Las 250 de Quixote, Parte XII
Hoy se pone en juego la reputación de este listado, pero todo sea por la honestidad: es lo lógico, lo empírico, lo práctico. Al menos siempre nos quedará Barry White.
250-241 * 240-231 * 230-221 * 220-211 * 210-201
200-191 * 190-181 * 180-171 * 170-161 * 160-151
150-141 * 140-131 * 130-121 * 120-111 * 110-101
100-91 * 90-81 * 80-71 * 70-61 * 60-51
50-41 * 40-31 * 30-21 * 20-11 * 10-1
140. Depeche Mode, But Not Tonight
Depeche Mode es muy posiblemente la banda que más haya marcado mi existencia hasta la fecha, y tras décadas navegando su trayectoria, las canciones que más se han acabado adhiriendo a mí han tendido a no ser sus hits. Descartada por DM para Black Celebration, su primer salto al lado oscuro, por ser demasiado “popera”, “But Not Tonight” quedó relegada a ser la cara B de la siniestra “Stripped”1, pero su fulgor no podía quedar reprimido mucho tiempo. El tema lleva el sello de Martin Gore grabado a fuego por todas partes, y es posible que su renuente ternura hubiera encajado con la voz más dulce, más melodiosa, del rubio; pero entonces va Gahan y lo clava igualmente. Apartados del “libertinaje constante”, los Depeche suenan tan positivos que no parecen ellos, pero les queda bien. Ya habrá tiempo para los latigazos más tarde.
El momento: El vocal fry, o lo que fuere, que Dave se marca en cada estrofa, que suena algo así como “the staaars in the skyyyyyghhh / bring teaaaars to my eeeyeghhhhhhs”. Hay que sufrir por el arte.
139. Barry White, Never, Never Gonna Give You Up
Y hablando de personas que tienen un subwoofer en el diafragma: que dos individuos con voz de bajo profundo hayan lanzado un “Never Gonna Give You Up” debe ser prueba suficiente de que vivimos en una simulación. Pero mientras que Rick Astley2 y su facha de mozalbete barbilampiño no inspiran una gran confianza en cuanto a sus habilidades amatorias, Barry White nos recibe en el dormitorio con la bata de satén bien ajustada y unas gotitas de colonia para despertar todos nuestros sentidos. Este “Never, Never” es todo un obelisco del soul más afrodisiaco, tan poderoso que hace a un intérprete tan exagerado, tan caricaturesco, inmune a cualquier tipo de burla. Irresistible tanto para humanos como para ofidios, no hace falta estar en el lecho para gozarlo con sus lujuriosas sinfonías. Pero ayuda, imagino.
El momento: Cuarenta segundos de preliminares es bastante poco para los estándares habituales de Barry, pero crea más tensión que nunca en ellos. Y, como no podía ser de otra manera, la resuelve con un glissando y un gemido demasiado sensual para ser fingido.
138. ‘Til Tuesday, What About Love
Ya sabemos que para mí recurrir a ‘Til Tuesday es jugar en modo fácil: esta es su cuarta intervención, y aún volveremos a ver sus lozanas caras por aquí un par de veces más. Con “What About Love”, la apertura de su —para mí y para poca gente más— mejor álbum Welcome Home confirman su transición del pop sintético de su debut a algo más maduro, más adulto, y en definitiva más afín a los talentos desbordantes de Aimee Mann. Voces etéreas rodean a la de Virginia como nubes de algodón, suavizando sus recurrentes lamentos a un hombre distante, protagonista de casi todas las desventuras de sus canciones. Uno que alimenta sus esperanzas y sus sueños, pero que nunca se compromete seriamente. Mann lo pasa fatal en el amor3, pero lo cierto es que esa desdicha continuada es un manantial con muy poquitos rivales en el pop de los ochenta.
El momento: El tejido de “What About Love”, en su conjunto, es de lo más suntuoso, pero es ese indignado estribillo el que sigue resonando en tu cabeza mucho después de que haya acabado.
137. Supertramp, The Logical Song
Supertramp se labraron un nicho en el que solo cabían ellos, excavado en los márgenes del rock sinfónico más apetecible, y con las velas cada vez más abiertas a las brisas del mainstream. Breakfast in America, y en particular “The Logical Song”, supone la consumación de su proceso de apertura, aunque uno que siempre atravesaron bajo sus propios términos. Este superhit transgeneracional suena casi a divertimento, a una puesta a prueba de sus límites, con esas rimas en esdrújula de taller de poesía y los efectos de sonido de juguete compitiendo por nuestra atención. Pero contra todo pronóstico, no sólo ha resistido el paso del tiempo, si no décadas y décadas de omnipresencia radiofónica. Su existencia, contradiciendo frontalmente a su título, es del todo ilógica, pero el mundo sería bastante más anodino sin ella.
