock. Una misa que nunca da pereza oír.
El momento: Es un escalofrío constante, pero la cosa empieza a ir bien en serio en ese “But the moment! That I first laid! EYES! ON! HIM!”. Se vuelve uno plastilina en las manos de Stevie.
198. Sir Babygirl, Haunted House
Volvamos a este siglo por un segundo: “Haunted House” es una descarga vigorizante con la entrañable energía de la actuación de fin de curso de la rarita del instituto, aunque no sé cuál sería la acogida más adecuada: una ovación o un silencio incómodo. Sir Babygirl irrumpe en escena, en solitario, acompañada únicamente con una dispersa base musical sintetizada. Es su presencia de golden retriever la que impulsa el tema, que se pasa brincando de punta a punta con giros vocales desatados, ahogándose audiblemente en los pasajes más frenéticos, pero sin perder la alegría que desborda su voz. El tropo de “disociando en una fiesta” está algo manido en el pop2, pero sólo Sir Babygirl puede convertirlo en algo tan inconteniblemente divertido.
El momento: El salto al vacío, de casi octava y media, de ese “TO LOSE ALL MY FRIENDS IN ONE night” es mi Imperio Romano.
197. The Divine Comedy, Tonight We Fly
El pop barroco, con sus suculentos cuartetos de cuerda y arreglos preciosistas, siempre navega una muy fina línea entre la belleza y la pretensión. Neil Hannon, a la cabeza de The Divine Comedy, ha conseguido desarmar cualquier acusación de arrogancia con su fino sarcasmo británico, aunque siga siendo hijo predilecto de los culturetas. Aquí, sin embargo, no hay apenas rastros de ironía: “Tonight We Fly” es preciosa, un tour costumbrista por las vidas de gente corriente, con sus penas y jolgorios, a vista de pájaro omnisciente. ¿La inspiradora conclusión? Que igual sumándolo todo, el mundo no está tan mal. Si permite que existan cosas como esta, tiendo a estar de acuerdo.
El momento: El majestuoso crescendo global, que culmina con Neil siendo incapaz de resistirse a una nota agridulce: “this life is the best / we’ve ever had”.
196. ‘Til Tuesday, On Sunday
Qué puedo decir, adoro a ‘Til Tuesday, lo diré una y mil veces. Una banda firmemente arraigada en las peores costumbres de los ochenta3, consiguieron sin embargo ser capaces de alejarse del paradigma más robótico del synthpop y hacer música con alma. Todo esto gracias, por supuesto, a Mann, una de las compositoras más infravaloradas de su generación. Lo que hace4 en “On Sunday” es poco menos que una tortilla de patatas, una deliciosa obra maestra a partir de los ingredientes más simples: una buena progresión de acordes, una melodía que te agarra del ventrículo derecho y no te suelta, y las florituras justas. Se podría argumentar que no dista mucho de una docena de canciones muy similares de la banda, y es cierto, pero con ello sólo se estaría demostrando su genialidad, y la injusticia de su relativo olvido.
El momento: El frágil puente, y el posterior renovado estribillo, que se siente como si el dolor, ese souvenir, o al menos la resignación, hubieran ganado.
195. Guillemots, Trains to Brazil
“Trains to Brazil” es uno de los casos más extremos de disonancia melonarrativa en mi repertorio: el trasfondo del racismo policial y la paranoia constante ante el terrorismo laten por debajo de esta hermosura, que amenaza casi hasta con empalagar. Obra de un cuarteto londinense bohemio y experto en hacer música que suena como una bandada de mariposas sobrevolando un cielo sin nubes5, “Trains” se las apaña para sonar a ratos como un número de Busby Berkeley, un breve intervalo de tiempo en el que todo para y la gente se deja llevar por la magia, un colorido carpe diem. Con el declive del movimiento hipster6, Guillemots estaban condenados a la desaparición, pero el instante que tuvieron lo aprovecharon y mucho.
El momento: “And to those of you who moan your lives through one day to the next / WELL LET! THEM! TAKE! YOU! NEXT!”, uno de esos raros versos que ponen la piel de gallina. Hasta el punto de que se me olvida la redundancia de la rima, fíjate.
194. Journey, Who’s Crying Now
Esto es así: hasta cuando traigo melenudos me aseguro concienzudamente de que sean lo más blanditos posibles7. Journey se mantuvo a la cabeza de aquello que dieron en llamar arena rock: música con algo de músculo pero diseñada para llevar a las masas a estadios. Entre Glee y Los Soprano8 se han mantenido vigentes, pero su catálogo menos reivindicado hace méritos suficientes. “Who’s Crying Now”, de hiperventas Escape, se sitúa a medio camino entre sus power ballads y sus cortes más animados: es puro sonido California, y a la vez gélida como un témpano. Hasta el guitarrista Neal Schon, habitualmente portador de fuegos artificiales, está comedido; es Steve Perry, como de costumbre, quien enciende la llama con su incomparable torrente de voz. “Don’t Stop Believin’” se llevaría toda la atención, pero no tengo dudas de cuál pesa más en mi balanza.
