Las 250 de Quixote, Parte XI
Muchas caras nuevas por aquí, pero también viejos conocidos. Los Fab Four se marcan un hola y adiós, The Cure lloran en una esquina, y Belinda Carlisle dibuja símbolos extraños en la playa. Un circo.
250-241 * 240-231 * 230-221 * 220-211 * 210-201
200-191 * 190-181 * 180-171 * 170-161 * 160-151
150-141 * 140-131 * 130-121 * 120-111 * 110-101
100-91 * 90-81 * 80-71 * 70-61 * 60-51
50-41 * 40-31 * 30-21 * 20-11 * 10-1
150. The Divine Comedy, Something for the Weekend
Neil Hannon ha pasado por más etapas que Bowie, y aunque en mi subconsciente siempre será ese enjuto norirlandés con pintas de registrador de la propiedad, los noventa fueron testigos de su fase de dandy de club de campo, llevada al máximo esplendor en su sensacional Casanova, cómo no. “Something for the Weekend”, el mejor corte de aquel, sin embargo, deja claro que bajo esa fachada de cantante de casino en la Costa Azul sigue habiendo un pringadete1, timado por un presunto ligue que, aprovechando su exceso de calentura, le tiende una trampa para luego llevarse todo lo que tiene entre risitas. Una justicia divina para nuestro “Ulster lover”, que echa el resto en un tema delicioso que sólo se puede escuchar en albornoz y con una copita de brandy. Será la última aparición de The Divine Comedy aquí, pero os insto, os suplico, que exploréis el irónico universo de Lord Hannon. No os arrepentiréis.
El momento: Lírico, por una vez: Hannon intenta calmar los fingidos temores de su compañera de cama con una seguridad machuna y prepotente que será su ruina: “get this into your sweet head / there ain’t nothing in the woodshed… except maybe some wood”. Si él supiera.
149. The Tubes, She’s a Beauty
Es imposible encasillar a The Tubes. La banda de Fee Waybill se ha labrado una carrera en la que todo tiene cabida: la comedia underground, la parafernalia glam, el nudismo ocasional y el rock de estadios. Pero en su explosiva inclasificabilidad, en 1983 les salió un diamante de pop Hollywoodiense llamado “She’s a Beauty”. Inspirada en un espectáculo erótico, de nuevo la energía libidinosa rebosa por todas partes, especialmente en su tirando a problemático videoclip2. Pero debajo de tanta hormona y tanta caspa, hay simplemente un temazo de perfecta factura, un monumento al exceso con un estribillo hipercantable. La apuesta comercialísima salió bien a The Tubes, porque sería la única vez que olieran siquiera el top 10 de Billboard, y aunque es uno de los temas que más me avergüenzo de tener por aquí, me resulta irresistible. Soy humano, al fin y al cabo.
El momento: El paso de la estrofa, gamberrilla y funky, al prechorus es demoledor; podría escuchar ese trascendental “you can look inside another world” en bucle.
148. The Beatles, Martha My Dear
Si os diera cien oportunidades para adivinar cuál iba a ser la primera y última contribución de la banda más importante del pop en este almanaque personal, apuesto a que os rendiríais antes de decir “Martha My Dear”. Tenía todas las papeletas para ser desechable, estando en el álbum más atiborrado de los Beatles —el blanco, cuál si no—, y tratándose de una oda de McCartney a ni más ni menos que su perrita bobtail, pero contra todo pronóstico termina por ser una de las canciones de amor definitivas. Sir Paul hace lo suyo, tirando de la tradición music hall con ese piano sincopado y esas tubas para evolucionar hacia un rock barroco exhilarante, posiblemente alienando a un John Lennon que no hace acto de presencia por aquí. ¿Y quién lo echa de menos? Macca pudo haber compuesto “Glass Onion” o “Yer Blues”, pero no me imagino a Lennon haciendo “Martha My Dear”. Fin del debate.
El momento: La primera mitad de la canción, entera: uno de los ejemplos definitivos de sinfonía de bolsillo. Da bajón que se termine, pero ilusión que vuelva a empezar.