El momento: Hodgson subiendo la escala peldaño a peldaño con esa serie de “who I aaaaaaam”s cada vez más suplicantes, que suenan como si estuviera teniendo una crisis de identidad en medio de un circo.
136. David Bowie, Stay
Entrar en los dominios del Duque Blanco es siempre una aventura con desenlace desconocido: es igual de probable terminar pavoneándose con su glam guitarrero que deambular por un abstracto paisaje sonoro ambiental. En Station to Station, que si me preguntáis es la obra cumbre de la intachable carrera de Bowie, el consumo prohibitivo de montañas y montañas de cocaína tuvo como consecuencia, sin embargo, una incursión en el funk más alienígena, siendo este “Stay”, tal vez, su cénit. Aprendiendo de los errores de Young Americans, más artificial4, “Stay” es Bowie trayendo el género a su terreno, y no al revés. Las guitarras de Alomar y Slick sirven de cinematográfico telón de fondo al crooning de Bowie, que nunca ha sonado más cool que aquí, y ya es decir. Nos despedimos de la única aparición del músico más camaleónico del siglo XX en este top, pero no nos engañemos: su engominada faz está detrás de cada recoveco.
El momento: Bowie sabe que tiene un chorus con tanto swag que lo deja entrar cuando quiere, aunque tenga que cortar la estrofa antes de tiempo. Y funciona siempre.
135. Arcade Fire, Neighborhood #1 (Tunnels)
Arcade Fire, sin ir más lejos se harían coleguitas de Bowie en los albores de su carrera como profetas del indie más confesional; con himnos de la talla de “Tunnels”, es meridiano ver cómo hasta los más avezados iconos podían rasgarse las vestiduras ante esta vibrante comuna de Montreal. Los cimientos de todo lo que son Arcade Fire figuran ya aquí: el autodescubrimiento adolescente, el obsesivo impulso de escapar, y una música en constante peligro de precipitarse al abismo. Todo ello converge con sublime belleza en “Neighborhood #1”, un grito de auxilio de una generación abandonada, con la imperiosa necesidad de conectar, dispuesta a lo que sea por aquella única persona que es la boya ante el despiadado temporal de alrededor. Funeral fue, apropiadamente, el último coletazo del alt rock tal y como lo conocimos, pero los canadienses se aseguraron, desde luego, de que se fuera entre explosiones de confeti y lágrimas.
El momento: Cero dudas: el “then we think of our parents / WELL, WHATEVER HAPPENED TO THEM?” tiene que ser uno de los instantes más catárticos de la historia del pop.
134. Benny Mardones, Into the Night
Imagino que en vuestros tímpanos resuena, inclemente, una sola pregunta: ¿quién diablos es Benny Mardones? Nada me gustaría más que daros una plétora de detalles sobre este sensiblote melenudo, este Michael Bolton de Hacendado5, pero la realidad es que no los tengo. Apenas conozco un par de canciones suyas6, pero no me hacen falta más. Digamos la verdad: “Into the Night” es vomitiva desde el primer segundo en el que el viejo Benny se aclara el gaznate y emite un "«she was sixteen years old / leave her alone», they said”7 que me hace tiritar de pavor cada vez que llega. Pero, de algún modo, el descontrolado dramatismo de esta balada rock consigue saltarse por completo todos mis controles de seguridad y se cuela directo en mi cerebro reptiliano; en piloto automático, disfruto de este pastel como lo hago con muy poquitas cosas. Mardones se desgañita como debería haberlo hecho ante un juez, dejándome así bastante vendido ante ustedes. Injustificable, pero un listado preciso debía incluirla. Perdonadme, si podéis.
El momento: Ya en el fadeout de la versión regrabada, que es la buena, Benny emite un sonido a medias entre el croar de un sapo y un pucherito de bebé insomne. Es desconcertante, pero a su manera también estremecedor.
133. Genesis, Supper’s Ready
En 1974, los Genesis de Peter Gabriel sirvieron la última cena del rock progresivo, dictando efectivamente sentencia sobre todo el género: nunca jamás nadie sería capaz de superar el listón de recargada épica que “Supper’s Ready” marcó. Esta serpenteante suite es, con mucho, la canción de mayor duración de toda la lista; en consecuencia, es una tarea bastante fútil tratar de describirla en unas líneas, pero lo intentaré igualmente. Gabriel teje una enrevesada narrativa Carrolliana —con científicos supersónicos, dragones saliendo del mar y un Winston Churchill vestido de señora— a lo largo de una cornucopia de sensacionales temas y leitmotifs, como un fascinante políptico en el que tu atención va rebotando sin freno y tu dopamina no puede parar de batir récords históricos. Para cuando termina, tu estómago está rebosante y tus pulmones sin aliento, pero no podrías ser más feliz.
