Las 250 de Quixote, Parte XVII
En donde se caerá en el tópico, se volverán a ver caras conocidas, y otras no tanto. Vamos, una parte como otra cualquiera, seguramente. Pero con los Eagles.
250-241 * 240-231 * 230-221 * 220-211 * 210-201
200-191 * 190-181 * 180-171 * 170-161 * 160-151
150-141 * 140-131 * 130-121 * 120-111 * 110-101
100-91 * 90-81 * 80-71 * 70-61 * 60-51
50-41 * 40-31 * 30-21 * 20-11 * 10-1
90. a-ha, Living a Boy’s Adventure Tale
Es fácil identificar a a-ha como unos representantes más de los ochenta más llenos de colorinchis; al fin y al cabo, se los conoce mayoritariamente por “Take On Me”, que suena happy flower hasta en medio de un apocalipsis zombi. Craso error: los noruegos se recreaban en el drama que da gusto. No sé qué clase de “aventura juvenil” viven en este melodramático no-single de su debut, pero no parece de las de Dora la Exploradora: lluvia, pesadillas, heridas, y el confort de un amor que parece que no será suficiente para enfrentarse a tanta fuerza del mal, pero que vencerá. Con el azucarado acompañamiento del oboe de Claire Jarvis, un remanso de naturalidad entre tanta grandiosidad new romantic, y una coda espectacular, el trío carpetero no hace prisioneros: te llevan al apoteosis, sí o sí.
El momento: La obra cumbre de Morten Harket: el salto cuántico al falsete del último estribillo, para rematar con un “TAAAAAAAALE” de pecho como para parar un transatlántico.
89. ‘Til Tuesday, I Could Get Used to This
Mis idolatrados ‘Til Tuesday no eran mucho menos teatrales que los a-ha, aunque siempre con un enfoque bastante más terrenal. “I Could Get Used to This” no es, sin embargo, especialmente representativa de la obra del cuarteto de Boston: una pieza synth-popera de matices casi funk que no termina de encajar siquiera con el resto de temas de su álbum, Voices Carry, mucho menos con su rock semi-alternativo posterior. Supongo pues que Mann, hoy cantautora de pro, no estará orgullosa de lo esmaltado de su sonido, de ese slap bass que frunce tu ceño como por arte de magia, de ese eco extraterrestre que envuelve todo, de los sintetizadores que supuran por cada grieta… ¿pero yo? Sé que no hace falta que lo jure, pero podría acostumbrarme a esto.
El momento: El riff de guitarra inicial fue suficiente para engancharme para siempre, pero la entrada de Aimee Mann y su bajo son la guinda del pastel.
88. Terri Gibbs, Somebody’s Knockin’
Y entrando con fuerza en las listas de mi universo country particular, ¡la semi-desconocida Terri Gibbs! Sin avisar ni nada, porque a quién le hace falta anunciar su llegada cuando tiene entre las manos un hit del calibre de “Somebody’s Knockin’”. Elegantemente urbanita sin perder un ápice de energía de rancho, Gibbs espera con los dedos bien hincados en la hebilla de su cinturón a ese “diablo de ojos azules y pantalones vaqueros aún más azules”: su voz de contralto es desafiante en la estrofa, plantando cara ante la amenaza de este intrigante caballero, pero para el melodioso estribillo ya da la batalla por perdida. Será la fiebre, o las tácticas de seducción infalibles del cowboy de turno, pero la noche que le espera a Gibbs va a ser bien tórrida. Llama a la puerta de su dormitorio antes de entrar, por si acaso.
El momento: “He must have tapped my telephone line / He must have known I'm spendin' my time ALOOOOOOONE”. Se puede saborear el anhelo en esa última palabra. ¡Date un gusto, mujer!