147. Spock’s Beard, The Light
Insistir en hacer rock progresivo durante los años del grunge y el britpop es casi cuestión de fe, de fe ciega; esa que ha movido a Neal Morse a ser virtualmente un teólogo del rock cristiano en las últimas décadas3. Antes de su reconversión, Morse y sus Spock’s Beard venían a ser una versión ligera de los Dream Theater de su colega en Transatlantic Mike Portnoy, y el cuarto de hora de “The Light” fue su carta de presentación al mundo entero. Una suite circense de ocho partes que sirve como un haz de luz cegadora y prometeica que encierra, o pretende encerrar, los secretos de la salvación de la humanidad, o algo parecido —se ve que a Morse le interesaba la temática teleológica desde jovencito. “The Light” consigue lo que poco prog: hacerme entrar en trance durante un buen rato4. Como Pulp Fiction, aunque sepas más o menos lo que viene a continuación, sigues anticipándolo expectante como la primera vez.
El momento: Es casi ofensivo, pero el latineo impropio de la parte seis, “Señor Valasco's Mystic Voodoo Love Dance”, es un desparrame.
146. Arcade Fire, The Suburbs
Me enamoré de Arcade Fire incluso antes de escucharlos; leer sobre ellos en mi manual de iniciación 1001 discos que hay que escuchar antes de morir5 titiló mi imaginación con promesas de indie cacharrero y maximalista. Pero tras la grandilocuencia de Funeral y Neon Bible, la banda de Montreal se refugió en la periferia superficialmente tranquila de The Suburbs, el álbum que finalmente devino en su transición de hipster darlings a una troupe llenaestadios y ganadores de Grammies. “The Suburbs”, la canción, es un giro de 180º hacia un sonido a un tiempo nebuloso pero arraigado en una tradición norteamericana, de máquinas cortacésped y dramas a puerta cerrada. Aquí el pasado y el futuro confluyen para decirnos que no hay esperanza, pero que al fin y al cabo, nunca la ha habido, y fíjate: aquí seguimos.
El momento: “So can you understand / that I want a daughter while I'm still young? / I want to hold her hand / and show her some beauty before this damage is done” bien podrían ser los versos más desgarradores jamás escritos.
145. Belinda Carlisle, Circle in the Sand
Hora de limpiar los chakras, sentarnos sobre la arena, y contemplar nuestro yo interior. La ex-Go-Go’s Belinda Carlisle se alejó de las pioneras new wave para erigirse en una figura monumental del pop. Si bien su triunfante “Heaven Is a Place On Earth” dio más de sí comercialmente hablando, es la reconfortante “Circle in the Sand” la que se lleva mis elogios desmedidos. Como una ola, de fuego y de caricias, Carlisle nos envuelve en un aura evocadora de playas desiertas y algún ritual faérico que otro, con una producción tan suculenta que juraría que capto el sabor a espuma de mar a través de mis auriculares. La cantante tendría al menos media docena de hits excelentes, pero ninguno con la delicadeza hipnótica de éste. Sus propiedades curativas no están demostradas por la ciencia, pero no dudo ni por un momento de ellas.
El momento: Soy una persona sencilla: me cantas una cosa de una manera, y luego de otra, como en ese entregado “and III begin, baby, where you end” final, y muerdo el anzuelo cual boquerón.
144. The Lucy Show, Come Back to the Living
Los recovecos del post-post-punk fueron fértil tierra de pasto para todo tipo de propuestas: empujes arty hacia el jazz, inmersiones góticas, saltos al mundo digital del synthpop. The Lucy Show, banda de apenas un par de álbumes, magníficos eso sí, no optaron por reinventar la rueda, abrazándose a un amigable jangle que nos rescata de cualquier tiniebla implícita en el título. Orfeo no se rebajaría, tal vez, a tocar un riff tan machacón, pero aquí el efecto es más bien balsámico. “Come Back to the Living” encuentra belleza en la penumbra: es un besito en la frente, una manta para arroparse. Sin grandes paroxismos, The Lucy Show demuestran que lo único que hace falta para arrojarnos un salvavidas es una buena melodía y el más leve toque de romanticismo ochentero; en otras palabras, mi debilidad.
El momento: Casi impensable elegir, pero me quedo con el coro celestial que acompaña a Rob Vandeven en el estribillo. Si algo puede convencerle para escapar del inframundo, será eso.