El momento: Muy difícil elegir, así que me quedo con el mismo principio: ese resonante acorde de piano, con el pedal pisado hasta el fondo, que te juzga como un padre severo.
193. Robyn, Dancing On My Own
“Dancing On My Own” sobrevivió a Cepeda: ese hecho debería ser más que suficiente para encumbrarla en cualquier panteón. Robyn descendió de las alturas con el solo propósito de demostrar al mundo de una vez por todas que el pop escandinavo es, por naturaleza, superior9. Las incontables covers insulsas que han salido como setas cometen el error de alejar “Dancing” de su hábitat natural: la pista de baile10. Como si no se pudiera empatizar con algo sintético: los sintetizadores como motosierras a cámara lenta y las cajas de ritmos marciales son tan aliens como lo que rodea a Robyn, una multitud feromónica totalmente ajena al monólogo interno de la cantante. “I’m right over here / why can’t you see me?”. Oh, te vemos. Nítidamente.
El momento: Robyn mintiéndose a si misma tras el primer y revelador estribillo: “I’m just gonna dance all night”. Ya, sólo eso. Seguro que no vas a seguir torturándote.
192. Daryl Hall & John Oates, Say It Isn’t So
A finales de 2023 nos levantamos con una de las noticias más fatales de los últimos años: Daryl Hall había conseguido una orden de alejamiento contra John Oates, poniendo fin a más de cinco décadas de colaboración. Los motivos eran inevitablemente crematísticos11, pero los primeros rescoldos de tensiones se aprecian en la foto superior: Hall sale espléndido, incluso luminoso, mientras Oates está hasta movido, y con una cara de haber dormido dos horas en el último mes. Que haya durado tanto es un milagro, como lo es “Say It Isn’t So”, uno de sus hits de soul blanco que tan bien supieron pasar por el filtro ochentero, como unos Temptations con hombreras. El resultado es una máquina perfecta, un snack que puedo engullir mil veces sin cansarme. Es, a fin de cuentas, Hall and Oates.
El momento: Nunca repetiré esta frase jamás, pero Jimmy Fallon tenía razón: las improvs locas de Daryl Hall al final de la práctica totalidad de sus canciones son un caramelito, aun sin pronunciar una palabra reconocible.
191. Howard Jones, Like to Get to Know You Well
Howard Jones es otro nombre más de una larga lista de ratas de laboratorio synthpop; no tan excéntrico como Thomas Dolby, y tampoco un perseguidor del mainstream como Nik Kershaw: simplemente un tipo que supo surfear las convulsas nuevas olas, haciéndose un hueco incluso en el line-up de Live Aid12. ¿Hay algo más eighties? Por supuesto: “Know You Well”, que es de las pocas propuestas de aquellos años que se arrima al reggae sin resultar casi ofensiva13, y que estimula mi generación de dopamina como nada en el mundo. Jones declara sus intenciones al mundo, y de paso a la mujer de sus ojos, de una manera aparentemente inocente que es traicionada por lo obsesivo de los ritmos: no puedes escuchar su oferta sin imaginar que vas a despertar sin riñones a la mañana siguiente. ¿Pero qué peligro puede tener este británico? Si hasta cantó en simlish, es inofensivo.
El momento: El estribillo me parece inmejorable: la percusiva repetición del título, cada consonante un martillazo, cada “weeell” más desesperado que el anterior.
Del que las Destiny’s Child hicieron un buen reciclaje en “Bootylicious”.
Ni siquiera es la única canción con esa misma temática en esta parte de la lista.
Cajas con gated reverb, guitarras ahogadas en efectos, una indiferencia generalizada por lo pasada de moda que iba a sonar su música en 10 años (y lo totalmente in que iba a estar en 30).
El resto de la banda está acreditada también, pero la canción huele a Aimee por los cuatro costados.
“Made-Up Lovesong #43” es mejor ejemplo aún de esto.
Y fíjate si eran hipsters que llevaban contrabajista.
Hasta cuando no son especialmente blandos, cojo aquella canción suya que más sacarina tiene. Véase Whitesnake.
La aparición de “Any Way You Want It” en Los Simpson tampoco hizo daño.
Releyendo esta frase, me doy cuenta de que contiene cierta connotación indeseable de supremacismo blanco. Nada más lejos: sólo es que el pop sueco es la leche.
Aunque sea una esquina de la misma, alejada de la acción.
Por resumir: Oates quería vender parte del catálogo compositivo de la banda a una editorial, alegando que está hasta las narices de sus hits; Hall bloqueó la operación con una querellita a tiempo a lo Eduardo Inda.
Un par de actuaciones después de Kershaw, de hecho.
No quiero mirar a nadie, Matthew Wilder. Pero te amo igual.