El momento: Prácticamente todo el número de hardcore music hall de “Willow’s Farm”, pero en especial el vuelco que me da el corazón con ese “we’re living this up to the eyes, ooh eeh ooh eeh aaay” tan inesperadamente preciosísimo.
132. Red House Painters, Katy Song
Ay, Katy. Espero que tu sentido común funcionara cuando tenía que hacerlo y bloquearas el teléfono8 al pelmazo autocomplaciente de Mark Kozelek. Porque es que todo, todo, en los ocho minutos y pico de “Katy Song” conforma una gigantesca red flag del tamaño de veinte estadios de fútbol. El futuro Sun Kil Moon juega a clavarse puñales recordando este amor frustrado y fatal, bañándose en el alcohol de la soledad con versos devastadores que con tierna resignación, disimulando bastante mal un dolor insoportable: “without you, what does my life amount to?”. Tan sólo un montón de cristales en el suelo. Desde el fondo de su pozo, Kozelek tararea una coda melancólica que deja claro que pisar esas botellas rotas es lo que sigue dando sentido a su existencia. No es la alegría de la huerta, pero si encuentras un fango mejor en el que revolcarte, llámame.
El momento: Kozelek acercándose lo más que puede a la autocrítica, y ofreciendo su rendición final en términos demoledores: “you’ve got some kind of family there to turn to… and that’s more than I could ever give you”.
131. Everything But the Girl, Each and Every One
Antes de convertirse en adalides de la fiesta ibicenca, con ese “Missing You” que el remix de Todd Terry transformaría en un éxito de la escena chill, Tracey Thorn y Ben Watt demostraron que, en el terreno del pop sofisticado, había muy pocos proyectos más interesantes que Everything But the Girl. “Each and Every One” estira el sonido lounge de café bar, ese que ahora es hilo musical de mil y un establecimientos de hostelería, pero lo hace con un gusto exquisito que esas otras insípidas tropelías de hoy jamás tendrán. Thorn, capaz de derretir el tungsteno9, es el alma de esta decadente bossa nova: harta de ser avasallada por un amante desapegado10, decide por fin abrir los ojos a sus burdas tácticas y pone a Dios por testigo de que jamás volverán a cegarla. Un chute para bailar y llorar, que es una combo que nunca decepciona.
El momento: Las voces dobladas de Thorn en el estribilo, sin armonizar ni nada, son acupuntura musical: es sonar, y darme un escalofrío.
En Estados Unidos, sin embargo, fue “But Not Tonight” la A, tal vez porque pensaban que esos yanquis esperarían algo comercial de los inglesitos de “Just Can’t Get Enough”.
Esto no cuenta como rickroll, ¿no?
Con final feliz, porque lleva casada con el también cantautor Michael Penn, hermano de Sean, casi tres décadas ya.
Pero aún así injustamente vilipendiado: sólo la mediocre e innecesaria versión de “Across the Universe” mancha un álbum excelente.
Si tuviera que apostar algo, diría sin base alguna que es un nombre totalmente establecido en Japón.
Me refiero a “Heart in My Hand”, otra similar que ni siquiera llegó a editarse jamás, y que no recuerdo cómo llegó a mis oídos, pero que podría ocupar perfectamente el lugar de “Into the Night” porque es igual de, digamos, explosiva.
Para ser justos con Mardones, el cantante afirma que fue él mismo quien advirtió así al co-compositor Robert Tepper, que al parecer había hecho algún comentario inapropiado sobre la vecina adolescente de Mardones cuando pasó junto a la ventana.
Para ser aún más justos, no tenían porqué haber escrito la canción. Además, las continuas explicaciones de Mardones sobre la desapegada familia de la joven indicando que “Into the Night” es en realidad una fantasía sobre rescatarla de la indigencia no tienen ni pies ni cabeza, especialmente cuando el videoclip no se corta al mostrarlos enrollándose en un paseo en alfombra mágica.
En fin, para demostrar que no hay nada tan malo que no pueda empeorar aún más, Julio Iglesias Jr. la versionó con Benny, aunque por una vez tuvieron el seso de modificar ese primer verso con un baboso, pero menos criminal, “she had beauty like none”.
O directamente enviaras una orden de alejamiento.
Temperatura de fusión: 3422 grados centígrados.
Ella y Aimee Mann tenían que haber montado un club o algo.