143. David Sylvian y Ryuichi Sakamoto, Forbidden Colours
En 1982, el inquieto auteur David Sylvian dio un paso al frente mudando su piel de chico mono glam en el quinteto Japan para buscar una alianza nipona que no se quedara sólo en el nombre; la halló en todo un Ryuichi Sakamoto, que se encontraba en pleno parón de las actividades con la Yellow Magic Orchestra. De la banda sonora de Merry Christmas Mr. Lawrence6 proviene este “Forbidden Colours”, la composición más bella de cualquiera de los dos genios. El mágico arreglo de Sakamoto, con unas estremecedoras cuerdas y un motivo de piano capaz de conmover hasta el llanto a un ladrillo, sirve de paisaje perfecto para el conflicto de Sylvian, cuyo evocador barítono nunca ha sonado mejor, entre lo sacro y lo carnal. ¿El resultado? Un estallido de claridad pura en un millón de colores que nada ni nadie será capaz de contener.
El momento: La entrada de las cuerdas hacia la mitad de la canción, como una pequeña tormenta que desata una auténtica tempestad emocional.
142. ‘Til Tuesday, (Believed You Were) Lucky
Y volvemos a ‘Til Tuesday, mi verdadero hogar. Tras dos álbumes poco más o menos que inmaculados de pop de ensueño, culminaron su tendencia hacia el naturalismo en Everything’s Different Now, de manera análoga al incremento del protagonismo de la vocalista y bajista Aimee Mann. Como buena parte de este último disco del grupo, la relación entre Mann y el compositor Jules Shear7 inspiró una amarga balada sobre dos corazones que laten a destiempo. En “Lucky”, Mann pasa por todas las fases del duelo para aceptar que su pareja no tira del carro. ¿Falta de autoestima? ¿Diferencias de carácter? ¿Simple desinterés? Irrelevante: a Mann le sobran razones para apearse de algo abocado al fracaso. Desde nuestra posición de voyeurs sólo podemos hacer dos cosas: ofrecerle nuestro oído, y sentirnos un pelín culpables al encontrar tan exquisito el dolor ajeno.
El momento: Justo en el último segundo, al férreo muro de Mann le sale alguna grieta pensando en lo que pudo ser: “life could be lovely / oh, life could be fucking great”.
141. The Cure, Pictures of You
De dolor sabe un rato Robert Smith, que ha hecho de la fustigación siniestra una especie de marca de la casa. Tras unos convulsos años ochenta que lo llevaron del abismo de Pornography y Seventeen Seconds a una relativa vacuidad más MTV-friendly, un buen día se sentó en un sillón y decidió que había malgastado sus treinta años sin llegar a ofrecer su obra maestra al mundo. Así nace Disintegration, una catedral para los desesperados que bien podría condensarse en “Pictures of You”, una tortura terapéutica para un Smith frente a un océano embravecido de guitarras, gritándole sus palabras al vacío. Así, el paso de una banda mitológica a la eternidad del rock quedaba finalmente certificado, si es que no lo estaba ya: el nombre de The Cure está, y estará por siempre, ligado a la cavernosa divinidad de “Pictures of You”.
El momento: Cada barrido de campanillas es como la marea acariciando un barranco, pero en particular el que va después del puente: trae varado un riff que veníamos intuyendo, pero cuya llegada real sabe a gloria.
La canción está narrada en tercera persona, pero Hannon también encarna al caballero horny en la “dramatización” de la intro, así que lo tomaré como el cantante tomando distancia gramatical de lo ocurrido para preservar algo de dignidad.
Versión resumida: se llevan a una criatura adolescente, en concreto a Alexis Arquette con trece años, a ver mujeres ligeras de ropa en una especie de tren de la bruja del destape. De lo más turbio.
La gente normie hace álbumes alabando a Dios y los santos; Morse hace uno conceptual sobre la corrupción en la Iglesia medieval y la vida de Lutero. Siempre ha habido clases.
Me estoy hartando de hacer referencias al pasado y futuro de esta lista, pero bueno: ésta es la segunda canción más larga, y el destino ha hecho que preceda justamente a “Martha My Dear”, la segunda más breve.
Misión cumplida, por cierto.
Protagonizada por David Bowie, Takeshi Kitano y el propio Sakamoto, porque el departamento de casting estaba en modo aleatorio ese día.
Más explícita en “‘J’ for Jules”, claro. A Shear, por cierto, ya lo conocimos, porque es el artífice del “All Through the Night” de Cyndi Lauper.