87. Fleetwood Mac, Big Love
Siento que he escrito ya como tres mil trillones de caracteres sobre Tango in the Night, y en concreto sobre “Big Love”, porque seguramente sea así. Es la penúltima vez de muchas en el top de Fleetwood Mac1, y se me agotan los calificativos. A la sazón un tema en solitario de Lindsey Buckingham, aunque con el apoyo siempre certero de unos Fleetwood y McVie que hacían algo más que ponerle el nombre al grupo, “Big Love” sirve de escaparate para los múltiples talentos de la cabeza más joven de esta hidra. A saber, el inconfundible toque de su producción, nerviosamente incorpórea; su voz desgarrada; y, sobre todo, sus milagrosos dedos, que deberían estar asegurados por millones, y que tocan los trastes de esa afortunada guitarra como no la habían tocado nunca antes. No hay amor más grande que el que le profeso a esta canción.
El momento: El puente es abrumadoramente bueno, pero en su versión en directo de The Dance es una cosa ya orgásmica.
86. Daryl Hall & John Oates, She’s Gone
Ooooooh, Hall y Oates, el frente borrascoso de Philadelphia augura una tormenta ligera que cubrirá nuestros cielos durante al menos cinco minutos. Los Cruz y Raya del soul blanco nunca han sonado más acaramelados: aquí, por una vez, cantan a dúo, con el sólido barítono de Oates cimentando los suaves agudos de un Hall que lentamente eclipsa a su compinche2 con sus gorgoritos. El contrapunto del chorus es una delicia, cocinado a fuego lento en un crescendo arrebatador, con un pelín de ayuda de uno de los arquitectos fundamentales del sonido ligero de los setenta, Arif Mardin3. Ella ya no está, como Laura, y la desesperación de nuestro protagonista bicéfalo es palpable, pero también la determinación: si cumplen su promesa de bajar a los infiernos a recuperarla, no me cabe duda de que este “She’s Gone” conmovería al mismo Hades.
El momento:
SHE’S…
GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOONWOOOOHOHOHOOHAAAH
Y todo lo que viene después.
85. Nancy Nova, The Force
La época disco fue una de vocalistas desechables sin rostro y con éxitos casi siempre perecederos, pero al contrario de lo que podría pensarse, aquello era una feature, no un bug. La máquina de la fiesta hizo hueco a microestrellas como Nancy Nova, el punto medio exacto entre Eartha Kitt y Gracita Morales, y su “The Force”. Un inapelable despliegue de barroquismo tecnodance, Nova se pasea cual vedette trasnochada con una voz nasal tan descarada que no puede sino enamorarnos, “arrastrar magnéticamente nuestras almas a través de la atmósfera”, o algo por el estilo. Brillantemente alocada, extrañamente sensual, si te dejas llevar por esta misteriosa fuerza puedes acabar en cualquier parte del universo, pero el viaje será de lo más memorable. Feel the fo-o-o-o-o-o-o-o-….
El momento: el siniestro comienzo, especialmente cuando ese robot ginoide dice “chorus” y le replican un millón de almas en pena en busca de rescate. ¿Qué hay más festivo que eso?
84. Raydio, Jack and Jill
¿A quién vas a llamar? A Ray Parker Jr. le faltaba todavía un lustro para recomendarnos a los Cazafantasmas en caso de evento paranormal, pero mientras Peter Venkman y cía esperaban en el banquillo, el cantante y su banda de soul meloso Raydio se entretenían poniendo una infidelidad en los términos más prosaicos: Jill trabajaba demasiado, y Jack optó por bajar a hurtadillas la colina a recibir amor de una tercera persona. Una historia contada infinitas veces, pero raramente con el forro de terciopelo de “Jack and Jill”, que la imbuye de una curiosa ambigüedad, más reconfortante que tensa. ¿Trata de justificar comportamientos bastante tóxicos? Es posible. ¿Es un suculento temazo? Desde luego que sí.
El momento: Hay a quién le molestan, pero las interjecciones de los backing vocals en las estrofas me dan la vida. “Jaaaack!!!”
83. Eagles, New Kid in Town
Es posible, qué sé yo, de que me haya autosugestionado para convertir, en mi cabeza, a “New Kid in Town” en una de las canciones más tristes jamás escritas. ¿Pero ando tan desencaminado? Aunque seguramente sea una alegoría sobre el estrellato y lo pasajero de la fama, yo no puedo evitar conjurar gotas de lluvia en la ventana, que salgan a flote inseguridades sumergidas de un síndrome de impostor latente y del miedo a fracasar. Lo que significa que las angelicales armonías del quinteto californiano me nublan el juicio, me enlatan el cerebro en su almíbar. Glenn Frey4 no tiene la garganta más característica en los Eagles, pero su doliente interpretación aquí es exultantemente bella, y más aún cuando sus compañeros le arropan con tanta calidez. Una balada inolvidable para echar una lloradita.
El momento: Uf, ya sé que muchas veces digo que es casi imposible, ¿pero aquí? Es el festival del hook. Me tendré que quedar con ese “there’s so many things you should have toooold her / but night after night, you’re willing to hoooold her / just hoooold her / tears on your shoooooouldeeer…” Ains, si es que soy un blando.
82. Toto, Africa
“Africa” es el LeBron James del pop: es casi impensable que después de tantos años siendo una presencia constante en nuestras vidas siga manteniendo la chispa. Pero mírala, ahí está, milagrosamente coleando, ilesa pese a lo estridente de versos púrpuras como ese “sure as Kilimanjaro rises like Olympus above the Serengeti”. Qué quieres que diga: conoces “Africa”, conozco “Africa”, todos los individuos de nuestra especie conocen “Africa”; no he leído ningún estudio al respecto, pero diría que es probable que haya alguna secuencia de nuestro genoma en la que esté codificado este hitazo. Los Toto tuvieron una carrera bastante florida, pero es difícil pensarlos capaces de materializar tamaño espejismo místico entre tanto divertimento AOR-light. Supongo que no hay nada que seis hombres, o más, no puedan hacer.
El momento: Es un quark indivisible, pero el “hurry boy, she’s waiting there for you” es especialmente gritable desde el borde de un acantilado.
81. The Cure, Just Like Heaven
Concluimos esta tacada de maravillas con una de las más obvias, pero si lo es será por algo. Los niños prodigio del rock gótico abandonan el negro, si bien no lo del peinarse con un generador de Van de Graaff5, y se pasan al naranja chillón. Si “Just Like Heaven” no fuera tan asquerosamente perfecta, las acusaciones de selling out no hubieran sido del todo infundadas, pero hela aquí: un incorruptible bizcocho de miel jangle y mermelada melancólica, impulsado por un golpe de snare como un latigazo cósmico sobre el que cabalga el sempiternamente lastimero Robert Smith, que aún en lo más cercano que ha conocido a la alegría no duda en descerrajar su fantasía hacia el final: soledad, mares embravecidos, y apenas el recuerdo de unos labios. Dulce, dulcísimo dolor.
El momento: Cómo engarzan los elementos poco a poco en el inicio, construyendo la red sobre la cual Smith se lanza, desenfrenado: “Show me, show me, show me!”
Intentad adivinar cuál será la última, venga, que hay premio. No, no es verdad, no lo hay.
Y esta sería una de las últimas veces que se puede decir que compartan foco; para saber qué pasa cuando le ceden la voz cantante a John Oates, escucha “Italian Girls”, y date una ducha inmediatamente para quitarte la caspa revenida.
Responsable en buena medida de la deriva discotequera de los Bee Gees, que no es poca cosa.
No puedo dejar de recalcar lo mucho que me alucina que esto lo cante el mismo tipo que “The Heat Is On” de Superdetective en Hollywood.
Que acabo de enterarme de que la banda de Peter Hammill, Van der Graaf Generator, lo escribió mal.